Coronavirus: a la espera del día después


Los más golpeados por los encierros motivados por la cercanía de la covid-19 han sido los que, para sobrevivir, dependen de trabajos que requieren cierta proximidad física.


A menos que resulten estar en lo cierto especialistas como el británico Karol Sikura, un exdirector general de un programa de la Organización Mundial de la Salud, que prevén que el coronavirus termine desapareciendo de manera espontánea aun cuando no se haya encontrado una vacuna eficaz, tendremos que acostumbrarnos a la presencia permanente del patógeno cuya irrupción ha puesto el mundo patas arriba.

Tarde o temprano, la gente tendrá que salir de los lugares en que se ha refugiado. ¿Qué encontrará? El consenso es que será un mundo muy diferente de aquél de pocos meses antes. Además de acortar la vida de una cantidad impresionante de personas, el coronavirus está destruyendo un número fenomenal de empleos; la Organización Internacional de Trabajo dice que en solo tres meses se habrán esfumado 195 millones.

Así pues, aunque a inicios de la crisis los líderes de casi todos los gobiernos coincidieron con Alberto Fernández en que tolerar una recesión profunda sería la opción menos mala porque, nos recordaban en una multitud de idiomas, las economías pueden recuperarse pero nadie regresa de la muerte, ello no quiere decir que lo que nos aguarda estará libre de peligros.

Los hay que advierten que incluso en términos sanitarios la depresión mundial que se avecina podría ser mucho peor que la pandemia misma. Señalan que las grandes crisis económicas siempre se han visto seguidas por un aumento sustancial de suicidios de personas que se sienten abandonadas a su suerte en un mundo que se les ha vuelto hostil y por muchísimas muertes prematuras atribuibles a la desesperación de quienes se han visto privados del futuro que creían asegurado, además de las ocasionadas por la proliferación de enfermedades mortales agravadas por la falta de atención médica.

Por lo demás, existe el riesgo de que las medidas tomadas para frenar la propagación del virus provoquen guerras y otras calamidades al intentar políticos de inclinaciones violentas aprovechar la rabia de quienes no estarán dispuestos a resignarse tranquilamente a la miseria.

Desde el punto de vista de muchos que viven al borde de la indigencia, el hambre es un enemigo mucho más cruel que un virus que, para la mayoría relativamente saludable, dista de ser letal, ya que abundan los portadores asintomáticos. Por supuesto, es posible que exageren los agoreros que se afirman convencidos de que la pandemia abrirá la puerta para que entren males que hasta ayer los más esperanzados creían definitivamente superados, pero la historia reciente de nuestra especie no estimula el optimismo.

Hasta cierto punto, tienen razón quienes dicen que el coronavirus no discrimina porque ataca del mismo modo a pobres y ricos, a políticos poderosos como el primer ministro británico Boris Johnson y a personas “en situación de calle”, pero ello no quiere decir que sea igualitario.

Como pronto se hizo evidente, los más golpeados por los encierros motivados por la cercanía de covid-19 han sido los que, para sobrevivir, dependen de trabajos que requieren cierta proximidad física. Con pocas excepciones, se trata de hombres y mujeres cuyos ingresos son inferiores al promedio.

En todas partes, la clausura preventiva de restaurantes, bares, peluquerías, comercios minoristas considerados innecesarios y empresas vinculadas con el turismo, además de la parálisis de fábricas y la construcción, han dejado sin dinero a muchísimas familias. En el caso de que tales actividades se reanuden, el que hasta nuevo aviso tanto los empleados como sus eventuales clientes tengan que respetar las reglas del “distanciamiento social” significa que podría pasar mucho tiempo antes de que sean económicamente viables.

Para los distintos gobiernos, esta realidad plantea un problema sumamente difícil. Si se aferran a los encierros, perjudicarán más a los ya relativamente pobres, pero si deciden flexibilizarlos los expondrán al virus. Aquí, los epidemiólogos que tienen la voz cantante en el equipo de Alberto dicen que es demasiado temprano poner fin a la cuarentena en el conurbano bonaerense y las villas de la Capital Federal, pero sucede que los presuntamente beneficiados por dicha medida ya tienen motivos de sobra para querer violarla.

Asimismo, a pesar del consenso generalizado de que ha sido exitosa la estrategia elegida por el presidente porque hasta ahora la Argentina ha estado entre los países menos afectados por la covid-19, al “aplanar la curva” ha permitido que la fatiga de los hartos de permanecer encarcelados en sus viviendas y las necesidades de quienes han visto disminuir sus ya exiguos ingresos lo estén obligando a relajarla bien antes de reducirse a un nivel aceptable los riesgos que plantearía una apertura.


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