De la “guerra” al consenso
El Gobierno comienza esta semana la compleja tarea de intentar estabilizar la economía después de que el Congreso aprobara el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Los primeros pasos no han sido alentadores, ya que después de gestos grandilocuentes, las expectativas comienzan a diluirse en medidas aisladas y con recetas que ya han mostrado su ineficacia.
El presidente Alberto Fernández desdeña el manejo profesionalizado de su comunicación y prefiere improvisar, anulando a menudo el efecto de sus anuncios. Entusiasmado con la votación favorable en el Senado, lanzó una rimbombante “guerra contra la inflación”, metáfora bélica que fue objeto de ironías y memes. La cadena de desaciertos sumó reuniones con el equipo económico, el anuncio de un discurso al país que fue demorándose y concluyó a la noche en un corto mensaje grabado donde habló generalidades y prometió que al día siguiente sus ministros explicarían en detalle las medidas para frenar el alza de precios.
Así, el presidente dilapidó el modesto capital político conseguido pocas horas antes sobre un acuerdo que es respaldado por la mayoría de la ciudadanía, no porque crea que es la solución mágica para la economía, sino porque lo prefiere a la incertidumbre de un nuevo default.
Lo poco revelado hasta ahora es un refuerzo de lo ya hecho: control de precios, uso de la Ley de Abastecimiento, acuerdos multisectoriales de precios y salarios, suba puntual de retenciones y la creación de un “fondo de estabilización” para frenar el alza del trigo.
Sin embargo, como admitió el propio mandatario, estas recetas ya se probaron en los últimos diez años sin éxito. No se ha escuchado aún al presidente del Banco Central, que debería definir la pauta de inflación, las proyecciones sobre el tipo de cambio y las medidas para reducir el déficit fiscal. Como señaló el economista Eduardo Levy Yeyati, cualquier plan anti inflacionario, ortodoxo u heterodoxo, necesita “una política monetaria con pautas claras y consolidación fiscal genuina que reemplace a la licuación inflacionaria como método de ajuste. Y credibilidad para que los actores acepten la pauta y esperen los resultados bajo un acuerdo de precios y salarios”. Esto requiere a su vez un “acuerdo federal y una reforma fiscal que mejore la justicia tributaria”. Nada de esto se ha mencionado aún. Más allá de las recetas técnicas, que pueden variar, el gobierno necesita generar en forma urgente un cambio de expectativas y ello requiere medidas innovadoras, convicción, liderazgo político y una consistencia macroeconómica que corrija los desequilibrios existentes, que se verán agravados por la situación global generada por la invasión rusa a Ucrania.
Tras el aval del Congreso viene lo más difícil: cumplir las metas fijadas con el FMI. El gobierno debe abandonar su mirada simplista de culpar a “los especuladores” e intervenir el comercio y empezar a buscar los consensos necesarios para medidas que eviten la profundización de la crisis. Como ha señalado el politólogo Mario Riorda, el consenso no es una virtud sino una necesidad de los gobiernos: no se produce entre quienes piensan igual sino entre quienes tienen visiones distintas pero acuerdan pautas y formas de convivencia democrática para construir políticas de Estado transformadoras. Lo contrario es un disenso constante que paraliza y desestabiliza las gestiones, como se ve en la interna a cielo abierto de la propia coalición gobernante.
Sea por convicción o por miedo, se llegó a un consenso amplio sobre evitar la cesación de pagos. El presidente propone ahora otro contra la inflación. Para ello, debiera encarar un diálogo respetuoso y abandonar el discurso de chicanas y acusaciones constantes a quienes luego pide apoyo.
Y sobre todo, como señaló a este diario el sociólogo Juan Carlos Torre, debiera cambiar la cultura política de buena parte de la clase dirigente, que posterga constantemente la solución de los desequilibrios económicos y subestima los efectos desmoralizantes y desorganizadores de la vida social que implican una elevada inflación.
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