Discursos discriminatorios


Machona, gordo, negro, migrante, villera, puto. El discurso discriminatorio funciona como bloque. Miradas eurocéntricas, patriarcales, clasistas y heteronormativas nos atraviesan. Miradas que jerarquizan, que subordinan a determinados colectivos afectando la vida de personas, colocándolos y colocándolas en el lugar de sub humanos.

La discriminación se expresa de maneras sutiles que se vuelven invisibles, como puede ser un chiste humillante, o bien en formas más extremas y visibles como es la violencia institucional que criminaliza a determinados sectores sociales.

En nuestro país, según el Mapa de la discriminación del Inadi, los principales tipos de discriminación experimentados son el nivel socioeconómico, el color de piel, el aspecto físico, la discapacidad, la orientación sexual y el ser mujer. Lo complejo es que quienes padecen la discriminación muchas veces no entrelazan sus luchas, actúan separadamente. Las luchas se fragmentan y los discursos discriminatorios se consolidan.

En una reciente presentación, Raúl Zaffaroni sostuvo: “El pensamiento autoritario usa todas las discriminaciones en bloque. Es patriarcal, es clasista, es racista, es discriminación de género, la que sea, todas en bloque”. La táctica para que estas discriminaciones se mantengan es que los afectados se dividan y hasta compitan entre ellos. La otra operación es que el propio discriminado asimile el valor discriminante, pero considerando que no lo afecta individualmente. Esas son las tácticas mediante las cuales los discursos discriminatorios se mantienen culturalmente. Seguramente escuchaste frases como soy gay pero no maricón, soy villero pero argentino o soy feminista pero no me pongo en tetas.

En la discriminación por el nivel socioeconómico, como en otras, se plantea también la negación de las pertenencias sociales en la búsqueda de acercarse a la minoría excluyente.

Rafael Ton, autor del libro “El síndrome doña Florinda”, nos invita a reflexionar sobre ese discurso que se repite: la persona que por tener un poco de recursos se considera superior a su comunidad y reniega de su entorno.

Un ejemplo para ilustrar nuestras acciones frente a ese bloque: cuando de pibe no nos dejaban entrar a un boliche porque usábamos determinada ropa, ¿nos íbamos pensando que colectivamente teníamos que dejar de ir a ese boliche porque discriminaba por pobreza o intentábamos comprarnos mejores zapatillas?

Lamentablemente uno de los problemas de los excluidos es que deseamos pertenecer a la sociedad excluyente.

La icónica canción “Maldición de malinche” del mexicano Gabino Palomares, la cual reflejaba el desprecio de nuestro pueblo por nuestro pueblo y la idealización de las culturas que nos dominaron, concluía: “Maldición de malinche, enfermedad del presente, ¿cuándo dejarás mi tierra? ¿cuándo harás libre a mi gente?”

El cuestionamiento a los discursos hegemónicos naturalizados, la empatía, la construcción de puentes entre los distintos grupos históricamente vulnerados son claves para proyectar una sociedad más inclusiva.

* Licenciado en Comunicación Social. Profesor UNRN.


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