Dos iguales distintos

El presidente Javier Milei quedó desnudo en su discurso en Davos.

Aceptar la diversidad es aceptarla. Cualquier “pero” desacredita al interlocutor y lo expone a la paradoja de la tolerancia excluyente. El presidente Javier Milei quedó desnudo en su discurso en Davos. Mostró, una vez más, que su liberalismo -aquel que pregona el respeto irrestricto por la vida del otro- es solo maquillaje de teoría social para su concepción economicista y utilitarista de las sociedades. Es decir, más conservador que liberal.

La hoja de ruta de Milei parece bastante clara a esta altura. Luego de haber confundido con sus primeros pasos al desdecirse de sus propuestas de campaña, ahora apunta a una autocracia que, como quedó en evidencia, no necesita del resto de los poderes. Su proyecto se sostiene en toda una mitología que, con lo más bajo del sentido común, busca resucitar lo más putrefacto de las derechas tradicionales.
Su discurso en Davos fue un paso en falso. Por un lado, porque tuvo nula repercusión internacional -uno de sus principales objetivos-, y por otro, porque en nuestro país tocó una de las fibras sociales más sensibles que sostienen el mandato democrático irrenunciable que la mayoría de los argentinos no parecen dispuestos a resignar.

A Milei, que siempre lee, se lo notó desencajado al hacerlo en el Foro Económico Mundial. No expuso sobre economía, que claramente es su campo de conocimiento, sino que repasó un discurso armado, probablemente por el aparato ideológico reaccionario que lo rodea, con ideas como las de Agustín Laje y Nicolás Márquez, para tratar de impresionar a sus aliados internacionales fetiche.
Hubo un claro esfuerzo por ir a buscar casos aislados, de dudosa veracidad, para intentar demostrar que las ideologías -que él asocia con el progresismo- son causales de las peores aberraciones contra las personas y, en particular, contra los menores de edad. Otra vez, una repetición de esa tolerancia del tipo “tengo un amigo”.

La confirmación de su contradicción quedó expuesta en las múltiples veces que él y sus colaboradores salieron a explicar que no quiso decir lo que dijo. O que se lo tome literalmente y no se lo interprete. Excusas que solo confirman lo evidente: el trasfondo de intolerancia que caracteriza al presidente y a sus colaboradores directos.

Es cierto que el Gobierno -en realidad, el presidente Milei- goza de un altísimo apoyo popular, medido por encuestas de todos los sectores. Pero también está claro que esa es la foto y no la película. ¿Cómo sonarán sus palabras jactándose del ajuste social que la sociedad argentina soportó si el barco finalmente no llega a puerto? Es verdad que ha logrado contener y bajar la inflación, que era la primera de las demandas sociales.

Sin embargo, la estrategia utilizada parece comenzar a estresarse por un dólar claramente atrasado y una falta de divisas que lo dejan a merced de las recetas ultraprocesadas del FMI. Además, la lista de prioridades en las demandas sociales cambió, y el Gobierno parece no estar dispuesto a abordarlas, o al menos no con tanta dedicación como lo hizo con la baja de precios.

Ayer se esperaban marchas masivas en todo el país, no porque el presidente fue mal interpretado en su discurso, sino porque quedaron en evidencia la homofobia y la discriminación de sus palabras leídas en Davos. Como para ratificar las pésimas interpretaciones que, según el Gobierno, hizo la mayoría, se hizo circular la idea de eliminar el agravante de femicidio del Código Penal para crímenes de odio contra mujeres.

Como en la paradoja de la tolerancia excluyente, que tiene a dos iguales distintos, el Gobierno se golpea el pecho por la libertad, pero la recorta a su medida. Se jacta de la diversidad, pero solo si es la que ellos aprueban. Habla de debates, pero cualquier disidencia lo pone en pie de guerra. Defiende lo nuevo, pero con métodos viejos: censura, cancelación y dedo acusador. Así, la inclusión es un club selecto, y la diversidad, un disfraz para la uniformidad. El falso liberalismo termina siendo la prolija -o no tanto- versión del autoritarismo de siempre.


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