Rodolfo Walsh, Truman Capote y los orígenes de la “no ficción”

¿Fue A Sangre Fría la novela que inauguró el Nuevo Periodismo? ¿O acaso fue Operación Masacre, publicada en Argentina nueve años antes? Ni una cosa ni la otra. En esta nota, similitudes y diferencias entre dos autores indispensables.

Por Mauro Moschini

En una entrevista de principios de 1958, Rodolfo Walsh contaba que ya se había agotado la primera edición de Operación Masacre (publicada hacía unos pocos meses) y señalaba que ni un solo diario importante la había reseñado. A continuación, ironizaba: “Eso quiere decir (…) que los críticos lo leyeron con suma atención. (…) Si realmente hubiera pasado inadvertido, alguno, por distracción, habría glosado la solapa, que es el método habitual”.


Parece que en el siglo XXI son muchos los que siguen ese método. En un sitio web del que miles de personas descargamos libros digitalizados, directamente transcribieron lo que afirma la contratapa de la edición de De La Flor: “Operación Masacre, una de las primeras novelas de ‘no ficción’ (…) se anticipó en nueve años al New Journalism, es decir, la aplicación de procedimientos propios del género novela al relato de hechos verdaderos”.


El año pasado Leila Guerriero (autora de algunos de los mejores textos de no ficción de las últimas décadas) participó de la Residencia Literaria Finestres, que tiene lugar en la misma casa donde Truman Capote estuvo escribiendo A sangre fría. Guerriero intentó –sin mucho éxito– encontrar más rastros que los ya sabidos de la estadía de Capote en ese lugar y contó esta infructuosa búsqueda en La dificultad del fantasma, un libro que seguramente no se contará entre los mejores de su producción.


Allí, también ella glosa esa contratapa al referirse muy brevemente a Rodolfo Walsh. Ante pruebas de un consenso tan generalizado, a los ingenuos que nos tomamos en serio el trabajo de leer se nos prenden varias alarmas.


Revisemos con algo de cuidado ese texto. Al plantear que Operación Masacre “se anticipó en nueve años al New Journalism”, se da por sentado que el New Journalism nació con A sangre fría, que se publicó en 1966 (nueve años después de la primera edición de Operación… publicada en 1957). Pero ¿fue así?

Capote y el New Journalism: contemporáneos pero no iguales

Si nos atenemos al prólogo de Tom Wolfe a su antología El nuevo periodismo (en el que resume la historia del surgimiento y desarrollo de esa corriente literaria) queda claro que no es correcto fechar el nacimiento del New Journalism en 1966, con la publicación de A sangre fría.

La cosa empezó antes, alrededor de 1955, en las redacciones de algunos diarios y revistas de Estados Unidos, y sus personajes más representativos eran jóvenes periodistas con ambiciones literarias. Nada que ver con Capote, quien además nunca quiso ser incluido en el New Journalism.


A fines de 1959 Capote ya había conseguido la legitimación de la crítica y el reconocimiento de un público masivo a nivel mundial. Encontró la noticia del asesinato de una familia completa de chacareros de Kansas y se fue a investigar. Poco después, la policía encontró a los dos asesinos y los condenó a muerte.


Capote entrevistó a todo el pueblo y reconstruyó con lujo de detalles la vida de las víctimas, pero también la de los asesinos, a quienes retrataría atendiendo no solo al horrible acto por el que los conoció. Se impuso el desafío de ser fiel a los hechos de esa historia y de superarse a sí mismo como escritor y luego de varios años de trabajo, lo logró.


No necesitaba al periodismo para abrirse paso. Y tampoco introdujo en la escritura periodística procedimientos y recursos artísticos, para luego insertar esos textos en una dinámica de publicación y reconocimiento propia de lo que se llamaba “literatura” (a lo que se le daba el estatuto de “arte”). Más bien hizo al revés.

Así que Capote no inventó el New Journalism y, si inventó la novela de no ficción (como le gustaba afirmar, aunque para todos haya sido discutible), lo hizo solo un par de años después de publicada la primera edición del libro de Walsh, quien ciertamente nunca se propuso inventar la novela de no ficción, ni en ese momento, ni mucho menos después.

Walsh y Operación Masacre

El 9 de junio de 1956 los generales Valle y Tanco, ambos leales a Perón, encabezaron una sublevación contra el gobierno de Aramburu. Esa misma noche, en la ciudad bonaerense de Florida un grupo de personas se juntó a escuchar por radio una pelea de box.


Como es célebre gracias a Walsh, la represión de esa reunión consistió en un intento semifrustrado de fusilamiento que además de clandestino, porque aún no se había declarado oficialmente la ley marcial, fue completamente irregular. Walsh se enteró ese mismo día de la sublevación y su represión. Pero no fue hasta diciembre de 1956 que empezó a investigar el caso.


