Cuando hay inquietud y creatividad, hasta ollas de piedra se pueden hacer
Cerca de Varvarco, norte neuquino, hay una cantera que destina sus piedras para la construcción. Sin embargo Carlos Parada, comenzó a explorar y trabajar el material hasta convertirlo en un utensilio de cocina.
Por Victoria Rodriguez Rey (@victoriarodriguezrey)
Hay ollas de aluminio, ollas de acero inoxidable, ollas de barro, de hierro, de cobre, enlozadas, doble fondo, a presión y también hay una olla ciento por ciento de piedra. Así es, hoy la batería de cocina de Carlos Parada la integra una olla de piedra confeccionada por él mismo guiado por la inquietud, la creatividad y el tiempo.
Son muchas las teorías que sostienen que a través de la domesticación del fuego para el tratamiento de los alimentos, se desencadenaron una serie de consecuencias a nivel social, el desarrollo de la cultura, ni más ni menos. Sin duda, se trató de un elemento revolucionario en la historia de la humanidad. Con el manejo del fuego para abrigo, protección y cocción, surge determinada tecnología vinculada a su uso. ¿Cómo sería elaborar una sopa en la prehistoria? Además de cocinar a las brasas y a las llamas, según estudios arqueológicos, el uso de la piedra fue la antesala de los actuales cacharros de cocina desarrollados para el tratamiento de los alimentos.
Carlos Parada vive “de siempre” en el norte, bien norte de la provincia de Neuquén, Varvarco. Es empleado municipal y durante su vida ha desarrollado habilidades como la albañilería, plomería, carpintería, “también le hago a la electricidad, soy acto de todo servicio. Y por ahí decido hacer cosas diferentes, por eso el motivo de hacer la olla de piedra”.
En los meses que transcurren desde fin de otoño y el verano estuvo trabajando en la cantera, a unos kilómetros de su localidad. Fue así que comenzó a analizar el comportamiento de la piedra que naturalmente se usa para la construcción. Con un cortafierro, maza y punto comenzó a trabajarla, a diseñar lo que sería el utensilio que contendría los asados de olla y estofados posteriores.
Varios días para ahuecarla y “luego la puse un día al fuego y la observé, qué hacía, cómo se comportaba, quería conocer la actitud de la piedra y vi que no hizo nada. Solo se calentaba. Así que al otro día llevé aceite, sal y algo de carne de ternera. Salió asado. Para mí era como una olleta de fierro. Se calienta con rama pequeña y levanta una temperatura impresionante y de larga duración. Tomé la decisión de seguir haciendo”, cuenta la experiencia Carlos, quien hoy atesora un ejemplar en su casa de cuarenta centímetros de largo, veinte de ancho y ocho de profundidad.
“Es cuestión de arreglársela con lo que a mano hay”, le dicen las voces de los más antiguos con frecuencia a Carlos, quien estará esperando visitas para estirar el estofado y compartir la técnica. Un poco de eso es la alimentación. El fuego se alimenta de técnicas, saberes e ingredientes que ilustran un paisaje único, con una historia singular, geografía, producción, mitos, creencias, utensilios, para traducirse en el patrimonio cultural particular de cada pueblo.
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