Desastres gemelos
El “modelo” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lo mismo que el confeccionado por sus aliados ideológicos chavistas, depende del precio internacional de los commodities que sus países respectivos estén en condiciones de exportar. De no haber sido por la escalada espectacular del precio de la soja que se inició poco después de la caída del gobierno del presidente Fernando de la Rúa, el gobierno kirchnerista hubiera tenido que limitarse a administrar la escasez. Con todo, si bien el hecho de que en la actualidad la soja rinda bastante menos que antes ha contribuido mucho a oscurecer el panorama económico, el revés así asestado no puede compararse con el sufrido por los venezolanos. Para funcionar el “modelo” chavista, sería necesario que un barril de petróleo valiera 120 dólares en el mercado internacional, pero, para extrañeza de muchos especialistas, acaba de caer por debajo de 70 dólares. Aunque subiese en las semanas próximas, nadie cree que recupere el nivel que precisarían los venezolanos. Huelga decir que las crisis económicas gravísimas en que se debaten la Argentina y Venezuela se deben a mucho más que la evolución de los precios de productos agrícolas y bienes primarios. En ambos países, gobiernos populistas han obrado como si supusieran que una coyuntura excepcionalmente favorable duraría por muchos años más, cometiendo un error insensato tras otro y despilfarrando los recursos financieros con el único propósito de conseguir el apoyo de la mayoría pobre. Pudieron salirse con la suya por un rato porque el grueso de los integrantes de la clase política local, incluyendo los militantes de las agrupaciones opositoras principales, compartían la misma mentalidad rentista. Aún más que en otros países de la región, en la Argentina y Venezuela dominan el escenario político personas que parecen creer que todos merecen vivir bien sin verse obligados a esforzarse. Dan a entender que en última instancia el bienestar es fruto de su propia generosidad y se ensañan con los pocos que discrepan, acusándolos de querer hacer sufrir al pueblo. Y, cuando “el mundo” no les proporciona lo necesario para permitirles continuar repartiendo beneficios, lo tratan como un enemigo y protestan con vehemencia contra un orden internacional que a su entender es terriblemente injusto. Felizmente para nosotros, las perspectivas ante la Argentina distan de ser tan sombrías como las enfrentadas por Venezuela, un país destinado a hundirse en la miseria generalizada a menos que el precio del crudo se duplique muy pronto. Aunque los especialistas vaticinan que la recesión en que, según las estadísticas no oficiales, se ha caído persistirá hasta finales del año que viene aun cuando los kirchneristas nos sorprendan alcanzando un arreglo con los acreedores “buitre”, muchos confían en que el gobierno próximo resulte capaz de revertir las tendencias negativas. Puede que el optimismo así manifestado sea exagerado y que nos aguarden algunos años sumamente difíciles, pero a diferencia de Venezuela la Argentina cuenta con algo más que un solo producto comercializable. El milagro al revés protagonizado por la Argentina puede imputarse al facilismo que en virtualmente todos los ámbitos ha sido alentado por políticos y otros que, convencidos de que el país era rico por antonomasia, se negaban a reconocer que, en un mundo en que la inteligencia aplicada importa cada vez más y la suerte geológica cada vez menos, depender excesivamente de recursos primarios significaría un destino signado por la pobreza atenuada hasta cierto punto por el clientelismo. Para que una eventual recuperación fuera permanente, la clase dirigente nacional tendría que abandonar la mentalidad rentista, para no decir parasitaria, que la ha caracterizado desde mediados del siglo pasado. Así las cosas, a la larga podría ser positiva la posibilidad de que el derrumbe del precio del petróleo condicionara Vaca Muerta, ya que obligaría a quienes están preparándose para recibir la “herencia” explosiva que dejará Cristina a pensar más acerca de lo que será forzoso hacer para que la Argentina levante cabeza nuevamente, puesto que muchos claramente esperaban que el yacimiento no tardara en suministrarles decenas de miles de millones de dólares, de tal modo liberándolos de la necesidad de tomar medidas social y políticamente costosas.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.196.592 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Viernes 28 de noviembre de 2014
