«¡Somos campeones!» Mauro, el neuquino que celebró en Qatar con la bandera de su hija, Maradona y las Malvinas

Mauro Gutiérrez no olvidará jamás lo que vivió ayer cuando vio salir campeón del mundo a Argentina en el estadio Lusail. Tampoco el genial audio que le envió su hija de cinco años. Acá cuenta la historia.

Mauro con su querida bandera en el estadio Lusail donde Argentina ganó la tercera Copa del Mundo. «Fue una locura», dice el neuquino.

Una semana para ir por la gloria eterna al Mundial Qatar 2022 y la promesa a su hija Malvina de cinco años de que volvería con la copa. Una entrada para la semifinal comprada en 12 cuotas a unos cordobeses. Vuelo con escalas para bajar los costos. La búsqueda desesperada de un ticket luego de la exhibición contra Croacia. Mil puntas tiradas y precios delirantes: hasta 6.000 dólares le pidieron unos turcos. Una cita en un bar con hinchas de Chacarita, unos mates mientras los esperaba, los números sobre la mesa, la negociación y al fin el suspiro cuando tiene en sus manos por mucho menos dinero que le pedían los revendedores árabes el pasaporte al estadio Luisal, ese que se aprestaba a entrar a la misma categoría mítica que el Azteca. La bandera con su hija en un extremo, Maradona en el otro, las Malvinas en el medio y Neuquén abajo escondida en un bolsillo interior de la mochila. Se la requisaron contra Croacia cuando la llevaba al cuello, por las islas. «La FIFA no permite manifestaciones políticas», el argumento. «Política las pelotas hermano, son nuestras, que las devuelvan. Y vos devolveme la bandera!», gritó Mauro Gutiérrez. No hubo caso. Dos hombres de seguridad amagaron primero con tirarla a la basura y después aceptaron llevarla al depósito gracias a un marroquí que intervino para mediar, para explicar. Al final del partido la recuperó.

La bandera el día que no se la dejaron entrar en la semifinal con Croacia.

Rumbo a un sueño en el estadio Lusail


Ahora es el domingo tan esperado y ahí va por su sueño el pibe que se crió en Sapere, el que hizo la primaria en la Escuela 67 de Mariano Moreno, la secundaria en el Enet 1, trabaja en una constructora en Neuquén e integra la Cátedra libre Islas Malvinas de la Universidad Nacional del Comahue. En el control de acceso, la mujer que revisa detecta las camisetas pero no la bandera. Primer triunfo: ya tiene para el recuerdo la foto con Malvina, el Diego y las islas en el estadio.

Sería el primer momento inolvidable de una serie que ya es eterna. Porque siguió esa clase magistral de fútbol en una final del mundo. Abrir bien grandes los ojos para abarcar tanto: el penal de Messi a lo Diego, esperando que el arquero se mueva y empujarla al otro palo. El tiki tiki glorioso que se hizo viral para el segundo y Angelito que le agrega un escalón sublime a su leyenda. Todo eso y cantar y saltar con los argentinos y los de los otros países que se quejan, piden que se sienten, llaman a seguridad. Los de seguridad que vienen, los argentinos se sientan y cuando se van se paran de nuevo. Y los otros que se enojan. Y otra vez seguridad.

-¡Es una final del mundo papá! -explican los argentinos. Los otros no entienden. Y después el empate en una ráfaga y el sufrimiento. Y Mauro que se promete ir al cardiólogo al volver a Neuquén porque calcula que esa altura ya debe haber tenido como cuatro paros cardíacos. Y el pie de Dios en esa última que salva el Dibu.

-Cuando fuimos a los penales en la tribuna todos pensamos lo mismo: nos salva el Dibu -dice ahora, en el aeropuerto, ya lo llamaron para abordar el vuelo, se apura a dejar los últimos audios.

Postales inolvidables de la final en Qatar.

Relata los abrazos del alma con argentinos que no conocía después de los penales, la locura que se siente y que es tan difícil de explicar. Ese grito que le nació bien desde adentro.

-¡Somos campeones del mundo carajo! -exclamó mientras filmaba. Los que querían ver sentados se paraban, les pedían fotos, también los abrazaban.

¡Campeones del mundo!

Y entonces dice que va reenviar el audio que le mandó su hija. Tiene cinco años, se llama Malvina, el motivo lo imaginás.

-Papi lo mejor es que traés la copa, acá estamos todos locos. Es lo único, es tu deseo. Te amo, te extraño un montón, hasta rompí la figurita de Mbappé para que pierda, tomá Mbappé -dice y llora.

Ahora el que llora es Mauro. Y cuenta que compró una réplica de la Copa que le llevará a su hija.

-¿Qué más puedo pedir? -dice y se despide. Última llamada para embarcar. Ahí va el hombre con la sonrisa más grande del mundo.


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