Frente a la pobreza, una postura que roza el cinismo

Los datos oficiales estremecen: más de la mitad de los argentinos es pobre y ocho millones de personas no puede comer. Desde 2002 no se registraba un tejido social tan roto. La postura oficial parece divorciada del dolor de miles de familias, y oscila entre la reivindicación del ajuste y la postura festiva.

Hay una amplia tendencia a suponer que si una política duele se debe estar haciendo muy bien. Promover sufrimiento no es una buena forma de política económica”. Las palabras pertenecen al premio Nobel de economía, Amartya Sen. El economista, filósofo y sociólogo hindú, es célebre por sus aportes en relación a las políticas de desarrollo y la forma en que las mismas pueden contribuir a la erradicación del hambre y la pobreza a nivel global.

Su expresión en relación al “dolor” que puede causar un combo de políticas económicas datan de hace más de una década, pero bien podrían ser una descripción contextual de la coyuntura que atraviesa la Argentina promediando el primer año de gobierno libertario.


Los datos oficiales publicados esta semana por el Indec en relación a la incidencia de la pobreza y la indigencia en el primer semestre de 2024, son estremecedores. El 52,9% de los argentinos es pobre, el 18% no puede comer, y dos de cada tres niños y niñas argentinos están sumidos en la pobreza.
La primera tentación, es buscar responsables e intentar ponerle nombre y apellido a quienes han tenido en sus manos los resortes para evitar que el deterioro del tejido social llegue al punto actual.


No obstante, una mirada amplia y en perspectiva revela que las políticas para rescatar definitivamente de la insatisfacción crónica de necesidades básicas a millones de argentinos acumulan más de dos décadas de fracasos, y no conoce de colores políticos. En los últimos 30 años, nunca la política argentina en su conjunto logró que la incidencia de la pobreza perfore el 25%. Uno de cada cuatro argentinos es estructuralmente pobre.


Es en ese escenario que la coyuntura impone la necesidad de revisar el presente, y el efecto inmediato de las políticas de ajuste ortodoxo del gasto público que aplica desde hace nueve meses la gestión Milei. A primera vista, los resultados inmediatos solo revelan una profundización de la exclusión y de las carencias que padece más de medio país.

Luego de la devaluación, la liberación de precios, el ajuste de tarifas y la ‘licuadora’ sobre el salario, la suba de la pobreza golpea, pero no debería sorprender.


La respuesta oficial solo parecen ser ejercicios contrafácticos de “lo peor que hubiese sido” no optar por la receta libertaria, y posturas gestuales que comienzan a resultar obscenamente cínicas frente al dolor y el padecimiento de miles de familias y millones de personas.


Dos décadas después


La última gran crisis argentina aún está grabada en la retina. El final de la convertibilidad en 2001, significó además un quiebre político y un quiebre social. Hasta aquella época hay que remontarse para encontrar un escenario similar al presente.


No faltará quien señale que en épocas de inclusión distributiva y justicia social nunca se logró perforar el piso del 25% de pobreza, y la impotencia del “Estado presente” para lograr un cambio radical, estructural y permanente en el acceso de millones de personas a la satisfacción de necesidades básicas y mínimas. En efecto, dicho fracaso implicó la decisión del kirchnerismo de “romper el termómetro” de la pobreza y dejar de publicar estadísticas oficiales al respecto en 2013.


No obstante los datos que en aquel entonces no ofrecía el Indec, pueden obtenerse de otras fuentes de medición como el Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la UCA. Si los números de las últimas dos décadas se miran en perspectiva, la primera sensación es un ‘deja vú’: esta película ya la vimos.


Lo concreto es que tras la crisis de 2001 la pobreza bajó, y bajó fuerte. Se mantuvo en un piso de entre el 25% y el 29% entre 2007 y 2015. Y luego incició una curva ascendente que no se ha detenido hasta el día de hoy.
Vale por lo tanto poner el foco en los momentos, las formas y las causas del abrupto incremento en la exclusión social.


Casualmente, el primer salto reciente en la pobreza se produjo junto al quiebre del modelo económico de la gestión Macri, con crisis de balanza de pagos, fuga de capitales, y regreso del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, el salto en la pobreza en el momento más crítico de la gestión Macri fue del 8,1% (pasó del 27,3% al 35,4%), y ese proceso demoró todo un año.


El inicio de la gestión de Alberto Fernández estuvo signado por la irrupción de la pandemia, cuando la pobreza llegó al 40,9%. Durante esos cuatro años, y mientras la economía revelaba un deterioro progresivo, el Frente de Todos estuvo más envuelto en la guerra interna que en encontrar los resortes para erradicar la pobreza.


Al momento en que Javier Milei llegó al poder, los datos señalaban que la pobreza llegaba al 41,7% y la indigencia al 11,9%. Los seis meses que siguieron a la asunción del libertario, registran el incremento de la pobreza más acelerado en 22 años. En solo un semestre, la pobreza creció 11,2% y la indigencia en 6,2%. Cinco millones de personas cayeron en la pobreza desde diciembre, y 2,5 millones de personas dejaron de poder comer.


El panorama es lo suficientemente crítico como para comenzar a indagar sobre los disparadores presentes de la exclusión, y sobre cuáles son los parámetros para cuantificar el “éxito” de un programa económico.


