Comienza otro mundo, pero es horrible


El pensamiento políticamente correcto no es meramente un delirio: estamos ante una profunda revolución moralista que quiere arrasar 5.000 años de cultura.


Viggo Mortensen, conocido por su papel en la trilogía “El señor de los anillos”, estrena su primer filme como director, guionista, productor e intérprete: “Falling”. Pero la noticia es que ha sido muy maltratado por los medios norteamericanos por interpretar un personaje gay no siendo (o al menos eso piensan los medios) una persona homosexual. Este fue uno de los temas culturales más discutidos en los EE. UU. en el último mes: la gente políticamente correcta (que allí domina completamente la cultura, el arte, la literatura, el cine, el teatro y la educación -desde la escuela primaria a la universitaria-) considera atroz que un papel homosexual o trans o lésbico no sea representado por personas homosexuales, lesbianas o trans.

Nuestra antigua creencia decía que un actor representa a alguien que él no es. Justamente valoramos las actuaciones porque nos parece maravilloso que una persona logre ponerse en la piel de alguien que no es y a partir de eso nos conmueva. Pedir que los actores sean exactamente iguales a sus personajes es un cambio cultural radical.

Viggo Mortensen, tomándolo a broma, pidió perdón porque el personaje de un médico proctólogo en su filme es interpretado por el cineasta David Cronenberg y no por un “verdadero proctólogo”.

Cuando William Friedkin (un gran cineasta que alcanzaría la popularidad con “El exorcista”) quiso filmar en 1970 una versión de “Los muchachos de la banda” -que fue el primer éxito masivo teatral con una temática homosexual- no consiguió ni un solo actor de Hollywood que aceptase uno de los 10 papeles importantes que tenía el filme. Debió filmar con los actores de teatro que habían participado en la obra en Broadway y que eran todos homosexuales. Ninguno de ellos jamás logró un papel en un filme después de eso.

Hasta hace cuarenta años que un actor interpretase a un homosexual en un filme hollywoodense era una maldición: nadie famoso quería hacerlo. Eso significaba el fin de su carrera. Los grupos que militaban por los derechos de los homosexuales pedían a los artistas heterosexuales que interpretaran a personajes gais justamente porque sabían lo positivo que podría ser para terminar con la discriminación que el cine mostrara estos personajes y, más aún, que fuera un actor famoso el que los interpretase.

Fue una dura lucha que llevó más de medio siglo (antes de 1970 ni siquiera se podía pensar que un personaje homosexual pudiera aparecer en un filme masivo y menos interpretado por un famoso).

Hoy sucede exactamente lo contrario porque los grupos militantes por los derechos de las personas homosexuales se han sometido totalmente al pensamiento políticamente correcto. Y esta forma de pensar ve muy mal que los personajes gais, trans o lésbicos sean interpretados por actores que no tienen esas identidades sexuales.

Cincuenta años de lucha por los derechos civiles terminan en el delirio de negar el arte: ahora la interpretación no debe existir más, solo se admite que el que actúa tenga una vida igual a la del personaje que interpreta. ¿Cómo fue que llegamos a este delirio?

No es un delirio aislado. En esta columna hemos registrado decenas de casos similares a este en su núcleo ideológico.

El pensamiento políticamente correcto no acepta la disidencia en el más mínimo detalle. Todas las personas deben pensar lo mismo porque ellos consideran que su creencia no es una creencia más, sino la verdad en sí misma. Si fueran explícitamente religiosos dirían que Dios les ha revelado su secreto. Lo políticamente correcto no solo es un pensamiento totalitario que no admite discusión ni acepta el debate, sino que trata de copar hasta los más pequeños detalles de la vida y de toda forma de pensar y expresarse.

Para el pensamiento políticamente correcto todo lo que se oponga a ellos debe ser destruido porque es considerado esencialmente malvado. Por eso no aceptan que un varón no homosexual interprete a un personaje gay. El varón heterosexual es visto por ellos como un enemigo, ya que lo consideran como la cumbre de lo perverso: machista, patriarcal, capitalista, violento y malvado. Esa es la idea de heterosexualidad en este esquema del mundo.

Lo mismo sucede cuando un artista blanco toma una música de un pueblo originario y la combina con sus propios sonidos: se lo denuncia por apropiación cultural. Lo que durante milenios permitió que las culturas dialogasen y creasen nuevos lenguajes hoy ellos lo ven como un robo cultural. Así todo.

No es meramente un delirio: estamos ante una profunda revolución moralista que quiere arrasar 5.000 años de cultura. Quizá seamos la última generación que conoció el arte, la libertad y la alegría de vivir juntos a pesar de pensar distinto.


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