Cristina contra la continuidad
A pesar de cometer algunos errores sorprendentes, de los cuales el más notorio ha sido el supuesto por la decisión de vacacionar en Italia cuando se inundaban zonas extensas de la provincia de Buenos Aires, que desconcertaron a sus asesores y fueron debidamente aprovechados por sus adversarios, el candidato presidencial del oficialismo sigue siendo el favorito para triunfar en las elecciones del 25 de octubre. Sin embargo, parecería que a juicio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el presunto heredero representa a una corriente que le es ajena, razón por la que afirmó que los radicales están impulsando “una campaña no contra Daniel Scioli sino contra el Frente para la Victoria”. La resistencia a reconocer que, le guste o no le guste, Scioli milita en el movimiento que se ha formado en torno a su persona es preocupante. Cristina habla y actúa como si estuviera convencida de que en diciembre “el proyecto” kirchnerista se verá interrumpido por la llegada al poder de un gobierno de otro signo, y que por lo tanto no le corresponde procurar ayudarlo. Será por este motivo que, con el aporte muy valioso del ministro de Economía Axel Kicillof, está tratando de gastar todo el dinero que todavía queda en las arcas estatales con el propósito aparente de dejarlas vacías días antes de la conclusión de su mandato. En la primera mitad del año, el déficit de las cuentas públicas se multiplicó por tres, lo que hace prever que el sucesor de Cristina inicie su gestión con uno rayano al 7% del producto bruto. En otras latitudes, tal perspectiva ocasionaría pánico, pero parecería que aquí la mayoría de los políticos la considera meramente anecdótica, una distorsión desafortunada que podría remediarse con algunos retoques menores. Por cierto, ningún presidenciable quiere arriesgarse advirtiéndonos que el país está deslizándose con rapidez hacia un precipicio financiero; saben que cualquier manifestación en tal sentido sería tomada por evidencia de que se han propuesto someter el país a un feroz ajuste neoliberal. La estrategia de gastar todo porque se acerca el fin del mundo –o, por lo menos, aquel del relato kirchnerista– tendría cierta lógica perversa si Cristina creyera que su sucesor sería Mauricio Macri o Sergio Massa, pero ocurre que Scioli aún lidera la carrera en todas las encuestas. Si la Argentina fuera un país “normal”, el gobierno nacional estaría esforzándose por asegurar que, por tratarse de su propio candidato, la eventual gestión del bonaerense comenzara bien, con las cuentas públicas en orden, pero, puesto que dista de ser “normal”, parece haber decidido entregarle una herencia tan onerosa que podría aplastarlo en cuestión de semanas. Si bien es factible que Cristina y los miembros de su círculo áulico tengan buenos motivos para creer que Scioli será derrotado en octubre, también lo es que lo tomen por un opositor más, uno tan derechista como Macri y Massa, razón por la cual ya están conspirando en su contra con la esperanza de que una crisis mayúscula los ayude a recuperar muy pronto el poder o, cuando menos, a impedir que se le ocurra colaborar con los resueltos a combatir la corrupción. La voluntad comprensible de Cristina y sus partidarios de conservar la influencia a la cual se han habituado una vez concluida la transición choca contra la necesidad de Scioli de convencer a los indecisos de que no se resignará a ser un títere dócil manipulado por la señora y sus incondicionales. Sabe que para ganar en octubre o, si resulta precisa una segunda vuelta, en noviembre, tendrá que agregar muchos votos independientes a los proporcionados por los kirchneristas fieles, pero alejarse de los ultras del oficialismo por razones tácticas no le está resultando tan fácil como habrá esperado. Todo intento de diferenciarse de Cristina, su compañero de fórmula Carlos Zannini y el candidato a gobernador bonaerense Aníbal Fernández levanta ampollas en la Casa Rosada, con el riesgo de que los aludidos decidan castigarlo, como a su manera hizo la presidenta al recordarle que el Frente para la Victoria no es suyo. Con todo, aunque por ahora no le es dado a Scioli criticar la política económica, de agravarse mucho más la situación que un día podría heredar no tendrá más alternativa que la de sugerir que le convendría que Kicillof y compañía obraran con mayor sensatez.
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