Opinión Debates

Desaparecidos y desaparecidas de la Argentina democrática: una deuda del Estado y la sociedad

Entrevista a Ximena Tordini, editora e investigadora periodística, quien alerta de este fenómeno conmovedor, reflejado hoy en el caso Loan, desde su libro “desaparecidos y desaparecidas en la Argentina contemporánea”.

Una persona desaparece. El tiempo secuencial se desintegra, la cadencia de la espera inicia un ciclo que nadie sabe cuánto durará. La pregunta sobre si alguien pertenece al mundo de los vivos o al de los muertos es, esos momentos, imprecisa.

“Las desapariciones individuales siempre estuvieron ahí. Sus causas no residen en grandes acontecimientos; de repente, los hilos que forman una vida bordan una ausencia que se percibe inexplicable. Hubo elección, instituciones, costumbre, geopolítica o azar. La existencia de quienes permanecen se trastoca por completo: buscan, investigan, reclaman, aguardan. Algunas de las personas reaparecen, otras no. Algunas eligieron perderse, huir, abandonar, quebrar el pacto de la genealogía a cualquier precio. Otras murieron y nadie las ayudó a encontrarse con los suyos. Unas veces son olvidadas. Otras se convirtieron en misterios magnéticos o en pancartas, en banderas, en íconos, en libros”.

Este es uno de los primeros párrafos que escribió la periodista y editora Ximena Tordini en su libro “Desaparecidos y desaparecidas en la Argentina contemporánea. Quiénes son, qué pasó con ellos y por qué la Justicia y el Estado deberían despabilarse”, editado por “siglo veintiuno”.

Ximena Tordini, periodista y editora.

Es con ella que hablamos horas atrás en el contexto de la desaparición de Loan, el niño de 5 años, en Corrientes.

Durante años Tordini investigó esta cuestión adentrándose en muchas historias sacándolas del registro de la noticia policial y de todo ese morbo que implican y que el Estado como la sociedad no ven como un problema a enfrentar y resolver.

Un niño que no supo encontrar el camino de vuelta a casa, una niña que fue llevada lejos. No están en los que hasta ayer eran sus mundos. Quienes los buscan se desesperan y necesitan que nos detengamos un momento y prestemos atención, miremos, hablemos…

El caso de Loan pone de manifiesto una problemática de fondo de la Argentina: la desaparición de chicos.

Según Ana Rosa Llobet, presidenta de Missing Children Argentina, actualmente son 112 los niños desaparecidos en el país, de los cuales al menos 74 son menores mientras que el resto superan la mayoría de edad. Por día se denuncian entre 4 y 5 desapariciones; en el año suman unas 1460. Un drama.

“La primera cuestión sería poder distinguir de esta estadística a qué tipo de fenómenos responden esas desapariciones. Lo que vemos en la superficie es una desaparición, es decir la ausencia de una persona de su entorno afectivo familiar, laboral o comunitario. Luego se observa que cada una de esas desapariciones responde a una naturaleza distinta, muchas veces”, dice Tordini a “Río Negro”.

“Si se trata del caso de un niño de una niña la desaparición puede responder a un fenómeno criminal complejo que en la en la jerga de los investigadores se llama sustracción parental. En otros casos refiere a una fuga de hogar, que expresan situaciones de violencia de crianza violenta en el interior de la familia que llevan a jóvenes adolescentes a irse de la casa y a no querer volver”.

Por ello, remarca, “cuando aparecen estas cifras lo primero que hay que hacer para que haya políticas públicas eficaces respecto a ese fenómeno es tener la capacidad de construir conocimiento y de distinguir que están expresando cada una de las desapariciones”.

“Las personas no tenemos la capacidad de desaparecer; la desaparición es una manifestación en un entorno determinado de otra cosa que ha sucedido”.

También hay otras desapariciones que luego fueron explicadas por accidentes o por suicidios y que en su momento no fueron debidamente identificada.

“Pero cuando una ausencia no se puede explicar en un tiempo razonable se transforma en una desaparición”, acota la entrevistada.

