De qué hablamos las chicas cuando salimos a comer
“La salida a comer corona todo lo que vivimos en común y los que nos mueve, con la panza llena y el corazón contento”, escribe Virginia Trifogli en esta nota.
De qué hablamos las chicas cuando salimos a comer
“La salida a comer corona todo lo que vivimos en común y los que nos mueve, con la panza llena y el corazón contento”, escribe Virginia Trifogli en esta nota.
Gentileza
Ser mujer, hoy por hoy, es reconocer los problemas que nos unen, avanzar cada vez más y disfrutar de los espacios conquistados. Y entre esos, uno de los mejores es la salida a comer, donde coronamos todo lo que vivimos en común y los que nos mueve, con la panza llena y el corazón contento.
Ninguna generalidad es justa, pero vamos a tratar de establecer algunos lineamientos y, por qué no, romper mitos. Y sí, nosotras hablamos de sexo. Es la primera respuesta que recibo de mis amigas cuando las encuesto por nuestras temas entre platos y copas. Pero al mismo tiempo que conversamos sobre eso, una está halagando a otra, mientras la que acaba de llegar crítica la noticia que leyó en el celular.
¡Ojo! Hay dos momentos de silencio que son cruciales: todas las lenguas paran de bailar a la hora de elegir el menú, leemos atentas, y, una vez que decidimos, el pedido final se pone a consideración en una especie de asamblea. En esto de cuidarnos existe la alquimia de pedir algo rico, que incluya a la vegana y a la celíaca, y combine con la bebida y la billetera. Lo mismo pasa con el extenso y cada vez más difundido mundo de las cervezas artesanales, la roja en jarra suele complacer gustos varios, pero algún festejo o desazón justifica pedirse un porrón aparte.
El segundo momento, es cuando una del grupo cuenta algo importante: el trabajo, la familia o si le responde el whatsapp a esa persona que le interesa. Cubiertos, vasos y celulares quedan a un lado y una luz cenital imaginaria se posa sobre la disertante. Todo lo que tardamos en elegir el menú, queda de lado hasta que termine la exposición y empiece una ronda ordenada de balances, siempre bajo la premisa de que cada una haga lo que la parezca mejor.
La tranquilidad que esas mujeres manifiestan en el momento que les acabo de relatar se pierde totalmente cuando el debate político se convierte en otro comensal. Con el postre o la segunda ronda, cuando los relatos personales parecen haberse agotado (eso nunca sucede en realidad), la polémica del momento se somete al escrutinio femenino. Proyectos de ley, la economía, el discurso de tal funcionario o funcionaria; no le tenemos miedo a nada y hablando sin saber, o tal vez no lo suficiente, nos volvemos filósofas a la vez que decimos “qué rico esto”.
Sin embargo llegué al pancito en el plato cuando no les conté que entre cada bocado se mantienen los múltiples temas de conversación generando campos de atracción de distinta magnitud. La que hace la consulta médica no va a acaparar tanto como la que “se las mandó” y se le viene el reto. Además, aunque solemos pedir comidas que se comparten, si hubo variedad de platos, va a haber variedad de tenedores degustando cada uno. En estos casos, alguna complicidad implícita casi siempre nos lleva a no pedir lo misma que la otra, y, de paso, probar muchas recetas distintas.
Y en este juego de ir buscando similitudes creo que todas vamos a coincidir en algo: no importa el día (o la noche), a comer se sale en grupo y cuantas más, mejor. Pero la cantidad de sillas no altera la duración de la salida, que se estirará lo más posible, apretada entre las responsabilidades diarias.
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