El Rocazo: Edhita, la única docente que fue detenida y brutalmente golpeada
Ella, con sus 25 años, había compartido con sus alumnos de la escuela secundaria nocturna el reclamo para que los juzgados no sean trasladados a Cipolletti.
Pasaron 50 años y la imagen todavía sigue latente. Duele, lastima.
En todo este tiempo Edhita Fernández sólo pudo contener esos recuerdos pero cada tanto afloran y se transforman en vivencia. Y es ahí donde todo parece cercano, como si hubiera ocurrido ayer
“Era increíble, estaba toda la comunidad movilizada”, cuenta esta docente que todavía siente un tremendo orgullo por haberse sumado a este masivo reclamo junto a otros vecinos de la ciudad.
El descontento popular se expresaba en las calles y en los barrios; las barricadas lanzaban su densa humareda mientras los chacareros abastecían a los manifestantes de cubiertas para avivar todavía más el descontento con el entonces gobernador de facto, el general Roberto Requeijo.
A la barricada
Ella, con sus 25 años, había compartido con sus alumnos de la escuela secundaria nocturna el reclamo para que los juzgados no sean trasladados a Cipolletti. Y con el paso de las horas la tensión fue creciendo y también el pedido de renuncia para que Requeijo deje de conducir los destinos de la provincia.
La primera imagen que viene a su memoria es el día de su detención. Fue el 5 de julio de 1972 cuando se vieron cercados en la barricada que habían instalado en avenida Roca y Tucumán.
De un momento a otro, con fusiles y palos, los efectivos del Ejército comenzaron a rodear la zona más céntrica de Roca y a dispersar a las personas que ya llevaban varios días.
Las bombas lacrinógenas generaron la estampida y el recorrido de “Neptuno”, el camión hidrante de Gendarmería, terminó por desmantelar la barricada.
“Edith” -como la llaman todos sus vecinos- corrió presurosa. Sabía que los soldados portaban los fusiles y que estaba a un paso de sufrir los golpes y los insultos.
Alcanzó a buscar refugio en el Club Social -ubicado en Sarmiento y Tucumán (ahora el Jockey Club). Una puerta se abrió afortunadamente y la docente logró encontrar una mano solidaria junto a otros manifestantes.
Pero hasta allí llegaron los hombres del Ejército que con armas en mano, los obligaron a salir a la calle.
Sentía el frío piso de metal contra su rostro. Fue cuando los militares la arrojaron en la caja de un camión y la ataron con las manos en la espalda.
Un soldado se sentó sobre su cadera y mirando hacia la calle comenzó a golpearle los tobillos con la culata de su fusil. “¿Por qué nos pegan así?”, gritaba la mujer mientras escuchaba de fondo el estampido de las bombas lacrimógenas.
Por primera vez sintió el ardor de sus piernas por los despiadados golpes.
El viaje duró sólo algunos minutos. Fue en la sede de la vieja Alcaidía (actual sede del grupo COER en calle Palacios entre avenida Roca y España) que, a los palos, los obligaron a bajar. “Me queda esa imagen en la mente. Recuerdo que había un pasillo que nos hacían. Cuando lo cruzamos nos escupían y nos insultaban a todos”, recuerda la docente.
Luego los hicieron ingresar a un salón donde ya había varios abogados que estaban identificando a los detenidos y presentando los recursos para que se los libere de manera inmediata.
Todavía tiene la imagen del abogado Apin Gadano, que intentó calmarla con una frase paternal: “No te preocupes nena”.
Como era la única mujer, la trasladaron luego a un calabozo que en realidad era un pequeño lugar donde se guardaban los artículos de limpieza.
Había sido detenida cerca de las 16 o 17 horas, y ya había caído el sol. Sola, en esa improvisada celda, Edith repasaba lo sucedido durante las últimas horas.
“Ese lugar estaba oscuro y lleno de agua y feos olores. Pero no tuve miedo, creo que nunca lo tuve”, dijo la mujer.
Antes de que salga el sol decidieron liberarla.
Dio unos pasos y luego hizo señas para detener la marcha de un Citröen que se dirigía al centro de la ciudad y con voz decidida le pidió al conductor: “lléveme otra vez a mi barricada”.
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