Licorice Pizza: el amor es una carrera

Falta poco para la entrega de los Oscar 2022, así que vamos a repasar los filmes que compiten por la estatuilla. Una película nominada al día: hoy, lo más nuevo del creador de "El hilo fantasma" y "Magnolia".

Dan ganas de correr, como ellos. Dan ganas de perder el aire en la carrera, tratando de alcanzar esa felicidad etérea del enamoramiento. «Licorice Pizza», la bellísima película de Paul Thomas Anderson, se empieza y se termina con una sonrisa en la cara, con esa sensación de bienestar que contagian las buenas historias y que mejoran aún más con las maravillosas canciones que la acompañan.

(No es exageración. Vean este tráiler de la película, con «Life on Mars?», de David Bowie: ¿no están sonriendo?)

«Licorice Pizza», que ojalá estuviera más tiempo en los cines, tiene 3 nominaciones a los premios Oscar (Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Original) y es una historia de amor con muy buen estado físico. En la superficie, es una historia de amor entre el quinceañero Gary Valentine y Alana Kane, que es diez años mayor que él. Pero es además y sobre todo una historia de amor a un lugar y a una época: El Valle de San Fernando, y los 70.

La escritora y periodista Joan Didion, decía que somos el paisaje en el que crecimos. Ella, tan californiana como Anderson, narró como pocos la tierra de Sacramento. El cineasta creció unos 600 kilómetros al sur de ese lugar, en el Valle de San Fernando, el lugar al que vuelve en sus películas (ya en «Boogie Nights, de 1997, retrató el florecimiento de la industria del porno en este lugar). El Valle de San Fernando es algo así como la periferia de la fábrica de sueños que mueve a Los Ángeles; es el «Bervely Hills de la clase trabajadora» como lo define el propio Anderson. Y quizás por eso, por ocurrir en esos márgenes menos glamorosos y más reales, la película de Anderson respira tanta autenticidad.

Hay autenticidad en esos dos protagonistas que eligió Anderson: Cooper Hoffman y Alana Haim, nada conocidos para el cine (aunque él es el hijo del fallecido actor Philip Seymour Hoffman y ella es la líder de una banda de rock, Haim, que comparte con sus hermanas Este y Danielle, y que tuvo varios videoclips realizados por el propio director), y alejados de las estándares más convencionales de la industria del cine. Hay autenticidad en esas calles y hay autenticidad en todos los guiños, que son puro amor al cine (como el comienzo, que homenajea a la sensacional American Graffiti).

Parte del comienzo del filme, cuando se conocen Gary y Alana.

En la superficie (y eso no quiere decir superficial) esta es una historia sobre el primer amor, y sobre un amor que parece imposible, porque él, tan seguro, tan pícaro, tiene 15 y ella, tan desorientada sobre presente y su futuro, tiene 25. En esa superficie, los dos protagonistas corren. Corren a destiempo (uno más rápido y otro más lento); corren a la par; corren para encontrarse; para ayudarse; corren a pura risa; corren para salvarse de la policía; corren entre las calles de esa Bervely Hills de la clase trabajadora donde son capaces de inventarse un presente inestable, vendiendo camas de agua, o abriendo un local de pinball (justo después de que se levantara la prohibición sobre estas máquinas, en 1973), donde son incapaces aún de llegar a un futuro, por más que corran, todo el tiempo.

Gary y Alana, en una de estas simpáticas carreras que recrea la película.

Y es tan lindo verlos correr en esa época de la vida en la que casi todo está por delante, intentar esa relación (que apenas se insinúa), que cuando termina la película y se enciende la luz, nos quedan las añoranzas, una sonrisa, y mucha buena música sonando en la cabeza.


Paul Thomas Anderson

Con una carrera extraordinaria llena de proezas cinematográficas como hacer llover ranas con una poesía infinita (en Magnolia, 1999, donde Tom Cruise está brillante en su papel), mostrarle al mundo que Adam Sandler es un gran actor dramático (Embriagado de amor, 2002) o adaptar una novela de Thomas Pynchon sin terminar complicado (Vicio propio, 2014), y sobre todo por la película anterior donde retrata otra historia de amor, complejísima y enfermiza (El hilo fantasma, 2017) Paul Thomas Anderson no necesita demostrar lo gran director que es. Pero aquí está, con esta aparente sencilla película, que nos hace sonreír, de principio a fin.


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