Acelerando hacia el abismo

Sin calcular los riesgos y notablemente empecinado en imponer su ideología, el gobierno nacional atraviesa un proceso de aceleración continua hacia el borde del acantilado. Esa perversa dinámica que la política le aporta desde sus aristas más reprochables a la economía, hoy parece amenazar decisivamente la gestión de Alberto Fernández más que cualquier otra fuerza opositora y, lo que es peor, somete a la sociedad a sufrimientos injustos y a mayores desesperanzas.


El mundo no ayuda, es verdad, pero lo más notable es que las diferentes tribus que integran el oficialismo simulan no darse cuenta del proceso de degradación ni reconocen que, si siguen avanzando a esta velocidad mientras le agregan aditivos perniciosos al combustible, la inercia no les dejará margen ni a ellos ni al país.


El primer elemento que distorsiona la marcha es el ideológico y se resume en “la economía debe subordinarse a la política”, la frase favorita de Cristina Kirchner. Esa definición marca una dirección estratégica, la de una conducción centralizada que para perpetuarse necesariamente debe manipular hacia abajo la educación, descuidar la seguridad, atacar a la Justicia, prescindir de la actual institucionalidad, responsabilizar a la prensa crítica y buscar alineamientos peligrosos en el mundo.
Cada uno de los ítems de la lista potencia la desconfianza no sólo de quienes viajan en el vehículo, sino de quienes nunca se van a subir. A esa enumeración hay que sumarle la interna del propio oficialismo, pelea que tiene que ver con la resistencia al FMI y lograr el cese de Martín Guzmán. Este punto erosiona aún más la credibilidad, ya que consume esfuerzos de quienes buscan un camino algo más pragmático, enfrentados a quienes se aferran a las cajas para subsistir a como dé lugar.


La velocidad de la inflación interanual (50,7% en enero; 52,3% en febrero; 55,1% en marzo; 58% en abril y 60,7% en mayo) es un buen ejemplo de la imparable dinámica de una realidad que fabrica pobres todos los días. La falta de inversión que impide la creación genuina de puestos de trabajo en el sector privado, la espiralización de la emisión, la creciente colocación de deuda a mayores tasas con impresionantes vencimientos este año y el indomable valor del dólar, también amenazan el futuro porque impactan decisivamente en el agotamiento de las Reservas que, brecha mediante, estimula la sobrefacturación de importaciones, sobre todo.


Y entonces aparece el relato, de sesgo entre optimista y mentiroso, para ratificar la voluntad de no cambiar de rumbo y a la vez para tratar de revertir los sucesivos fracasos de gestión que el saber popular registra a diario. Nada más duro para un fanático que se la caiga la venda de los ojos y por eso, los niveles de imagen de los gobernantes han bajado tanto y seguramente también por eso, en las últimas elecciones, el Frente de Todos perdió 4 millones de votos.


Sin embargo, ideología, internas y relato no están solos, ya que también hay otros estimulantes del combustible que hacen aún más peligroso el camino, aquellos que derivan del caos de la gestión como desorganización, pasividad, falta de coordinación, repetición de errores, promesas no cumplidas, asignarles culpa siempre a los demás, paranoia, desprecio hacia el campo, etc. La mezcla completa, sea por ingenuidad o torpeza, se ha potenciado de modo irremediable y hasta generó, desde adentro del Gobierno, la corrida cambiaria de la semana pasada.


La acción de La Cámpora, presente en el Ejecutivo con demasiados funcionarios propios que no funcionan, como en los casos del gasoducto (Energía, Enarsa, Enargas) y del avión venezolano-iraní (ANAC, Migraciones y EANA) o aún Máximo Kirchner como el gran promotor de la falta de gasoil por no querer más corte con biodiesel, es otro incentivo insuperable para acelerar el viaje. El problema extra es que, si el vehículo finalmente se precipitara, hay demasiado lastre para salir rápidamente del fondo del barranco.


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