Duelo de gigantes
No sorprendería que China, en plena disputa con EE.UU., pronto ofreciera a la Argentina créditos abultados sin las condiciones engorrosas de los prestamistas norteamericanos y europeos.
Mal que les pese a quienes esperan que la pandemia se vea seguida por una época de armonía internacional, el que el coronavirus haya provocado más estragos en Estados Unidos que en el país en que por primera vez apareció, China, ha hecho aún más intensa la rivalidad entre las dos potencias. Con la impetuosidad que lo caracteriza, Donald Trump no ha vacilado en culpar a Pekín por haber permitido que el virus se escapara de Wuhan, una ciudad en que la presencia de un instituto de virología importante ya motivaba sospechas inquietantes.
Mientras tanto, el presidente chino, Xi Jinping, está aprovechando el desconcierto universal para aumentar su propio poder interno y embestir contra los habitantes díscolos de la ciudad supuestamente autónoma de Hong Kong y los musulmanes de la comunidad Uigur de la región occidental de su país, además de asumir una postura más agresiva hacia Taiwán, Vietnam y otros vecinos.
Pero no se trata solo de la naturaleza combativa de dos personajes autocráticos. Aunque muchos norteamericanos se sienten alarmados por la retórica incendiaria de Trump, la mayoría de los políticos -incluyendo al demócrata Joe Biden, que según las encuestas podría ser el próximo ocupante de la Casa Blanca- coincide en que China plantea una amenaza muy grave al orden mundial que Estados Unidos domina desde 1945.
Por su parte, Xi cuenta con el apoyo firme del Partido Comunista China, una organización en que el nacionalismo han, es decir, de la etnia hegemónica, pesa mucho más que el marxismo. Si bien la prioridad de sus miembros es conservar el poder y los privilegios que lo acompañan, también quieren restaurar, en cuanto sea posible, la situación imperante algunos siglos atrás cuando China era por lejos el país más prestigioso e influyente de Asia oriental y, según las pautas de entonces, en muchos ámbitos el más avanzado del mundo.
No exageran pues, quienes hablan del inicio de una nueva “guerra fría” parecida a la protagonizada por Estados Unidos y la Unión Soviética, ya que ambos contendientes están resueltos a perjudicar al enemigo estratégico. A juicio de muchos norteamericanos, la capacidad económica y tecnológica de China, combinada con sus dimensiones demográficas y reservas de “capital humano” que están entre las más ricas del planeta, la harán cada vez más poderosa en los años próximos.
Tienen buenas razones para preocuparse. Saben que si China continental se hubiera desarrollado a la misma velocidad que ciudades o países poblados por chinos de ultramar como Singapur, Taiwán y, huelga decirlo, Hong Kong, ya tendría una economía mayor que las de América del Norte, Europa, el Japón y Australia sumadas. Felizmente para los norteamericanos, décadas de comunismo la mantuvieron pobre hasta que, en 1979, el entonces presidente Deng Xiaoping optó por una amalgama eficaz del liberalismo económico y autoritarismo político que posibilitó el crecimiento explosivo que transformaría el escenario mundial.
Para que la economía del coloso asiático siguiera expandiéndose al ritmo frenético al que nos tiene acostumbrados, tendría que solucionar los muchos problemas ocasionados por el envejecimiento muy rápido de la población y por la voluntad actual de los norteamericanos y, en menor medida, europeos y japoneses, de “repatriar” las fábricas que ubicaron en China para aprovechar costos laborales bajos y otros beneficios. Aunque el régimen parece convencido de que le será relativamente fácil manejar la transición hacia un modelo que depende menos de las exportaciones, no cabe duda de que le aguarda una etapa más agitada que la prevista antes de que la irrupción del coronavirus hiciera que los líderes de otros países pensaran en los riesgos planteados por el papel que está despeñando China en un mundo globalizado.
¿Será capaz el régimen de sacar provecho de la pandemia que, a juicio de muchos, pudo haber frenado de no haber sido por el intento, típico de autoritarios, de ocultar lo que sucedía en Wuhan?
Es más que probable que sí, ya que países pobres golpeados por el virus necesitarán mucho dinero que, por las razones consabidas, los mercados financieros occidentales serán reacios a facilitarles. Por lo tanto, no sorprendería en absoluto que China pronto ofreciera a la Argentina créditos abultados sin las condiciones engorrosas de los prestamistas norteamericanos y europeos.
No lo haría por generosidad, sino por entender que le convendría que la Argentina se incorporara al sistema de alianzas, inicialmente comerciales, que está construyendo en el marco de la “nueva ruta de la seda” que, de completarse, la haría el centro de una red inmensa de relaciones no solo económicas que abarcaría buena parte del planeta.
No sorprendería que China, en plena disputa con EE.UU., pronto ofreciera a la Argentina créditos abultados sin las condiciones engorrosas de los prestamistas norteamericanos y europeos.
Mal que les pese a quienes esperan que la pandemia se vea seguida por una época de armonía internacional, el que el coronavirus haya provocado más estragos en Estados Unidos que en el país en que por primera vez apareció, China, ha hecho aún más intensa la rivalidad entre las dos potencias. Con la impetuosidad que lo caracteriza, Donald Trump no ha vacilado en culpar a Pekín por haber permitido que el virus se escapara de Wuhan, una ciudad en que la presencia de un instituto de virología importante ya motivaba sospechas inquietantes.
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