Adriana Riva: «Sólo se mira el lado B de la vejez”
"Ruth", el nuevo libro de la escritora argentina Adriana Riva es una de esas novelas que se disfrutan, se recomiendan, se regalan. No sólo por la prosa de su autora, sino por el entrañable personaje que lleva la narración: Ruth, la del título, que tiene 82 años, un humor inagotable y una curiosidad insaciable. Un personaje que quedará en la memoria.
Publicado a fines de 2024, “Ruth”, de la escritora argentina Adriana Riva, ya ha agotado cinco ediciones y se perfila como uno de los libros de este año. Una novela narrada por una mujer de 82 años, viuda, que a veces puede preferir quedarse en camisón, en su cocina, pero que no ha perdido el pulso vital. Tiene dos hijos grandes -uno la llama desde el auto y el otro, cuando pasea al perro- y sobre todo, tiene un sentido del humor cáustico,, en una dosis justa para no perderse en el desconsuelo ni en la autoconmiseración.
Ruth tiene, además, una curiosidad hambrienta; intercambia mensajes desopilantes con sus amigas, y aunque tiene algunos achaques, se da el gusto de salir, ir a la ópera con amigas y cerrar la noche con una cena afuera. En sus reflexiones, incluso en la hora aciaga que para ella son las tres de la tarde, piensa cosas como estas: “A veces tengo la sensación de que la vida es entrar por una puerta giratoria con minifalda y toca y salir con implantes y biaba”. O esta: “Lleva una vida aprender a no ser joven”.

Riva, que además es una de las fundadoras de la editorial de libros para chicos Diente de león, y autora de “La sal” (una suerte de road movie por las rutas pampeanas, con su madre y su hermana), de “Angst”, y del libro de poemas “Ahora sabemos esto”, habló con Lecton del libro, de Ruth y de la vejez.
–Aunque la serie “El Eternauta” haya puesto un poco de moda eso de que “lo viejo funciona” y el héroe +60, vivimos en un mundo en el que la vejez es mirada de modo despectivo.
-La vejez es un período más de la vida y lo único determinante es que es el último. No estoy segura de cuándo empieza, pero sí de que tiene su lado B, como cualquier etapa. También la infancia puede ser dura, la adolescencia insoportable, o la adultez, llena de altos y bajos. En el mundo en el que vivimos sólo se mira el lado B de la vejez y esa mirada está llena de clichés, como eso de hablar de ellos diciendo “abuelita”,” abuelito”, o infantilizándolos. A mí eso me parece un peligro porque al infantilizar a las personas mayores, se tiene poder sobre ellas y se toman decisiones en nombre de ellos, sin consultarlos. Hay una suerte de invisibilidad y destrato, que lo plantea Ruth en la novela.
-Aunque Ruth está planteada como una mujer curiosa, activa dentro de sus posibilidades, no es una mirada candorosa y mucho menos aniñada. Es un personaje que tiene sus grises.
-No quería caer en el cliché del viejo gagá, o del viejo cascarrabias, que por supuesto los hay. Hay tantas vejeces como viejos y viejas. A la vez, veía que hay un montón de mujeres en el umbral de los 80, que tienen vidas súper activas. Desde la perspectiva capitalista se los deja de lado porque parecen no ser funcionales al sistema. Y no es así: hay mucha gente mayor que consume salidas, arte, que viaja. Y además, cada vez somos más los que llegamos a viejos. Entonces, hay una generación entera de adultos mayores, viejos, que no está tan narrada en la literatura desde el lado A. Siempre se narra el lado B: los achaques las caídas, el alzheimer, la demencia senil. En Occidente creo que hay una mirada errónea sobre la gente mayor: como descarte.
-Hay mucho humor en la manera de ver el mundo de Ruth. Incluso cuando plantea cuestiones que son serias, como la invisibilización. Me refiero a esa escena en la que ella habla de lo que se va a poner para salir y piensa en que no importa, porque nadie mira a los viejos. Es algo serio dicho con desparpajo. ¿Cómo trabajaste en el humor de Ruth?
-Para mí es muy importante el humor en la literatura, y en todas las etapas de la vida. Pero puntualmente, en el caso de Ruth, me parecía fundamental que hubiera humor porque hay temas ineludibles en la vejez. Me refiero sobre todo a la muerte: es la última etapa de la vida y sin dudas uno está cada vez más cerca de ese final. Pero además, porque para haber llegado a ese punto de la vida, es muy probable que haya tenido pérdidas, muertos, que cargue con dolores. Entonces, me parecía que para tratar ciertos temas profundos, como la viudez en el caso de Ruth, la soledad, las amigas que empiezan a desaparecer, y para que no sea una novela que sólo se centre en la parte oscura de la vejez, era esencial que tuviera humor. Y además porque me parece que así es como sobrellevamos un poco la vida, con humor. Hay tantos misterios, y sin sentidos que realmente si no nos salva el humor, no sé qué nos salva.
–Otro tema que me gustó mucho es la relación con los hijos. Está contado desde ella, y desde el amor, pero también, a veces, desde el fastidio. Está la amiga, Fani, que se siente “secuestrada” por la hija; están los hijos de Ruth, que a veces le resultan molestos. Es una imagen poco idealizada…
-Me pareció que en general se ve a la vejez desde la mirada de la generación de los hijos: qué piensan los hijos de sus padres. A veces también por cómo se van invirtiendo los roles y cómo los hijos pasan a ser cuidadores de los padres. Muchas veces el sesgo está puesto en “me tengo que ocupar, tengo que arreglarle la vida a mi mamá o a mi papá que está muy grande” y me parece que – vuelvo al tema de la infantilización y de tomar decisiones sin consultarles- a veces incluso con las mejores intenciones uno prioriza el bienestar propio por sobre el de los adultos mayores. No siempre esa es la solución conveniente ni lo que una persona mayor quiere. Hay todo tipo de ejemplos: desde quienes tienen a sus padres en un geriátrico, y no estoy juzgando porque muchas veces es el mejor lugar, pero hay un montón de distintos escenarios posibles para la vejez. Te puede tocar una hija como la de Fani, que quizás puede aparecer como el personaje más maldito de la novela, y que en verdad tiene buena intenciones, pero maneja mal las cosas. Y entonces es como dice Ruth: a los jóvenes se les permite todo y se les perdona todo y en cambio a un viejo que hace una cagada, pasa a ser un viejo de mierda. Tiene que ver con cómo pensamos las distintas edades y no es que los jóvenes per se son mejores que los viejos. Cuesta entender a la gente mayor. Hay muchos lectores que me dijeron: “ahora entiendo mejor a mi mamá o a mi papá”. Hay que tratar de ponerse en los pies de una persona mayor, que no es el mismo punto de vista que si uno tiene 25 años. Hay muchos padres que requieren del cuidado de los hijos, pero hay que ver hasta dónde hay que avanzar sobre una persona que está con todas sus facultades.