Según él mismo dijo en la entrevista que citamos al principio, lo hizo por las siguientes razones: “en primer término, la piedad ante el rostro lacerado de un hombre cualquiera, Livraga, que había pasado por una experiencia terrible. En segundo término, supongo, un poco tardío impulso de aventura y una pequeña dosis de instinto periodístico”. Es decir: no por razones específicamente literarias.


Aunque para fines de 1957 ya se había publicado como libro Operación masacre (con el significativo subtítulo Un proceso que no ha sido clausurado), esa primera versión estaba lejos de ser la que hoy se lee como la definitiva o como la única.


Entre 1957 y 1973, se publicaron ocho ediciones. En cada una de ellas Walsh agregó o quitó prólogos y epílogos, además de sumar nuevos datos. En esas modificaciones se puede notar cómo quiso que su investigación interviniera en las cambiantes realidades políticas de la época y cómo cambió su propia manera de entender la tragedia que narró.


Lo que importa para esta nota es que la elaboración del libro fue constante durante esos años, en medio de los cuales se hizo famoso A sangre fría y el New Journalism (y Walsh publicó otros dos libros de “no ficción”: ¿Quién mató a Rosendo?, en el 69 y Caso Satanowsky en 1973). Si consideramos como “definitiva” la edición publicada en 1973, Walsh llega tarde a la absurda competencia que nos propone el lugar común.


Si no simplificamos el complejo recorrido de Operación Masacre como libro, notamos que es exactamente contemporánea de la experimentación de Capote con el periodismo o la “no ficción”, cuyo comienzo también puede fecharse en 1956 con Se oyen las musas, una crónica periodística de la gira de una compañía teatral estadounidense por la Unión Soviética, a la que asistió Capote.


En el prólogo de Wolfe que citamos antes, se lo menciona como una obra “precursora” del New Journalism. Este repaso de fechas acaso muestre que los procesos de escritura no se atienen exactamente a la linealidad del calendario y que la periodización de los sucesos no es algo dado, sino una decisión de quien escribe la historia.

Para leer más allá de los clichés

¿Todo esto quiere decir que Walsh y Capote no tienen nada que ver? La más razonable respuesta es que en la obra y la biografía de estos dos autores hay tantas sugerentes similitudes, como rotundas diferencias. Diferencias: En la etiqueta que Capote propuso para su libro –non fiction novel, novela de no ficción– se ve que su propósito era sintetizar las dos cosas: el apego a los hechos del periodismo y la elaboración narrativa y estilística de la gran novela.


Guerriero cita en su libro una famosa entrevista a Walsh en la que afirma lo siguiente: “La denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, es decir, se sacraliza como arte. Por otro lado, el documento, el testimonio, admite cualquier grado de perfección”.


En la introducción a ¿Quién mató a Rosendo? (el más brillante de sus libros de “no ficción”, escrito cuando su técnica como periodista y narrador había alcanzado su máximo refinamiento) fue más tajante: “Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya”.


Es claro que además de pensar la “no ficción” en términos de testimonio o denuncia (política), Walsh la consideraba como algo separado de la ficción (cuyo ejercicio no desconocía); a diferencia de Capote, a quien no interesaba la denuncia (A sangre fría trata sobre algo ya juzgado, los fusilamientos de León Suarez quedaron impunes).


Similitudes: ambos fueron a buscar una experiencia extraordinaria, pero sin pensar que por eso podían descuidar la búsqueda de precisión y belleza en la escritura. Mantuvieron una voluntad de estilo a la que jamás renunciaron.

Diferencias: Capote terminó arruinando su obra posterior a A sangre fría por aspirar a la máxima perfección. Juzgó que lo que había escrito hasta entonces no era todo lo perfecto que podía ser, y se embarcó en un proyecto narrativo que nunca lo dejó satisfecho y nunca pudo terminar. Además, nunca se recuperó del impacto emocional de haber visto cómo colgaban a los asesinos que protagonizan A sangre fría.


El contraste entre su formidable éxito y las horribles muertes de quienes vivieron la historia que él escribió era demasiado notorio como para que no lo atormentara. En la biografía de Walsh, la revolución cubana y su participación en Prensa Latina tuvo un peso tan decisivo como Operación masacre.


Mientras Capote fue una de las estrellas más brillantes de los ricos y famosos de New York, a Walsh nunca le interesó seducir a la burguesía. Si nos quedamos solamente con que Walsh “se anticipó a Capote”, no solo pasamos por alto detalles no menores de la historia literaria, sino que cometemos el error de no entender con mayor claridad la especificidad y la riqueza de sentidos de la obra y el recorrido de cada uno.


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