De Cipolletti a Alaska, un viaje que continuará
Nacho y Ale renunciaron a sus trabajos como contadores y partieron en mayo de 2018. A fines del 2019 volvieron a pasar las Fiestas. La pandemia los sorprendió en el Alto Valle y con el vehículo en Colombia. Apenas se pueda, quieren volver a la ruta.
Querían llegar desde Cipolletti a Alaska y su aurora boreal, probar cómo era eso de vivir de viaje, salir al mundo. El 1 de mayo del 2018 renunciaron a sus trabajos como contadores: Nacho Ruffa en un banco, Ale Morello en una empresa. Y 15 días después partieron.
Ella aún vivía en Centenario (llegó a los 18 años para estudiar desde Picún Leufú) y aquel inolvidable 16 de mayo fue su primer día de convivencia, directo al vehículo utilitario al que llaman con cariño la Chancha desde que él se tiró a pasar un auto en una larga recta en Piedra del Águila y no hubo caso: con portaequipajes y motor casi nuevo, no daba.
Ese primer día de viaje, cuando llegaron a Santa Rosa descubrieron que tampoco daba para pisar mucho el acelerador: a 110 km/h el indicador del tanque bajaba demasiado rápido. A partir de la capital pampeana, pasaron a una velocidad crucero de 70 km/h. Regla de oro número uno de los viajeros: tienen tiempo, no están apurados.
“Nos dimos cuenta de eso y desde ahí fuimos tranqui, con la idea de disfrutar el paisaje, tomar unos mates, escuchar música, charlar” cuenta Nacho, que le encaró a aprender a tocar la guitarra criolla durante las escalas.
26850 km
- Llevan recorridos desde que partieron de Cipolletti el16/5/18 hasta que llegaron a Anserma, en el eje cafetero colombiano, el 8/12/19.
“Soy autodidacta y medio cara rota, pero más bien estoy para acompañar como segunda guitarra”, dice y se ríe. “Ya vamos a mejorar”, agrega entre más sonrisas. También escribió sobre cada tramo de la aventura y con esa base proyectan publicar un libro digital.
Si estaban bien arriba podía sonar cumbia o salsa. En un tramo de onda más calma, rock nacional. O folclore, todo depende del momento. Con esa banda de sonido, llegaron a Colombia a bordo de esa Chancha noble que no los dejo nunca tirados. Y con una estrategia bien definida: de lunes a jueves, meterse en los pueblitos a ritmo lento, caminar, charlar con los pobladores, producir las artesanías que aprendieron a hacer y de las que están orgullosos. Y de viernes a domingo, ir a venderlas al centro turístico más cercano.
El debut fue en Villa Carlos Paz, en otro rubro: ajos en conserva, licor y pan casero. Segundo dato: “Ahí supimos que podíamos solventar el viaje vendiendo lo que hacíamos. Pensábamos que cuando se nos acabara la plata íbamos a trabajar de mozos o pintores, pero encontramos otra forma de generar ingresos. Y nos encanta”, cuenta Alejandra.
Fue en Andalgalá (Catamarca) donde descubrieron la belleza de la piedra nacional de la Argentina, la rodocrosita. Y fue en Cafayate (Salta) donde Damián, orfebre amigo, les compartió sus secretos para trabajarlas.
A partir de ahí, combinaron las piedras que encontraban a medida que avanzaban con otros materiales como alpaca y bronce y se dedicaron a producir pulseras, aros, brazaletes, collares y llaveros. “Y todo lo que hacemos con metal, también lo armamos con hilo encerado brasileño, con la técnica macramé”, explica Nacho.
Con esa financiación llegaron lejos, hasta el eje cafetero colombiano. Dejaron atrás maravillas como Macchu Pichu, las ballenas que vieron desde la ruta del sol que va pegada al mar en Ecuador, las playas de Brasil, los paisajes de Argentina, Bolivia, Paraguay y Perú, los sabores de cada región.
Y en Colombia, cuando debían cruzar a Panamá por barco o por avión y sabían que el regreso se haría largo, decidieron volver a Cipolletti a pasar las fiestas con amigos y familiares, con la idea de encarar después el extenso trayecto hasta Canadá.
La pandemia los sorprendió en el Alto Valle y con la Chancha en el eje cafetero. Recordaron entonces a esa pareja colombiana a la que había recibido en Cipolletti y llevaron a conocer las chacras con peras y manzanas en verano. En otra etapa de la vida, estaban en el mismo plan: salieron a recorrer América luego de jubilarse y comprar una camioneta.
Un breve mensaje bastó para tener el ok y montar una red para que la dejaran en su casa mientras ellos estaban en Brasil, varados en la frontera con Bolivia. Tercer dato: la comunidad viajera es solidaria. “Es muy fuerte lo que pasa. Estás solo en la ruta sin tu familia y sin tus amigos. Y se generan vínculos muy potentes con la gente en el camino. Nos ha pasado que nos reciban sin conocernos, que nos digan ‘pasen, están en su casa’”, cuentan.
¿Y qué pasará con su viaje? Por lo pronto, no es posible entrar a a Colombia hasta el 31 de agosto. “Cuando se pueda, queremos seguir. Hasta ahora nos han tratado muy bien. Esperamos que el virus no cambie el pensamiento sobre los viajeros”, dice Nacho. Ale se despide así: “Somos conscientes de cómo está el mundo y de que volvernos desde Colombia es una opción. Pero hoy, más que regresar, nos vemos llegando a Alaska. Y la aurora boreal…”
Enseñanzas en el camino. Una de las que destacan es que se puede vivir muy bien con mucho menos de lo que uno cree que necesita, como lo describe Alejandra. “Es así. De viaje aprendés también a cuidar lo que tenés. Por ejemplo, con el tanque de agua de 15 litros nos podemos duchar los dos y lavar los platos. Nosotros volvimos a Cipolletti con otra cabeza».
«La vida que elegimos es diferente a la que teníamos antes. Ya no me gastaría la plata en una cartera, ropa o unos zapatos ni pensaría siempre en el auto nuevo. Hoy pienso en tener para comer y una casita ecológica, autosustentable, con huerta. Obvio que no critico a nadie de ese sistema del que nosotros éramos parte, esto es nada más cómo vemos las cosas ahora”, dice Alejandra.
“Conocimos otra forma de vivir, de trabajar de autosostenernos, de construir, conseguir nuestro propio alimento. Viajar nos abrió la cabeza”, dice Nacho.
«La chancha tiene una estructura en forma de «U» con cajones que tienen lo necesario para nosotros: ropa, calzado, artículos de limpieza, baño, cocina y comida. Con almohadones de goma espuma de alta densidad de 12 cm armamos una cama de 1.90 x 1.30 mts muy cómoda e ideal para nosotros que somos grandotes.
Armamos un toldo que se extiende hasta 3mts, que se sujeta con unos estructurales que nos tapa el sol y la lluvia. Con un tubo de PVC, tenemos un tanque de agua de 15 LTS que, con una carpa autoarmable entre las dos puertas traseras, es nuestra ducha. Instalamos un ventilador que nos salva las papas con los calores. Y además, un baño químico de 10 LTS y un panel solar que nos da electricidad. Tenemos total independencia…»
Para conocer más historias y fotos de Ale y Nacho: El patio de casa por América.
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