Hay que tener cuidado con las narraciones que se construyen con total liviandad, recomienda. Para qué alimentar leyendas urbanas.

Los desaparecidos y las desaparecidas están por todas partes, sostiene.

Están “aquellos”, los que fueron sustraídos para domesticar las rebeliones. “Durante los primeros meses de 1977 una palabra fue investida de una energía particular en la Argentina. Antes que nada, “desaparecidos” fue una construcción comunitaria, una invención social que pudo nombrar en tiempo real un dispositivo de poder específico”, resalta. Nacía una consigna que marcó parte de nuestra historia: “con vida se los llevaron, con vida los queremos”.

Y están “estos desaparecidos”: la mujer cis que huye, la mujer trans que no está porque el hombre que la mató también la escarmentó una vez muerta; un muchacho que quedó atrapado en las fronteras de un sistema penal; un hombre cis que averiguó lo que no debía, un varón trans que recibió odio, un niño que no supo volver a casa, una niña que fue llevada lejos… No están en los que hasta ayer eran sus mundos.

Hay ecosistemas llenos de ruido, dice la entrevistada: desposesión, violencias, mentiras, secretos, gritos, voluntad de dominio, energía de fuga, abandono, dinero, muerte, azar.

Y cuando por estos motivos y muchos más dejan de estar allí “quienes los buscan necesitan a la comunidad, necesitan que los otros hagan algo: que presten atención, miren, hablen. Esperan lo mismo del Estado: que encuentre, traiga, devuelva, persiga, castigue. Creen que decir “desaparecido-desaparecida” acorta el camino. A veces tienen razón”.

De nuevo volvamos al punto entre aquellos y estos desaparecidos. “Las desapariciones argentinas contemporáneas no son resultado de un dispositivo único ni pueden explicarse siempre por lo que ocurrió antes. Describirlas y colocarlas en la conversación pública como si así fuera, como si cada desaparición entrañara una repetición en una serie geométrica, dificulta entender qué las provoca y encontrar a la persona que se está buscando. Las analogías con el pasado son poderosas, tanto para hacer visibles esas ausencias como para perpetuarlas: las rescatan de un ruido pero las sumergen en otro”, escribe Tordini en su libro.

Ahora bien, algunas preguntas.

¿Dónde están los poderes desaparecedores del presente en nuestro país?

¿Qué efectos tienen estas desapariciones sobre la vida social? “Todavía no pueden explicarse con profundidad: ¿generan terror, como las desapariciones dic tatoriales? ¿producen formas de vida? ¿gobiernan el conflicto social? ¿condicionan la fomra como caminamos por las ciudades? Del miedo a desaparecer ¿brota alguna de nuestras costumbres? Todavía no disponemos de ese conocimiento; recién estamos empezando a sacar a los poderes desaparecedores contemporáneos del ruido donde medran”, deja por sentado la autora del libro de esta nota.

Lo cierto es que lo común a todas las desapariciones -aquélas y éstas- es el acto de buscar. Es ese acto el que las anuncia.

La voz y el cuerpo de la mayoría de esas búsquedas son sus familias. Hemos visto que muchísimas de ellas dejan jirones de su vida en esta lucha titánica, tan en soledad.

“Son las familias empujadas por las circunstancias las que salen a la vida pública y bordan un hábitat para los ausentes: los nombran, los exigen, los cuidan, aprenden a citar jurisprudencia, a ofrecer la yema de un dedo para que brote una gota de sangre que tal vez nunca tendrá con quién ser cotejada…”, reflexiona Tordini.

Pero esa fuerza familiar tiene un límite, está acotada.

Concluye esta editora e investigadora periodística: “Para cuestionar la jerarquía de las vidas que valen y las muertes que conmueven hace falta algo más que la energía del parentesco biológico. Las desaparecidas y los desaparecidos de hoy son nuestros contemporáneos y tenemos una responsabilidad hacia ellos. La responsabilidad de sacarlos del ruido para que los vivos puedan volver y los muertos, por fin, partir”.