El “modelo” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lo mismo que el confeccionado por sus aliados ideológicos chavistas, depende del precio internacional de los commodities que sus países respectivos estén en condiciones de exportar. De no haber sido por la escalada espectacular del precio de la soja que se inició poco después de la caída del gobierno del presidente Fernando de la Rúa, el gobierno kirchnerista hubiera tenido que limitarse a administrar la escasez. Con todo, si bien el hecho de que en la actualidad la soja rinda bastante menos que antes ha contribuido mucho a oscurecer el panorama económico, el revés así asestado no puede compararse con el sufrido por los venezolanos. Para funcionar el “modelo” chavista, sería necesario que un barril de petróleo valiera 120 dólares en el mercado internacional, pero, para extrañeza de muchos especialistas, acaba de caer por debajo de 70 dólares. Aunque subiese en las semanas próximas, nadie cree que recupere el nivel que precisarían los venezolanos. Huelga decir que las crisis económicas gravísimas en que se debaten la Argentina y Venezuela se deben a mucho más que la evolución de los precios de productos agrícolas y bienes primarios. En ambos países, gobiernos populistas han obrado como si supusieran que una coyuntura excepcionalmente favorable duraría por muchos años más, cometiendo un error insensato tras otro y despilfarrando los recursos financieros con el único propósito de conseguir el apoyo de la mayoría pobre. Pudieron salirse con la suya por un rato porque el grueso de los integrantes de la clase política local, incluyendo los militantes de las agrupaciones opositoras principales, compartían la misma mentalidad rentista. Aún más que en otros países de la región, en la Argentina y Venezuela dominan el escenario político personas que parecen creer que todos merecen vivir bien sin verse obligados a esforzarse. Dan a entender que en última instancia el bienestar es fruto de su propia generosidad y se ensañan con los pocos que discrepan, acusándolos de querer hacer sufrir al pueblo. Y, cuando “el mundo” no les proporciona lo necesario para permitirles continuar repartiendo beneficios, lo tratan como un enemigo y protestan con vehemencia contra un orden internacional que a su entender es terriblemente injusto. Felizmente para nosotros, las perspectivas ante la Argentina distan de ser tan sombrías como las enfrentadas por Venezuela, un país destinado a hundirse en la miseria generalizada a menos que el precio del crudo se duplique muy pronto. Aunque los especialistas vaticinan que la recesión en que, según las estadísticas no oficiales, se ha caído persistirá hasta finales del año que viene aun cuando los kirchneristas nos sorprendan alcanzando un arreglo con los acreedores “buitre”, muchos confían en que el gobierno próximo resulte capaz de revertir las tendencias negativas. Puede que el optimismo así manifestado sea exagerado y que nos aguarden algunos años sumamente difíciles, pero a diferencia de Venezuela la Argentina cuenta con algo más que un solo producto comercializable. El milagro al revés protagonizado por la Argentina puede imputarse al facilismo que en virtualmente todos los ámbitos ha sido alentado por políticos y otros que, convencidos de que el país era rico por antonomasia, se negaban a reconocer que, en un mundo en que la inteligencia aplicada importa cada vez más y la suerte geológica cada vez menos, depender excesivamente de recursos primarios significaría un destino signado por la pobreza atenuada hasta cierto punto por el clientelismo. Para que una eventual recuperación fuera permanente, la clase dirigente nacional tendría que abandonar la mentalidad rentista, para no decir parasitaria, que la ha caracterizado desde mediados del siglo pasado. Así las cosas, a la larga podría ser positiva la posibilidad de que el derrumbe del precio del petróleo condicionara Vaca Muerta, ya que obligaría a quienes están preparándose para recibir la “herencia” explosiva que dejará Cristina a pensar más acerca de lo que será forzoso hacer para que la Argentina levante cabeza nuevamente, puesto que muchos claramente esperaban que el yacimiento no tardara en suministrarles decenas de miles de millones de dólares, de tal modo liberándolos de la necesidad de tomar medidas social y políticamente costosas.
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