Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a que tengan un mejor recuerdo de la pandemia
Un investigador de la memoria, y padre de tres hijos adolescentes explica que es posible transformar este presente incierto en un recuerdo más agradable que triste. Más allá de las limitaciones que impone la pandemia, propone en qué lugar poner el acento.
Daniel Willingham
Washington Post
Mis hijos no estarán en la escuela a tiempo completo esta temporada, así que, como la mayoría de los padres, estaré pensando en maneras de mantenerlos ocupados y contentos.
Sin embargo, también me desempeño como investigador de la memoria, y eso me hace preguntarme cómo recordarán estos tiempos extraños en algunas décadas. Evidentemente, espero que esos recuerdos sean más agradables que tristes.
Lograr eso suena sencillo: niños felices deberían convertirse en adultos con recuerdos felices. Pero los recuerdos no son un simple promedio de experiencias.
Mi intención no es manipular a mis hijos, pero saber cómo funciona la memoria me ha ayudado a moldear lo que mis hijos recordarán sobre el 2020.
¿Qué es una “normalidad” deseable de la pandemia? En mi caso, quiero que mis hijos —tres adolescentes— minimicen la amargura por las restricciones en nuestras vidas y maximicen la gratitud por nuestra salud y bienestar.
Espero que haya menos frustración por estar separados de los amigos y más placer por pasar tiempo con la familia.
Felicidad a largo plazo
Estas emociones y actitudes no solo conducen a un mejor estado de ánimo hoy; también están asociadas con la felicidad a largo plazo.
Evidentemente, repetir de forma regañona algo como “¡sé agradecido!” no provocará sentimientos de gratitud. Una mejor estrategia es crear nuevos rituales familiares.
Mi familia ha comenzado a tener su propia versión de “dar las gracias” durante la cena. Cada uno de nosotros dice una o dos cosas sobre la que estamos agradecidos ese día.
También convertimos en rutina ayudar a otros. Al menos una vez por semana, enviamos una nota escrita a mano a alguien que está solo en cuarentena, o compartimos alimentos horneados con los vecinos o con algún repartidor, como una manera de trasladar el foco de atención de mis hijos de ellos mismos hacia los demás.
Por supuesto, mis hijos extrañan a sus amigos y compañeros de clase, por lo que utilizamos otros rituales para resaltar el hecho de que tenemos más tiempo para compartir en familia. Todos los días nos reunimos a las 5:00 p.m. (con bebidas apropiadas para sus edades) para conversar sobre nuestro día.
Antes de la pandemia, por lo general, cada quien se iba por su lado después de la cena, pero ahora nos aseguramos de hacer algo juntos, y cada miembro de la familia decide por turno semanal lo que haremos.
Hacemos las labores del hogar en familia, en vez de dividirlas y asignarlas de forma individual. Los fines de semana suelen incluir una caminata larga o una fiesta de baile en la sala.
El funcionamiento
¿Cómo influirán estas prácticas en lo que mis hijos recuerden en algunas décadas?
Un recuerdo que resume meses o años, como por ejemplo, “la pandemia” o “ir a la secundaria Wilson” no es el encabezado de un archivo mental que contiene detalles de esa época. Es un hecho aislado.
Los detalles intensos residen en los episodios: recuerdos de eventos que duraron horas, no meses.
Episodios como “participar en las pruebas para entrar al equipo de basket” o “tomar el examen de admisión universitaria” incluyen imágenes y sonidos mentales, así como la sensación de que esto me pasó a mí.
Recordar “mis días en la secundaria Wilson” significa construir una historia a partir de episodios de esa época.
No se pueden usar todos, por lo que se eligen episodios que encajen con concepciones más amplias sobre uno mismo.
Por ejemplo, si crees que fuiste “un buen hijo” a los 17 años, resumirás la secundaria con episodios que muestren ese tópico.
Este deseo de que los recuerdos parezcan lógicos aumenta cuando los relacionamos con otras personas.
La gente percibe la historia de su vida como solo eso —una historia— y por eso cuentan una buena, llenando huecos y editando eventos fuera de lugar según sea necesario.
Incluso editamos episodios individuales para hacerlos más lógicos.
Por ejemplo, si una historia sobre una visita a un restaurante no menciona el momento en el que el cliente pidió la comida, la gente recuerda falsamente que eso sucedió: si el cliente comió, es porque debe haber pedido.
En consecuencia, los recuerdos se vuelven inexactos de una manera coherente: cambiamos los recuerdos para adaptarnos a creencias más estables.
El pedido debió haberse realizado, porque así funcionan los restaurantes. Debo haber llegado temprano a casa la noche del baile de graduación, porque era un buen hijo.
Los episodios son irregulares e incompletos, por lo que esta edición inconsciente hace que sea más probable describir lo que realmente sucedió, en comparación con relacionar el recuerdo sin adornos.
Recuerdos, creencias
Los recuerdos de mis hijos sobre la pandemia serán influenciados por sus creencias sobre este momento de sus vidas.
Esas creencias, a su vez, son moldeadas por experiencias repetidas.
Ese proceso es el mismo en los niños pequeños y en los ancianos: lo que sucede una y otra vez durante la cuarentena se convierte, en forma de recuerdo, en lo que generalmente sucedió durante la cuarentena.
Sí, a mi hija de 13 años, a quien siempre le ha encantado su lección de piano semanal, no le gusta mucho que tenga que hacerla por Zoom ahora, pero sus hermanos y padres se aseguran de ser el mejor público posible para los recitales en casa.
Quiero que lo que mis hijos algún día recuerden como “lo que sucedió normalmente” durante la pandemia sea “algunas partes fueron difíciles, pero estuvimos bien”.
En un momento en el que tantas cosas están fuera de nuestro control, hay cierto consuelo en saber que eso es posible.
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