Impostado cinismo


Acompañado por un gráfico del economista Fernando Marull, el ministro de economía Luis Caputo publicó el jueves un tweet en el que intentaba no solo explicar el catastrófico dato de pobreza que acaba de publicar el Indec, sino otorgarle al mismo un tono positivo.

El gráfico muestra “la diferencia cuando el ajuste lo hace el mercado versus un programa económico serio”, indicó y agregó: “Desde una situación mucho menos crítica, post crisis 2001, la tasa de pobreza casi se duplicó para llegar al 58%”.

El texto cierra afirmando “Prueba contundente que no es una exageración cuando el presidente Milei dice que si no hubiéramos evitado la catástrofe que muchos predecían, la pobreza podría haber llegado a niveles de 80 o 90 %”.


Intentar discutir un contrafáctico semejante, es una empresa similar a la de Don Quijote contra los molinos de viento. La quimera que se construye sobre la base de datos incomprobables, ya es marca registrada de la gestión Milei. Nadie en su sano juicio profesional encuentra fundamentos econométricos para afirmar que “la inflación iba a ser del 17.000%”. Tampoco para decir que la pobreza “iba a ser del 80% o del 90%”.


Como si los 4,5 millones de personas representados en el 10% de diferencia entre el 80% y el 90% fuesen un detalle menor, el ministro deja de lado cualquier grado de seriedad en los datos, y opta por un discurso que lejos de ser empático, hasta pareciera tener tono de festejo. Lo cierto es que a la luz del combo de políticas aplicado desde el 10 de diciembre, el resultado reflejado en los datos de pobreza e indigencia es casi una obviedad.


La devaluación del 120% aplicada en diciembre explica gran parte del salto inflacionario de diciembre, enero y febrero, cuando el registro marcó 25,5%, 20% y 13% respectivamente. En ese marco se liberaron los precios regulados como la medicina prepaga, se aplicó un fuerte incremento de tarifas en luz, gas, agua y transporte, y se incrementó la carga impositiva en términos ámplios: subieron los impuestos directos al combustible y a la vez se repuso el Impuesto a las Ganancias.

No es la primera vez que Argentina transita momentos como este. Pero cuesta recordar alguno en que la postergación de miles amerite una sonrisa.


Tormenta para el bolsillo medio, pero mucho más para el bolsillo bajo. Un segmento en el que los jubilados representan una masa crítica de personas estructuralmente pobre, a la que el gobierno se ufano de aplicarle “licuadora” en el primer trimestre del año. De hecho, el propio presidente ponderó en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación el superávit fiscal obtenido en el primer trimestre de gestión, y la decisión de aplicar “motosierra y licuadora”.


A ello hay que sumar el triste episodio en relación a los alimentos guardados en galpones hasta el límite de la putrefacción, que el Ministerio de Capital Humano solo accedió a entregar en el momento en que fue obligado por la justicia.


Y más tarde el veto presidencial al pírrico alivio de $17.000 que el Congreso de la Nación otorgó por ley a los jubilados de la mínima, el cuál fue celebrado en tono de gesta épica, con un asado en el que los comenzales pagaron solo para un festejo, una suma más alta que la que le negaron a miles de abuelos y abuelas.


La Canasta Básica Total (CBT) que sirve como parámetro para cuantificar “quienes son pobres”, se ubicó en $988.554 en agosto. Son contados con los dedos de una mano los sectores de la economía que ofrecen hoy una remuneración promedio superior a esa suma. Prácticamente ninguna posición en el sector público supera esa línea. Y mucho menos los empleos no registrados, que se cuentan en cuatro de cada diez en Argentina.


Es por todo ello que el número publicado por Indec golpea fuerte, pero no debería sorprender.
Lo que sorprende en cambio, es la postura gestual que el gobierno eligió para hacer frente al resultado de su propia elección de política económica.

Sobrevuelo. El presidente, vestido de militar, visitó el incendio en Córdoba desde el aire.


Tras regresar de su gira por Estados Unidos, donde continuó con su cruzada proselitista global en torno a “las ideas de la libertad”, esta vez frente a los mandatarios del mundo reunidos en la Asamblea General de la ONU, Milei sobrevoló la zona del desastre en Córdoba y dejó esperando a los bomberos que le pusieron el cuerpo al fuego durante dos semanas.


Más tarde, y exactamente a la misma hora en que el Indec publicaba que más de la mitad de los argentinos son pobres, Milei eligió mostrarse junto a la diva Susana Gimenez y fabricar una impostada escena de risas y saludos en el balcón de la Casa Rosada, frente a una Plaza de Mayo indiferente y vacía.


No hace falta aclarar que el estado actual del deterioro social arrastra dos décadas y que para buscar los responsables del mismo hay que mirar mucho más allá de quien ocupa hoy el poder.
Lo que sí interpela en contraste con los datos es el gesto festivo y despojado de empatía. La ponderación positiva del “mayor ajuste de la historia”. En palabras de Amartya Sen, la suposición de que aquel que sufre entiende que su sufrimiento “es parte del éxito” del programa.


En definitiva, no es la primera vez que Argentina transita momentos como el presente. Pero cuesta recordar momento histórico alguno en que la postergación y la exclusión de miles de personas, ameriten una sonrisa de parte de quien toma las decisiones que provocan tal estado de situación, o que al menos debiera buscar los resortes necesario para revertirlo.


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