Carlos Batista / AFP
En medio de una escalada de tensiones con la Unión Soviética, en febrero de 1962, el entonces presidente demócrata de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, estableció una batería de sanciones contra el gobierno comunista de Cuba, liderado por Fidel Castro, como forma de presionar por el retiro de los planes para desplegar armas nucleares. Firmó la orden ejecutiva el 3 de febrero y comenzó el 7 de ese mes, en un clima de confrontación que llegaría a su clímax en octubre del mismo año, con la crisis de los misiles. Kennedy no lo sabía, pero estaba imponiendo un mecanismo de sanciones que sobreviviría a todos sus sucesores y a cambios globales, entre ellos la desintegración de la URSS.
El mecanismo se fue reforzando a través de enmiendas legales y comenzó a formar parte de la política interna de los Estados Unidos. Diversas oleadas de migración crearon un exilio cubano anticastrista cada vez más influyente, sobre todo en el estado de Florida y particularmente al interior del Partido Republicano, que fueron agregando sanciones y estableciendo mecanismos cada vez más rígidos para desmantelarlo. A pesar de que diversos estudios han mostrado su inutilidad para promover un cambio de régimen, una transición democrática y el respeto a los derechos humanos en la isla, y la condena en diversos foros internacionales, el embargo se mantiene desde hace seis décadas, castigando sobre todo a la población más vulnerable de Cuba.
A sus 60 años, el embargo de Estados Unidos hacia Cuba se ha vuelto endémico, una realidad a la que sus habitantes se han acostumbrado, sin esperanzas de que se levante o flexibilice en un futuro cercano.
“Yo sé que todo esto viene por la situación económica, por la falta de productos, por el bloqueo, por todas esas cosas”, suspira resignado Urbano Navarro, un carpintero retirado de 62 años, en una calle de La Habana, donde aguarda en una de las habituales colas frente a una tienda de comida.
La puesta en vigor del embargo, el 7 de febrero de 1962, fue parte de una espiral de confrontación que alcanzó su clímax en la crisis de los Misiles, de octubre de ese mismo año, poniendo al mundo al borde de la guerra nuclear.
El embargo “surgió como un instrumento de esa guerra (…) como una herramienta estratégico-militar”, dijo a la AFP el politólogo Rafael Hernández.
Pero nunca obtuvo ninguna concesión de La Habana, empeñada en ser comunista “en las narices del imperio”, como decía Fidel Castro.
Aunque los tiempos han cambiado, una conversación telefónica reciente entre los presidentes de Cuba, Miguel Díaz-Canel, y su homólogo ruso, Vladimir Putin, en la que abordaron la “cooperación estratégica” entre los dos países, recordó al mundo la época de la guerra fría.
El viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Riabkov, no descartó un despliegue militar en Cuba si el conflicto con Washington sobre Ucrania escala.
La Habana también cuenta con el apoyo de aliados, como China, Vietnam y un número creciente de gobiernos de izquierda en América Latina.
“Un virus”
Pese a todo, el desarrollo en la isla se ha visto frustrado por el embargo. “El bloqueo también es un virus”, afirman las autoridades desde hace meses, organizando caravanas de coches, bicicletas y motos por todo el país para denunciar las sanciones.
Actualmente siguen siendo “los intereses geopolíticos” de Estados Unidos los que determinan el endurecimiento o la relajación de este cerco, explica Rafael Hernández, que señala que Barack Obama es el que ha impulsado la mayor flexibilización.
Sin embargo, nadie apretó tanto como Donald Trump con 243 medidas adicionales. Pese a las promesas de campaña su sucesor, Joe Biden, no ha suavizado en nada el bloqueo.
Incluso aplicó nuevas sanciones contra funcionarios cubanos, fustigándolos por la “represión” en las históricas manifestaciones del 11 de julio de 2021.
Según analistas, el presidente demócrata espera una mejor posición de su gobierno en las elecciones de medio término en octubre.
Las perspectivas de esos comicios “son bastante negativas y peligrosas para la isla” si los republicanos ganan terreno legislativo, dice un reciente estudio de Carlos Ciaño, del estatal Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) de Cuba.
El problema es que para la administración Biden “el cálculo electoral pesa mucho más que el deber humanitario”, dijo por su parte James Buckwalter -Arias, integrante de la organización contra el embargo Cubano Americanos por el Compromiso (CAFE).
La peor crisis
Cuba atraviesa su peor crisis económica en 30 años, con una inflación galopante del 70% y con un marcado deterioro de la calidad de vida y escasez de alimentos y medicinas.
Los defensores del gobierno cubano culpan al bloqueo de todos sus males, y sus detractores lo acusan de querer encubrir su ineficiencia y los problemas estructurales de su economía.
“No hay bloqueo, solo un embargo parcial”, dice una proclama de la organización opositora Cubadecide, dirigida desde el exilio por Rosa María Payá.
“El verdadero bloqueo fue impuesto por el Estado cubano” y se puede eliminar con “una transición hacia la democracia representativa”, añade.
Esta percepción se sustenta en la Ley de Reformas a las Sanciones Comerciales, aprobada por el Congreso en el 2000 y que permite a Cuba comprar alimentos en Estados Unidos. Entre 2015 y 2020 la isla importó de su vecino 1.500 millones de dólares de alimentos, especialmente pollo.
Pero estas compras debió pagarlas por adelantado y al contando, condiciones difíciles de cumplir para la isla.
Es “contraproducente” apretar a Cuba. “No se logra absolutamente nada”, estima Carlos Gutiérrez, exsecretario de Comercio de Estados Unidos entre 2005 y 2009.
Es “una política muy cínica”, cuyo objetivo es provocar un estallido social, “que la gente deba salir a la calle a derramar sangre”, dijo considerando al contrario que la política de Obama hacia Cuba fue “muy astuta”, aportando a la isla “dos años muy productivos” y al marcar “el camino”, con una imprescindible apertura a la empresa privada.
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