Cómo viven la guerra en Siria los refugiados en Roca

Saben de primera mano todo lo que ocurre en ese país, incluidos los últimos bombardeos. En las últimas semanas perdieron a dos familiares.

Sara y Gina concurren a la Escuela 168, el primer espacio de “normalidad” para ellas (Foto: César Izza)

Con una mezcla de angustia y alivio, la familia siria refugiada en Roca sigue todas las alternativas de la guerra civil que desgarra a ese país. Mientras avanzan en el aprendizaje de idioma e intentan integrarse a la comunidad local, las noticias que reciben de los medios, pero sobre todo los contactos directos con sus familiares en ese país, los mantienen muy procupados.

En los últimos 20 días han tenido que asimilar la muerte de dos parientes cercanos. Un primo fallecido durante un ataque y otro un integrante de la familia que había sido convocado para el servicio militar obligatorio y que falleció durante unos combates.

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“Estos días han sido muy difíciles para ellos. Primero hace unas semanas siguiendo las noticias de los ataques con gas en unos poblados de Guta y ahora en estos días con las noticias del bombardeo estadounidense, todos en sitios donde ellos tienen conocidos. En los últimos días se enteraron de un familiar muy joven que había sido convocado en forma obligatoria al Ejército y cuatro meses después se los devolvieron en un cajón”, señaló Rubén Lago, el pastor que dirige la Comunidad Cristiana de Roca, la iglesia evangélica que les sirve de anfitriona en la ciudad.

La familia proviene de la ciudad de As-Suwaida, vive hace poco más de un mes en Roca y está integrada por Raja Al-Zarouni, de 42 años, su esposa Fahiday sus cinco hijos Heba, Sara (12 años), Ghina, (10) Daniel ( 8) y Shams (6).

El hecho de que los chicos estén yendo a la escuela y las distintas actividades como el fútbol para uno de los chicos u otras que se organizan desde la comunidad religiosa les ayudan a pasar la situación. “Ahora, en los días de Pascua, una hermana que hace repostería estuvo con los chicos enseñándoles a hacer huevitos de chocolate, por ejemplo. Todas esas experiencias son nuevas y los ayudan a alejarse un poco de la dura realidad que saben que pasa en su país”, señaló el pastor.

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Por ahora, los principales avances en la integración de la familia se están dando por el aprendizaje del idioma. “Estamos avanzando en eso porque es clave para todo lo demás. Sobre todo los más chicos que van a escuela, son los que avanzan mejor. Los traductores que nos están ayudando con el método nos dicen que más o menos en 90 días se obtienen algunos resultados, recién estamos a la mitad. Pero incluso en esos momentos en que pueden charlar a veces hay un desahogo de todo lo que les está pasando”, señala el religioso.

Pese a la distancia, la realidad de su país no los abandona. “Hoy gracias a internet y los celulares siempre hay contacto con sus familias, tienen mucha información fresca, saben mucho más de lo que sale en los medios. Y eso les genera sentimiento encontrados. Por un lado, alivio en un sentido por haber zafado y alejado de todo ese horror, pero por el otro lado los angustian las penurias y el sufrimiento que saben que están pasando sus familiares y amigos cercanos y ellos no pueden hacer prácticamente nada por ayudarlos”, explicó.

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En este sentido, tienen días buenos y malos, según las noticias. “Nosotros tratamos de respetar mucho sus tiempos. Hablamos sólo cuando ellos quieren expresar lo que sienten, desahogarse. Pero no tratamos de forzar nada, suficiente con los golpes que reciben por los medios y las comunicaciones con sus familias”.

Por ahora la barrera idiomática impide cualquier asistencia psicológica formal, pero la comunidad trata de estar siempre presente e involucrarlos en actividades que los distraigan, los distiendan y los entusiasmen con su realidad actual, aunque les sea inevitable pensar en lo que pasa en su país de origen.


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