Aulas seguras e integradoras

La región ha sido escenario de hechos de inseguridad en varias escuelas y secundarios de Río Negro y Neuquén en los últimos días, que se repiten y generan preocupación en docentes, alumnos, directivos y padres. La escalada tiene impacto negativo tanto en la convivencia como en el aprendizaje de los alumnos, sin que se vean soluciones eficaces desde el Estado.

Una madre que trompea a un docente y rompe vidrios por un tema menor. Amenazas personales y por redes sociales a docentes y directivos. Peleas entre estudiantes que incluyeron cuchillos. Exhibición de un arma de juguete para amedrentar. Robos y vandalismo en los edificios. Una auxiliar amenazada con arma de fuego. Ingreso de personas ajenas a una escuela para agredir a un estudiante. Denuncias de venta de droga y balaceras periódicas a una primaria.

La violencia y el delito afecta a cada vez más establecimientos. Hace pocos días hubo una marcha de docentes, padres y alumnos en Centenario; el tema es uno de los reclamos del paro de ATEN convocado para la semana que viene. También hubo una advertencia de la Unter al gobierno rionegrino, pidiendo su intervención urgente para mejorar las condiciones de seguridad, tanto para el trabajo de los docentes como del aprendizaje de los alumnos.

Entre las situaciones de inseguridad externas están los robos a los edificios, desde computadoras, proyectores y televisores hasta los artefactos de los baños. También hay vandalismo, venta de drogas, robos a escolares en tránsito y peleas por disputas personales o familiares de alumnos.

A nivel interno, figuran los problemas de convivencia cada más frecuentes entre los alumnos. El esconder una pertenencia como “broma”, una mirada “que no me gustó”, una diferencia de opiniones son disparadores de agresiones en el aula o afuera. La sobreexposición a las pantallas también incide: muchas peleas comienzan por un videojuego o un comentario en una red social.

Especialistas e instituciones como Unicef han alertado sobre las negativas consecuencias que tuvo la pandemia en la salud mental de niños, adolescentes y jóvenes, por la falta de socialización durante el confinamiento, que ahora están “pasando factura”. Las fobias, autolesiones, desórdenes alimentarios y ansiedad se han multiplicado y repercuten en las aulas.

Tanto educadores como equipos técnicos se ven desbordados por conductas atípicas cada vez más frecuentes y un nivel de intolerancia mayor: desde la falta de hábitos básicos, reglas de cortesía, capacidad de escuchar al otro hasta la irritabilidad extrema. La psicopedagoga María Zysman de la asociación civil Libres de Bullying, alertó que las escuelas “están apuradas de evaluar y llenar los agujeros educativos” dejados por la pandemia, pero los chicos “están con serios problemas para comunicarse, entenderse, esperarse, cumplir consignas, hacer caso”.

A esto se suma la crispación social generalizada que se vive hoy en Argentina, en medio de una dura crisis económica. Los bajos niveles de tolerancia y la violencia entre estudiantes son a menudo reflejo de la familia o del mundo adulto: la escuela funciona como caja de resonancia y ámbito de contención de problemas sociales profundos que superan a maestros y directivos.

Se han hecho propuestas. Desde lo externo, el incremento de serenos o personal de vigilancia en las noches y fines de semana, “corredores seguros”, cámaras de seguridad y una mejor comunicación entre escuelas y las comisarías y fiscalías. En lo interno, mejorar los consejos de convivencia escolar, más infraestructura con espacios de recreación y deporte, crear equipos interdisciplinarios y designar más parejas pedagógicas en las aulas, capacitación a docentes y directivos, entre otros.

Pero más allá de esto, urge que las autoridades educativas de Nación y provincias tomen conciencia y formulen políticas públicas integrales para abordar un problema que afecta no sólo la convivencia sino también la calidad educativa que reciben nuestros chicos.