Elogio a las perdices
Las aves que aparecen en tantos refranes -”fueron felices y comieron perdices”, “No hay que levantar la perdiz”, entre otros,-, que son además protagonistas de supersticiones, las que se ven al costado de la ruta y le dan nombre a playas y lugares, son las protagonistas de esta columna.
Al maravilloso escritor Jorge Walterio Ávalos (el autor de “Shunco” y “Shalacos” entre otros atrapantes libros) debemos una muy completa descripción de esos animalitos tan corrientes en el campo: las perdices. Dice nuestro autor que “son aves de regular tamaño, de aspecto en cierto modo parecido a las gallinas, con la diferencia grosera de faltarles la cola propiamente dicha. Son terrícolas, esto es, viven en el suelo: sus alas cortas y obtusas no les permite sino un vuelo bajo y de poca duración”.
“Vuelan atropelladamente y sólo cuando se ven obligadas a ello, y muchas veces se destrozan contra los hilos de los alambrados”. Y aquí me permito una breve digresión: Mario Franco solía arengar a la militancia a “no volar como las perdices porque se descogotaban en el primer alambrado”.
Continuando con el texto de Ávalos dice que “cuando se ven perseguidas procuran disimularse entre los yuyos aprovechando el mimetismo cromático que le prestan los colores apagados”.
“Se alimentan de vegetales, semillas, insectos; algunas especies grandes, tragan lagartijas y hasta ratones”.
“Lanzan un silbido característico, que se escucha sobre todo al atardecer”.
“La perdiz no puede beber del suelo como las demás aves sino que tiene que esperar la lluvia, oportunidad en que permaneces con el pico abierto para que las gotas le penetren. Los huevos de las perdices son muy bonitos; satinados y de color uniforme: los hay de chocolate intenso, violáceos, chocolate violáceo, verde amarillento, marrón liláceo y purpúreos”.
“Todas las perdices hacen su nido en el suelo, en una pequeña depresión escondida entre los yuyos o en los cultivos. Ponen varias veces al año en nidadas de cinco o doce huevos”.
“Dice la superstición que es desgracia para los moradores el acercarse una perdiz al rancho. Y una cabeza seca de perdiz es talismán para evitar ser picado por víboras”.
Son tan antiguas que en la Biblia el profeta Jeremías las pone como ejemplo: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y en su postrimería será insensato”. Jeremías 17-11. Y en el Primer libro de Samuel 26-20 dice que “ha salido el rey de Israel a buscar una pulga, así como quién persigue una perdiz por los montes”.
José Hernández en el Martín Fierro cuenta que “salió la partida armada/ y trujo como perdices/ unos cuantos infelices/ que entraron en la voltiada”.
Leopoldo Lugones la cita en su exquisito “Salmo pluvial”: “Delicia serenísima de la tarde feliz. / El cerro azul estaba fragante de romero, y en los profundos campos silbaba la perdiz”.
Cuentan los que saben que el Papa Pío V “era de buen diente y su cocinero Scappi (famoso por haber inventado el mazapán) le servía al prelado uno de sus platos favoritos: perdices rellenas con piñones”.
Hay en nuestro país una localidad llamada “Las perdices” y otra en la provincia de Buenos Aires con el nombre de “Copetonas”, que sus diferencias tienen.
También “Punta Perdices” (no sé porque se llama así) cerca de Las Grutas lleva ese pintoresco nombre y es uno de los últimos paraísos que los rionegrinos tenemos al alcance la mano.
Hay muchos refranes que la aluden, verbigracia: “Buena es la carne de perdiz, pero mejor la de codorniz”; “Cantó al alba la perdiz, más le valiera morir”; “Conejo, perdiz o pato, venga al plato”; “Para San Antón, busca la perdiz a su perdigón”.
Y decimos que “no hay que levantar la perdiz”, cuando debemos guardar un buen secreto y que nadie más lo sepa.
Ya es raro ver perdices al costado de la ruta y más raro salir a “perdiciar” munidos de un farol y otros elementos de caza, más por diversión que por cobrar algunas piezas.
Dicen los que saben –los pobladores de la meseta por ejemplo- que en ese ámbito, y no es leyenda, hay perdices coloradas. Y no faltamos a la verdad si afirmamos que hay perdices de patas coloradas.
Pero, nadie lo puede negar: “Qué ricas son en escabeche”, como las hacía mi madre.
Y para cerrar esta breve nota nada más acertado que darle final con la consabida frase de muchos cuentos infantiles: “fueron felices y comieron perdices”.
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