Desaprensión generacional vs. empatía social

Miguel A. Knecht*


En Necochea, Bariloche, Roca y Viedma observamos una negación profunda de personas que minimizan las medidas de seguridad, restan importancia a los síntomas y a los efectos fatales del virus.


Una de las calamidades más inquietantes que está generando esta pandemia coronavírica está relacionada con la desprotección y/o vulnerabilidad que pueden padecer nuestros adultos mayores con respecto a las personas más jóvenes. Los primeros corren mayor riesgo a ser contagiados y que esta terrible enfermedad extermine abruptamente su vida, mientras que los jóvenes ofrecen mayores chances de superar la contingencia, sin dificultades debido a su mayor resistencia. En el origen de esta enfermedad está oculta una inequidad social invisible y superlativa, donde las exigencias sanitarias de aislamiento obligatorio y la resistencia social a cumplirlas por parte de la gente más joven desnuda una desaprensión generacional donde existen muchas personas burlando la cuarentena sin preocuparse por los demás, con cero empatía por el otro, el más débil o más vulnerable.

Hoy por hoy salir a la calle, exponiéndose al riesgo de enfermarse, parece una situación que despreocupa a la juventud. Sostener una idea de comunidad nos hace poner el foco en el optimismo de la voluntad para no perder la fe en nuestra humanidad.

Por otra parte, me pregunto qué nos sucede como sociedad que no logramos advertir que el cuidado y autocuidado de la especie humana resulta inherente a cada persona -a modo individual- y que al posicionarnos en el lugar del otro eso también implica autopercibirnos como partes de un sistema que nos engloba a todos.

Ante estos casos, manejarse empáticamente permitirá autoconservarnos como individuos y como sociedad en su conjunto. No es solo ponerse en el lugar del otro, sino también reubicarnos en nosotros mismos, y en consecuencia ubicarse en el lugar de los demás en el mismo tiempo. Cuestión fácil de expresar en palabras y difícil de cumplir en los hechos.

Ocurrió en Necochea, San Carlos de Bariloche, General Roca y actualmente en Viedma, donde observamos una negación profunda de las personas que minimizan las medidas de seguridad, restan importancia a los síntomas y a los efectos fatales que podría generar el virus.

Los jóvenes salen a la calle sin protección, concurren a reuniones, viajan a pesar de las advertencias, no acatan las medidas oficiales; literalmente con su accionar negatorio sobre el virus le están “jorobando” la vida a los demás, a sus semejantes mayores o personas con sus patologías preexistentes.

Tal vez el cuidado de la autopreservación y de la vida misma sean el mayor valor empático tan necesarios en la actualidad, cuestiones que sobrepasan una ayuda solidaria a los demás.

Por lo visto, por más medidas oficiales que hayan sido adoptadas por nuestros gobernantes -en torno a la pandemia-, si no existe mayor empatía por el otro de parte de la gente nunca podremos luchar equilibradamente frente a la pandemia. Por último, nos encontramos inmersos en una lucha asimétrica donde los adultos mayores absorben la peor parte por irresponsabilidad de los más jóvenes, que constituyen el segmento social de personas que mayores incumplimientos registran en torno al cumplimiento de las medidas de prevención del covid- 19.

Quizás el concepto empático transite por resignificar en acciones más concretas de las esferas sociales que circunden al ser humano como tal y que no se expire en ideas esperanzadoras, donde el cuidado a la vida humana constituya su menester principal. La empatía conforma un aspecto social que excede a las responsabilidades del presidente de la Nación, de nuestra gobernadora, de nuestros intendentes porque es una conducta social individual, inherente a la sociedad, y además ellos, nuestros gobernantes, han tratado infructuosamente de ejecutar acciones de prevención proteccionistas dirigidas a dignificar la vida de sus conciudadanos, pero sus logros son acotados por la insuficiente respuesta social del colectivo juvenil que no empatiza con el otro, con su semejante mucho más vulnerable.

Una de las calamidades más inquietantes que está generando esta pandemia coronavírica está relacionada con la desprotección y/o vulnerabilidad que pueden padecer nuestros adultos mayores con respecto a las personas más jóvenes. Los primeros corren mayor riesgo a ser contagiados y que esta terrible enfermedad extermine abruptamente su vida, mientras que los jóvenes ofrecen mayores chances de superar la contingencia, sin dificultades debido a su mayor resistencia. En el origen de esta enfermedad está oculta una inequidad social invisible y superlativa, donde las exigencias sanitarias de aislamiento obligatorio y la resistencia social a cumplirlas por parte de la gente más joven desnuda una desaprensión generacional donde existen muchas personas burlando la cuarentena sin preocuparse por los demás, con cero empatía por el otro, el más débil o más vulnerable.

Hoy por hoy salir a la calle, exponiéndose al riesgo de enfermarse, parece una situación que despreocupa a la juventud. Sostener una idea de comunidad nos hace poner el foco en el optimismo de la voluntad para no perder la fe en nuestra humanidad.

Por otra parte, me pregunto qué nos sucede como sociedad que no logramos advertir que el cuidado y autocuidado de la especie humana resulta inherente a cada persona -a modo individual- y que al posicionarnos en el lugar del otro eso también implica autopercibirnos como partes de un sistema que nos engloba a todos.

Ante estos casos, manejarse empáticamente permitirá autoconservarnos como individuos y como sociedad en su conjunto. No es solo ponerse en el lugar del otro, sino también reubicarnos en nosotros mismos, y en consecuencia ubicarse en el lugar de los demás en el mismo tiempo. Cuestión fácil de expresar en palabras y difícil de cumplir en los hechos.

Ocurrió en Necochea, San Carlos de Bariloche, General Roca y actualmente en Viedma, donde observamos una negación profunda de las personas que minimizan las medidas de seguridad, restan importancia a los síntomas y a los efectos fatales que podría generar el virus.

Los jóvenes salen a la calle sin protección, concurren a reuniones, viajan a pesar de las advertencias, no acatan las medidas oficiales; literalmente con su accionar negatorio sobre el virus le están “jorobando” la vida a los demás, a sus semejantes mayores o personas con sus patologías preexistentes.

Tal vez el cuidado de la autopreservación y de la vida misma sean el mayor valor empático tan necesarios en la actualidad, cuestiones que sobrepasan una ayuda solidaria a los demás.

Por lo visto, por más medidas oficiales que hayan sido adoptadas por nuestros gobernantes -en torno a la pandemia-, si no existe mayor empatía por el otro de parte de la gente nunca podremos luchar equilibradamente frente a la pandemia. Por último, nos encontramos inmersos en una lucha asimétrica donde los adultos mayores absorben la peor parte por irresponsabilidad de los más jóvenes, que constituyen el segmento social de personas que mayores incumplimientos registran en torno al cumplimiento de las medidas de prevención del covid- 19.

Quizás el concepto empático transite por resignificar en acciones más concretas de las esferas sociales que circunden al ser humano como tal y que no se expire en ideas esperanzadoras, donde el cuidado a la vida humana constituya su menester principal. La empatía conforma un aspecto social que excede a las responsabilidades del presidente de la Nación, de nuestra gobernadora, de nuestros intendentes porque es una conducta social individual, inherente a la sociedad, y además ellos, nuestros gobernantes, han tratado infructuosamente de ejecutar acciones de prevención proteccionistas dirigidas a dignificar la vida de sus conciudadanos, pero sus logros son acotados por la insuficiente respuesta social del colectivo juvenil que no empatiza con el otro, con su semejante mucho más vulnerable.

* Docente, exconcejal por el PJ en Viedma


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