De Neuquén a Jujuy en una Vespa por la ruta 40: la inolvidable aventura de un italiano
El gran viaje de Giorgio Stoppani en una moto modelo 1980 para unir Villa La Angostura con La Quiaca. Ya había hecho el tramo sur en el 2019 y ahora cumplió el sueño de recorrerla por completo: "Nada como la 40 para descubrir un país tan hermoso de punta a punta”.
Pasó del asfalto, los lagos y las montañas del sur al ripio a 5.000 metros sobre el nivel de mar del norte. De Neuquén a Jujuy, de Villa La Angostura a La Quiaca, del verde profundo de los bosques de la Patagonia al polvo, las piedras y los arroyos que hay que vadear bien arriba de la Argentina y que dos veces le apagaron el motor de la moto.
No era cualquier moto. Era una Vespa, ese ícono italiano nacido en 1946 luego de la Segunda Guerra que supo ganarse una legión de fanáticos. Una pieza de diseño bajita, aguantadora, hermosa. En su caso, el modelo 200 de 1980, tan confiable que una de ellas corrió el Dakar de 1982.
La simpatía que viaja en dos ruedas y que abre puertas. Desde un saludo buena onda en un semáforo o un par de bocinazos respetuosos en una ruta a aquellos aplausos inolvidables cuando lo vieron 15 motoqueros con sus máquinas de última generación en Abra del Acay, el punto más elevado de la 40, el segundo más alto del planeta después de los del Himalaya, allí donde falta el oxígeno pero la alegría de estar es tan grande que lo hace olvidar.
Para el italiano de 47 años Giorgio Stoppani, que en 1995 llegó desde Milan a Buenos Aires, estudió Economía y se quedó en el país ligado a emprendimientos familiares, era la oportunidad de terminar de recorrer los 5194 km de la icónica ruta que va desde Cabo Vírgenes en Santa Cruz hasta el límite con Bolivia, siempre cerca de la Cordillera de los Andes.
Había hecho el tramo sur con un amigo en el 2019, con la misma Vespa. Y ahora, entre fines marzo y comienzos de abril del 2021, pudo tomarse unos días para cumplir su sueño de conocerla por completo.
Lo hizo a su manera, sin planificar demasiado el itinerario, con la convicción de que solo debía acelerar desde Neuquén hacia el norte por la 40, la intriga de lo que vería al avanzar y la certeza de que en la temporada baja hay menos gente y precios más convenientes en hospedajes y comidas.
Antes, se tomó el tiempo para acomodar la moto a su metro 82 y las exigencias de la travesía: con punto de partida y de regreso en Pilar (Buenos Aires) fueron 6.800 km en 14 días al volante de una Vespa que podía alcanzar los 110 km/h sobre una recta en el pavimento. A su velocidad promedio (80km/h) le daba unos 35 km por litro, pero en las cuestas del norte no podía ir más allá de los 30 km/h entre curvas y pendientes y el rendimiento bajaba entonces a unos 20 km por litro.
Recorre la Patagonia en un Chevrolet de 1967
Otro factor que incidió durante el viaje fue el viento: pese a que le había colocado un parabrisas, le impresionó cómo pegaba de costado. “Creía que solo me podía frenar el frontal, pero no, el lateral también podía”, recuerda Giorgio, aún sorprendido.
De todos modos, el parabrisas hizo mejor todo: “Ayuda a que te canses menos y levanta el rendimiento, porque corta el viento mucho mejor que tu cuerpo”, explica al comparar su primera aventura en la 40 con la segunda en su español que aun suena con cadencia italiana.
Si un golpe de suerte lo puso frente a esa maravilla intacta de motor de dos tiempos, mecánica simple y repuestos económicos guardada casi sin uso que compró sin dudar, para la travesía también le modificó los asientos de dos estrechos a uno amplio para encontrar el lugar justo para el portaequipaje detrás del respaldo y la posición exacta para hacer los cuatro cambios a manillar y embragar con la mano izquierda con un leve toque al manubrio y frenar con el pie como en un auto con el pedal en el fuselaje. Le sumó un control de crucero, llevó una cubierta de repuesto y el GPS solo lo usó para encontrar el camino más directo desde Pilar en la provincia de Buenos Aires a Villa La Angostura en uno de los extremos del famoso Camino de los Siete Lagos.
Esa ciudad neuquina a la que llegó después de dos tres días y dos noches de viaje es una de sus preferidas. “La amo, como a Bariloche, San Martín de los Andes y toda la zona de los lagos. Me encanta”, dice Giorgio y explica que allí hizo una de las dos excursiones durante todo el viaje, al cerro Belverede. La otra fue en Talampaya y sus cañadones en La Rioja. Si la magia de la Patagonia le resultaba tan atractiva como conocida, la búsqueda de otros paisajes y otros tonos como los del parque nacional riojano lo impulsaba a seguir hacia el norte.
Y ya en Salta, le sacó un poco de aire a las ruedas para que aguanten mejor el ripio y vivir otro desafío. “El de estar sumergido en la naturaleza”, dice. Solo con su Vespa, pero al mismo tiempo acompañado por esa cofradía viajera que tarde o temprano aparece. Como esos chicos que iban a Jujuy en camioneta y en Cachi le dejaron el celular para cualquier emergencia.
Lo que siguió fue vadear arroyos y rezar para que arrancara las dos veces que se apagó. Empujar cuando se le quedaba en una cuesta, tomar impulso y seguir. Dejar atrás el punto más alto en Abra del Acay, cruzar de Salta a Jujuy, mirar el cartel que marca el límite a 4.400 msnm en esa inmensidad desolada, apunarse, manejar en las alturas bajo una nevada, parar a ponerse ropa seca y empaparse en otro arroyo después. Llegar a La Quiaca, cansado, feliz, pleno.
“Nada como la 40 para descubrir un país tan hermoso de punta a punta”, dice Giorgio en la despedida, mientras ya sueña con la próxima aventura sobre ruedas.
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