Milei y el maléfico costo argentino

OPINIÓN│ La discusión sobre el atraso cambiario entre Milei y los economistas vernáculos es irrelevante. Hoy el foco debe estar en atacar de manera urgente todos los factores que hacen de Argentina uno de los países menos competitivos del mundo.

Por Gustavo Pérego (Director de Abeceb)

En estos días observamos una lucha dialéctica entre el presidente Milei y muchos economistas, hablando una y otra vez sobre el atraso cambiario del actual modelo económico.


El gobierno insiste por un lado en marcar un rumbo de la economía que muestra varios logros como la tendencia a la baja de la inflación con recomposición de los precios relativos, pese al retraso, aunque menor, de las tarifas de servicios públicos.
A esto se suman el superávit financiero y comercial que han llevado a una fuerte apreciación del tipo de cambio apoyado en un proceso permanente de recomposición del balance del Banco Central.


Por el otro, varios analistas ponen el alerta en el encarecimiento de la producción local, lo cual impacta principalmente en la exportación de bienes industriales, así como la mantención del cepo que conlleva a un mercado del dólar intervenido de hecho. Todo ello confluye a que la salida de la recesión se prolongue y genere dudas en los mercados.


Sin embargo, más allá de la ideología política, es innegable que la Argentina tiene un problema de competitividad no solo frente a los productos chinos, sino a la producción más cercana de Europa o mismo Brasil.


Este costo país o “costo argentino” surge cuando la maraña de regulaciones tributarias nacionales, provinciales y municipales asfixian a las empresas pymes principalmente. O cuando los acuerdos sindicales sectoriales no logran brindar flexibilidad frente al cambio tecnológico en las formas de producción o al imponer lógicas paritarias de multinacionales a una cadena pyme de la misma industria.

Este costo país o “costo argentino” surge cuando la maraña de regulaciones tributarias asfixian a las empresas pymes principalmente. O cuando los acuerdos sindicales sectoriales no logran brindar flexibilidad.


Pero, no solo, es una cuestión de altos impuestos o corporativismo de instituciones intermedias, sino también es haber aceptado la idea de vivir en una economía con un riesgo país arriba de los 2000 puntos y con una economía cerrada sin acceso al crédito.
Un país que aceptó la ineficiencia de la burocracia estatal, hinchada por punteros políticos, que se transforman en un lastre para la productividad y disparan los costos de manera absurda.


Los argentinos nos acostumbramos a una economía de alta inflación y restricciones cambiarias, donde los diferentes segmentos de mercado nacional se distribuyen en oligopolios de de dos o tres empresas grandes, y el resto de las pymes de la cadena de valor nada para no ahogarse.


La sociedad culturalmente aceptó una economía con poca oferta de bienes y servicios, en su mayoría de baja calidad frente a la posibilidad de abrirse y competir para mejorar su estándar de vida. Yo desafío a cualquier argentino que visite un supermercado del interior de Brasil, y con seguridad encontrará más variedad de productos que en un supermercado de Barrio Norte en Buenos Aires. No es un problema solo de escala como algunos creen, el problema es estructural.


Habrá sido el trauma del 2001, que llevó a nuestra sociedad a aceptar el crecimiento de casi 20 puntos del Estado sobre la economía a cambio de muy poco como contrapartida. La sociedad acepta pagar más caro por indumentaria, bienes de consumo o automóviles, para así sostener un mercado de pleno empleo fogueado desde un subsidio cruzado que deteriora la infraestructura de mediano plazo en favor del consumismo de hoy, con salarios declinantes.


Hace unos días, una persona me preguntó ¿porque es tan importante el riesgo país? Y yo, como quien recita un padre nuestro le expliqué el impacto que tiene para un proyecto, para una inversión y para la generación de riqueza y empleo, el tener que aplicar una prima de riesgo de un país “stand alone” como Argentina a un emprendimiento. Y como, en consecuencia, la posibilidad de desarrollar un negocio en un mercado de estas características tiende a estar atado a ventajas regulatorias, lobby u otras formas de masajeo del gobierno de turno, ya que, de otra forma, lo que uno le exigiría de retorno a ese emprendimiento es simplemente imposible de lograr.

La única discusión es si hay o no atraso cambiario. La discusión debería ser realmente cómo aceleramos las reformas que desarmen de una vez y para siempre el maléfico costo argentino.


Esta es la Argentina, de la maquina de impedir, la Argentina de me opongo porque me opongo diría el expresidente Menem.
Pues bien, el país debe vivir un cambio de fondo en sus estructuras fundacionales si desea poder generar riqueza y distribuirla de forma más equitativa.


Sin embargo, algo es claro, no será con devaluaciones de la moneda en favor de ventajas transitorias para sectores exportadores o industrias protegidas, que nuestro país saldrá adelante.
Pero lo increíble es que como lo vemos todos los días en la radio, el noticiero o en twitter, la única discusión es si hay o no atraso cambiario. La discusión debería ser realmente cómo aceleramos las reformas que desarmen de una vez y para siempre el maléfico costo argentino.


El cambio cultural que necesita nuestra sociedad es entender que generar riqueza requiere productividad y para ser productivos debemos construir una economía sin corral, con buenos sueldos, sin cepo, sin desequilibrios macroeconómicos, sin burocracia excesiva y principalmente sin inflación.


Siempre debemos recordar que el valor del dólar solo es un síntoma de la enfermedad, y que esa enfermedad es el carísimo “costo argentino”.
Entonces, ataquemos realmente la raíz de la enfermedad con reformas de fondo y no gastemos energía con el síntoma, buscando ventanas de competitividad con devaluaciones controladas que solamente contribuyen al círculo vicioso de la estancada economía argentina.


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