Contra el presidencialismo
El vicepresidente Julio César Cobos se distanció de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al difundir una carta abierta en la que pedía «dejar atrás los agravios, la búsqueda de culpables, la intolerancia y esforzarnos entre todos para encontrar una solución». Por lo demás, subrayaba que el Congreso Nacional debería desempeñar un papel protagónico por tratarse del «lugar por excelencia de la expresión de la pluralidad y representatividad de una sociedad democrática», lo que es una forma de decir que sería mejor que el Poder Ejecutivo, o sea, los Kirchner, diera un paso al costado para que otros procuren solucionar una crisis que no ha sabido manejar. Si bien Cobos criticaba con severidad insólita la propensión del matrimonio gobernante a concentrar todo el poder en sus propias manos, la presidenta, claramente alarmada por los cacerolazos masivos del día anterior, vio en su propuesta una cuerda salvavidas, de ahí la decisión de permitir que el Congreso se ocupe de las retenciones a las exportaciones de soja. Aunque sólo se haya tratado de una movida táctica, ya que Cristina confía en que la mayoría peronista las ratifique de manera automática sin intentar modificarlas, sirvió para «descomprimir», acaso sólo pasajeramente, una situación explosiva. Por lo demás, fue una forma de reconocer, a regañadientes, que mantener marginado al Congreso podría resultarle muy peligroso.
El planteo de Cobos se asemeja a aquel del gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, que cree que «esta manera de gobernar», es decir, el hiperpresidencialismo que los Kirchner han llevado a un extremo insólito, «está llegando a su fin» y que es forzoso «transitar hacia formas más participativas de democracia» como las de «la democracia parlamentaria de los países europeos». Es una propuesta inteligente pero, como reconoce Binner, concretarla no resultaría nada fácil. No sólo sería cuestión de poner fin al conflicto entre el gobierno y el campo, sino también de convencer a los legisladores a reasumir responsabilidades que dejaron en manos de la pareja gobernante. Por oportunismo, obsecuencia o a cambio de favores, demasiados diputados se han acostumbrado a privilegiar su relación con los Kirchner por encima de sus deberes para con la ciudadanía, de ahí la transformación del Congreso en una especie de escribanía que se limita a aprobar a libro cerrado todas las iniciativas oficiales.
Tienen razón Cobos y Binner cuando reivindican la importancia de las instituciones parlamentarias que al repartir el poder entre muchas personas pueden reaccionar frente a las crisis con mayor flexibilidad que un presidente, sobre todo si éste teme brindar una impresión de debilidad. Por lo regular, el régimen presidencial parece ser mucho más eficaz que el parlamentario porque simplifica todo, pero sucede que en momentos difíciles como el actual sus deficiencias se vuelven patentes. Mientras que un gobierno surgido del sistema parlamentario puede modificarse sin afectar las instituciones, a menudo uno presidencial resulta ser tan rígido que es incapaz de cambiar de rumbo hasta que ya sea demasiado tarde. Como señala Binner, en los países europeos «un conflicto tiene fusibles» que aquí no existen y por lo tanto «todo el mundo apunta a una sola persona». Es por este motivo que conforme a los kirchneristas se ha propagado «un clima destituyente»: temen que de agravarse mucho más la crisis se consolide un consenso según el cual le tocará a ella ser el fusible indicado.
Al darse cuenta gobernadores, intendentes y legisladores de que podrían serles enormes los costos políticos de un conflicto que, de no haber sido por la arrogancia de los Kirchner, se hubiera resuelto hace más de dos meses, está consolidándose la convicción de que si no los frenan pronto el país se despeñará en una crisis equiparable con la de fines del 2001, razón por la que son cada vez más los peronistas que comprenden que el belicoso estilo K podría resultar tan desastroso para su movimiento como lo fue para la UCR el estilo exageradamente pasivo de Fernando de la Rúa. De más está decir que les corresponde a los representantes elegidos de la ciudadanía procurar salvar a los Kirchner de las consecuencias de los muchos errores que han cometido.
El vicepresidente Julio César Cobos se distanció de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al difundir una carta abierta en la que pedía "dejar atrás los agravios, la búsqueda de culpables, la intolerancia y esforzarnos entre todos para encontrar una solución". Por lo demás, subrayaba que el Congreso Nacional debería desempeñar un papel protagónico por tratarse del "lugar por excelencia de la expresión de la pluralidad y representatividad de una sociedad democrática", lo que es una forma de decir que sería mejor que el Poder Ejecutivo, o sea, los Kirchner, diera un paso al costado para que otros procuren solucionar una crisis que no ha sabido manejar. Si bien Cobos criticaba con severidad insólita la propensión del matrimonio gobernante a concentrar todo el poder en sus propias manos, la presidenta, claramente alarmada por los cacerolazos masivos del día anterior, vio en su propuesta una cuerda salvavidas, de ahí la decisión de permitir que el Congreso se ocupe de las retenciones a las exportaciones de soja. Aunque sólo se haya tratado de una movida táctica, ya que Cristina confía en que la mayoría peronista las ratifique de manera automática sin intentar modificarlas, sirvió para "descomprimir", acaso sólo pasajeramente, una situación explosiva. Por lo demás, fue una forma de reconocer, a regañadientes, que mantener marginado al Congreso podría resultarle muy peligroso.
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