-Contame un poco el proceso del libro. Sé que la mujer de la tapa es tu mamá. ¿Cómo surgió la idea y qué te llevó a escribirlo?
-Quería escribir sobre mi madre. Mi tema siempre es la madre, la maternidad. Leí justo el libro de Chantal Ackerman, que era una cineasta belga, “Una familia en Bruselas” que arranca diciendo que ve a una mujer mayor, viuda, sola, caminando en bata por la cocina y yo pensé: Esa es mi madre, me robó a mi madre. Entonces, se me ocurrió que podía, en vez de escribir sobre mi madre, intentar ser mi madre, personificarla. El puntapié inicial fue mi madre, pero después Ruth cobra vida propia. No es que encaré la novela pensando en escribir una novela sobre la vejez sino. Fue así: quiero escribir una novela sobre mi madre, que devino en un personaje completamente ficcionalizado pero que parte de mi madre.
La editorial propia
De un extremo al otro de la vida. Además de la vejez, a Adriana Riva le interesa también la literatura infantil. La literatura en general.
Tiene una editorial pensada para los más chicos que se llama Diente de León juegos. «Tenemos seis títulos, estamos por sacar el séptimo. Todos tienen que ver con el tema de nuestra nacionalidad. Tenemos una colección de mujeres extraordinarias: en la que narramos la vida de María Elena Walsh, la vida de Doña Petrona, la de Martha Argerich y la de María Luisa Bemberg. Otro sobre las provincias, que es una especie de atlas sobre cada provincia y las cosas típicas de cada una. Otro libro sobre la ciudad de Buenos Aires y otro sobre artistas. Es algo que me encanta y lo hago con una amiga, Mercedes Monti». Va muy de a poquito «, cuenta.

Además, su dedicación por la literatura, la impulsó a idear, junto a las escritoras Natalia Rozemblum y Ana Navajas, y al diseñador Santiago Goria una revista literaria de papel. Le pusieron El gran cuaderno, y salieron al mercado en 2022. El primer número se agotó en pocos días. «Surgió porque nos dimos cuenta de que era muy difícil conseguir libros y autores de latinoamérica. Es mucho más fácil leer a un francés o a un inglés que a un escritor de Paraguay o de Perú. Entonces, queremos llenar ese vacío dando un pantallazo d elo que está ocurriendo. Salen dos por año y lo que busca es ser una suerte de pantallazo de lo que pasa en latinoamérica con respecto a la movida artística. Si bien se centra en la literatura, siempre incluimos ilustradores, músicos, poetas, fotógrafos. Son proyectos que disfruto muchísimo». El gran cuaderno «, dice Rivas.
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