Cristina y su furia ante la Corte: una manifestación de impotencia
Cristina Fernández no ha visto mejor forma de expresar sus frustraciones, por actos y determinaciones judiciales que van en el camino opuesto a sus aspiraciones de sortear su propio destino procesal, que lanzar ataques furiosos contra la Corte Suprema.
Lo hizo a escasos días de que el alto tribunal decidiera -de forma unánime- rechazar las apelaciones de Amado Boudou, su ex vicepresidente condenado, para evitar la cárcel. Ya venía irritada con la resolución de la Cámara de Casación que convalidó la ley del arrepentido en las actuaciones en la causa de los cuadernos.
“A nadie se le ocurra tergiversar mis palabras con titulares diciendo que pretendemos una Justicia adicta”, dijo ayer en su carta para, en realidad, reafirmar que sus deseos más profundos son precisamente disponer de una Justicia funcional, para lo cual trabaja: el alejamiento de jueces incómodos, un procurador general afín, esta Corte removida, otra Corte…
La vicepresidenta no logra el bill de inmunidad que espera para quedar libre de causas que la tienen procesada junto a sus hijos.
Inútilmente, pide a sordos gritos que le quiten el peso de un juicio oral que parece inevitable.
La furia vertida ayer hacia la Corte es la manifestación de una impotencia frente a su martirio, al que bautizó “lawfare”.
Y la emprende contra los máximos magistrados garantes de derechos constitucionales; no -como imagina- resortes de impunidad capaces de torcer jurisprudencia o acciones de tribunales inferiores. Conjetura de esta Corte escenarios de “extorsión” y condicionamientos a “este gobierno para hacerlo fracasar”.
Estos denuestos incontinentes no surgen de una ciudadana común, sino de la máxima autoridad de un Poder del Estado que debería respetar a los demás Poderes y garantizarles independencia y autonomía, principios elementales de la democracia.
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