Pichetto, el segundo rionegrino que apunta a la Casa Rosada

Como hiciera en el 95 Massaccesi por la UCR, el senador lanzó su postulación presidencial por el PJ, buscando capitalizar su extensa carrera política. Aquí Un repaso sobre su ideario político.

Miguel Pichetto quiere ser presidente de la Nación. Nació en Banfield, cuna que lo marcó a fuego en mucho de su carácter. Pero desde lo político se forjó en Río Negro en cercanías de democracia, cuando con el título de flamante abogado se instaló en la árida Sierra Grande. Ahí, junto a Víctor Sodero Nievas, un santafesino al que aún lo signa en mucho la forja jesuítica que recibió en aulas y celdas conventuales de Córdoba, montaron un estudio para litigar fundamentalmente contra fabricaciones militares; dueño y señor por aquellos tiempos de ese desaguisado proyecto de desarrollo.

Así, desde lo político, Pichetto es rionegrino. El segundo aspirante a la Rosada que tiene la provincia en su historia. El radical Horacio Massaccesi, el otro. Jugó esa partida en 1995. Perdió feo, claro.

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Las que siguen son algunas reflexiones sobre el pensamiento, el ideario político de Miguel Pichetto, un dirigente que mantiene fuerte lazo emocional con Río Negro, provincia que ha sido casquivana a la hora de votarlo para gobernador.

• En tanto peronista, Pichetto no es un adicto a la liturgia y convergencia simbólica que tanto definen a ese espacio. Le es muy ajeno el mundo de emociones que sostuvo y reprodujo por décadas la identidad de la fuerza.

No abreva –por caso– en la historia fundacional del peronismo para acompañar su peregrinar por la política. En su formación –al menos como él la traduce discursivamente– no hay rastros del general. El espectro de lecturas de Pichetto jamás contempló el Manual de Conducción Política o la batería de cartas que disparaba el general desde el exilio, etc. No hay en su léxico un “Como decía el general…”. A lo sumo Pichetto recuerda algo de dos discursos con proyección forjados por el mentado. Son de finales de los 40. Uno, el de la Bolsa de Comercio. Otro, el disparado en Congreso Internacional de Filosofía, en Mendoza. Para Pichetto, como fuente intelectual, fue. Mantiene intacto, sí, el “Desbordante de talento que tuvo a la hora de la metáfora”, que suele conceder. En tren de comparaciones, Evita le “duele” más. La reflexiona con dejos de serena y fundada admiración. Y hasta hace algunos años encontraba en Beatriz Sarlo reparo para definirla: “Eva fue más la ética de la acción que la ética de la responsabilidad”.

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• Entonces, ¿qué encuentra Pichetto en el peronismo como para blandir esa bandera desde hace 40 años? Vocación de poder. Poder aglutinador. Claro, una voluntad de gobernar signada desde siempre por “metástasis emocionales internas que hay que encauzar, darles una dirección”, dice. “Vasto programa”, acota. Alguna vez alguien le comentó que Charles De Gaulle solía preguntarse “¿Cómo gobernar Francia cuando tiene 500 tipos de quesos distintos?”. “Eso vale para el peronismo”, reflexionó el ahora aspirante a la Rosada. Y suele ironizar con dejos de humor las realidades que ofrece el peronismo. Porque a pesar de cierta osquedad que luce su personalidad, su gestualidad, Pichetto no está divorciado del humor. Tampoco de dosis interesantes de ironía. Entonces dice, por caso: “Los peronistas somos tantos y tanta cosas a la vez que a veces creo que no existimos… pero estamos. Creo incluso que el peronismo debería levantarle un monumento a la Libertadora: con sus torpezas y su criminalidad, nos reprodujo y nos hizo más agrios de lo que éramos. La Libertadora fue un gran aliado del peronismo”. En esto, posiblemente abreve en páginas del talentoso José Luis Romero. Un pensador que nada tuvo, precisamente, de peronista. Pero explicó como pocos las razones de su existencia. Y su reproducción.

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¿Cuál es entonces la matriz, el núcleo ideológico que dinamiza el pensamiento político del hoy senador? Ríe cuando se lo define como “conservador popular”. Definición a la que se le suma “conservador popular bonaerense”. Entonces reacciona: “No, nada que ver con Manuel Fresco… nada que ver con ese fascismo, con el fraude patriótico”. Pero añade: “¿Dónde nació el peronismo? ¿De qué nos vamos a ruborizar? Nacimos del poder militar, de conservadores de distinto cuño, de radicales, de católicos, de socialistas, de musetas y de mimíes… de confundidos de Pompeya, de los intrépidos de Salsipuedes… no seamos hipócritas. ¿O en el 46 no ganamos de la mano del Partido Laborista y después lo metimos en cana a Cipriano Reyes? Es otra cosa… ¡No jodamos!”.

Pero raspando su pensamiento se encuentran en Pichetto relaciones muy firmes con el ideario de los únicos conservadorismos democráticos que tuvo Argentina: los partidos demócratas de Mendoza y Córdoba. Los pulverizó la dialéctica de la historia. Ignora Pichetto en relación a la idea de orden social de aquel conservadorismo, expresada por hombres como Aguirre Cámara y Miguel Ángel Cárcano, y la idea de orden que él alienta. Calcos.

Engarzado a esto figura la idea que tiene Pichetto, pero no confiesa abiertamente, sobre la moneda. Vale un recuerdo: mediodía de uno de los últimos años del siglo anterior. Domingo. Hotel, nevada en Bariloche. Pichetto ve entrar a un conocido. “Mirá, mirá” dice y le entrega un artículo del economista Miguel Ángel Broda escrito para “La Nación”. El famoso gurú expresaba algo que forma parte medular de sus convencimientos más liminares sobre la economía: “Cuidar el valor de la moneda es lo más progresista que hay”. Y Pichetto deslizó: “Decís esto en el peronismo y te descalifica por monetarista…Que Chicago Boys, que esto y lo otro, que traición, que la patria… ¡No te dejan siquiera explicar que los EE. UU. no habían terminado su guerra de independencia contra los ingleses cuando ya creaban su moneda.

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• Y hablando de patria: no hay en su trayectoria política como diputado y senador ni siquiera una leve señal de uso del concepto. Prefiere hablar de “los argentinos”, “el país”. Sabe que patria, al menos en Argentina, suele usarse siempre en términos peligrosamente épicos. Exaltaciones. Batallas. Sangre. Nacionalismos disparados aceleradamente a los extremos. Borgeano al fin, quizá abone su idea de país desde el convencimiento de que “el patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones”.

• Y a modo de cierre, Pichetto no deja de consolidar vía argumentaciones rigurosas su anticlericalismo. Su aspiración: un Estado laico. Cree, en relación a la Iglesia católica, que si algo abunda en el Vaticano es hipocresía. Lo refleja lo que dijo en su discurso en la votación sobre el aborto: “El futuro no les pertenece”. Y quizá aún recuerde algo que vía telefónica escuchó y definió de brillante: “No entiendo por qué los seres humanos les hacen juicio a las tabacaleras por los daños que producen… ¿por qué no le hacen antes juicio a El Vaticano, que ha hecho más daño y por más largo tiempo”, dijo Fernando Savater. Vasco y filósofo. En conclusión: complejo imaginarse a Miguel Pichetto presidente y en un Tedeum.


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