El Estado, ineficaz ante los poderes desaparecedores


“Al menos tres zonas del Estado producen desaparecidos y desaparecidas en la Argentina de hoy”, sostiene Ximena Tordini en su libro editado por siglo veintiuno, “Quiénes son, qué pasó con ellos y por qué la justicia y el Estado deberían despabilarse”.

La autora enumera a su criterio cuales son los poderes desaparecedores del presente tras años de investigación.

El sistema judicial

“Son de mala calidad”, afirma Tordini. “En muchas ocasiones los funcionarios judiciales no saben investigar este tipo de casos: se encierran en hipótesis trilladas que limitan la búsqueda; no saben cuáles son, y mucho menos cómo funcionan, las dependencias estatales que podrían activarse; acumulan fojas, no tienen estrategia, se estancan. Otras veces, simplemente no investigan ni las averiguaciones de paradero ni los hallazgos de personas muertas sin identificar. La falta de capacidad y la desidia producen un fenómeno peculiar: los accidentes, los suicidios, los asesinatos, las fugas se convierten en desapariciones, algunas se prolongan por décadas, aunque la solución estaba en la oficina de al lado o a pocos metros dellugar donde la persona fue vista por última vez”.

Las burocracias que gestionan la identidad y la muerte

“Ninguna gestión ejecutiva, legislativa y judicial se propuso aún transformar de manera sistémica el mal funcionamiento de los carriles que atravesamos cuando morimos: algunos pertenecen al sistema de salud, otros al de registro de la población, otros a un sistema funerario con grandes áreas privatizadas, otros al sistema judicial, otros a la burocracia policial”.
La violencia estatal. “Las policías provinciales, la de la ciudad de Buenos Aires, la Federal, la aeroportuaria, la gendarmería, la prefectura, los servicios penitenciarios son los brazos más violentos del Estado, los que lastiman dentro y fuera de la ley”.

Tordini también refiere a otras fuerzas desaparecedoras que residen en nuestra sociedad, como la violencia machista. “Una investigación pésima puede transformar un femicidio en una desaparición”, alerta.
Hay otros desapariciones, continúa Tordini. “Las y los niños que huyen de la violencia doméstica, eufemismo que aún se usa para encubrir el acoso, el abuso sexual y la violencia física y psicológica. Es un tema que la sociedad se resiste a tratar como asunto público, un último bastión de lo personal que no se convierte en político: el maltrato como organizador de la crianza”.

Y también están aquellos desaparecidos que ni siquiera tienen este estatuto porque nadie los busca. “Encerrados en una institución psiquiátrica pública que no sabe cómo se llaman ni lo averiguan. Ingresaron a un hospital heridos en una pelea callejera y nadie los reclamó. Murieron en la calle, en una esquina, de frío, de enfermedad”.

Las organizaciones criminales

“Y algunos casos relacionados al tráfico de personas. El caso más icónico es el de Marita Verón, donde la justicia dio por probado que ella fue víctima de una red que se dedicaba a la explotación sexual en Tucumán. Marita aún está desaparecida”, dice Tordini a “Río Negro”.
“Las desapariciones siguen ocurriendo porque en nuestra vida comunitaria circula violencia social, violencia estatal y cuestiones que tienen que suceden en las vidas de las personas. La pregunta, entonces, sigue siendo por qué se consolidan algunas desapariciones en nuestro país”, reflexiona finalmente la periodista.

La autora

Ximena Tordini es editora de la revista Crisis y trabaja en comunicación y derechos humanos en varias organizaciones, entre ellas en el CELS.
Estudió Ciencias de la Comunicación, Letras y Periodismo Cultural en la UBA y en la UNLP.
Se ha dedicado alternativamente al periodismo judicial y cultural, en distintos medios gráficos públicos y privados.
En los últimos tiempos se abocó a investigar el funcionamiento del Poder Judicial y las burocracias de la identificación de personas, las formas contemporáneas de relacionarse con la muerte y el movimiento de derechos humanos argentino. @ximetordini


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