La historia del chacarero que volvió a la región y ya no puede producir

Corría 1968, yo tenía doce años y siete antes había fallecido mi papá –chacarero– y uno atrás mi hermano mayor, que intentaba suplantar a mi padre en sus actividades y sostén familiar.

Mi madre y hermana no podían continuar y la familia emigró de este paraíso hecho por el esfuerzo y el trabajo del hombre: el Valle del Río Negro. Treinta y ocho años después, habiendo desarrollado una actividad profesional plena, convencí a mi mujer –también profesional universitaria– e hijos que debíamos iniciar un emprendimiento productivo de peras y manzanas en el Valle de Río Negro y retornar, en mi caso, al lugar al que toda mi vida soñé volver.

Eso hicimos: compramos chacras en blanco, desmontamos, elegimos especies y variedades, plantamos y, diez años después, podemos decir que nos transformamos en productores primarios de peras y manzanas. Nuestra pasión y decisión –invertimos nuestros ahorros– hizo que otros amigos quisieran participar e invirtieron también dinero y esfuerzo en este proyecto.

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¿Qué pasó en estos diez años? Como bien sabido es, esta economía regional está orientada a la exportación (75% de la producción de pera y más del 50% de manzana), por lo que la competitividad con el resto de productores en el mundo es de enorme importancia, condicionando fuertemente el comportamiento del mercado externo, los precios y calidad a venderse en el mercado local. Pues bien, las exportaciones en los últimos diez años se redujeron en el orden del 40% (hasta el 2017), cifra catastrófica que no parece suficiente para alertar autoridades políticas. Similarmente, importantes actores de la comercialización (vg.: Expofrut, Salentein, Orsero), que representaban más del 50% de la comercialización externa hace unos pocos años, se retiraron de este negocio… y nadie se va de un negocio que anda bien.

Cuando al sector, como es el caso, le va tan mal, usualmente se trata de factores estructurales que tienen mucho más que ver con la macro que con la microeconomía. Me referiré a los que considero esenciales para este sector:

1) Estabilidad cambiaria. En estos diez años hemos soportado desde diversos tipos de cambios hasta atrasos y devaluaciones superiores al 100% en un año.

2) Carga o presión tributaria. En una actividad orientada a la exportación esta es transparente para los diversos países productores y, por ende, es imposible competir con cargas tributarias significativamente superiores a las soportadas por competidores directos de otros países (v. g.: Chile, Perú, Sudáfrica, Nueva Zelanda).

3) Financiamiento. Muy escaso y con tasas altísimas y plazos exiguos para apoyar la reconversión del sector. Enorme costo para financiar capital de trabajo, que es esencial en productores de bienes anuales (una sola cosecha).

Me quiero referir a lo que constituye el objeto de este escrito: las retenciones previstas por el gobierno nacional para esta campaña 2019 que, anticipo, son a mi criterio una cuestión de supervivencia para el productor primario.

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El impacto porcentual de $ 4 por dólar de exportación que fue originalmente definido cuando el tipo de cambio estaba a $ 42 y hoy a menos de $ 37 representa en el orden de un 10,5% del valor FOB, si consideramos que los precios del año pasado permanecen constantes (pueden ser menores) y tomamos una caja de manzanas de 18 kgs a u$s 15 cada una y una de peras a u$s 12 cada una. Sumado ello a la caída de reintegros a la exportación de 8,50% a 4,75%, determina que el impacto a valor FOB, con los precios obtenidos en el 2018, se encuentre en el orden del 13,8%.

En los últimos años, el valor de la fruta liquidado al productor por los exportadores estuvo en el orden del 30 al 35% sobre el valor FOB obtenido (en el mercado interno es del 20 al 25% sobre valor venta mayorista), lo que hace para el 2018 u$s 0,25 para el kg de manzana y u$s 0,20 para el kg de pera exportado (valor promedio de variedades y calidades).

Si consideramos que los exportadores, como es usual, trasladarán directamente al productor el costo de retenciones y de pérdida de reintegro, los valores indicados para el 2019 serían de u$s 0,135 para el kg de manzana y de u$s 0,11 para el kg de pera. Es decir que el impacto final de las retenciones y reducción de reintegros se encontraría en el orden del 46% menos con relación a los precios obtenidos en el 2018 y las retenciones solas en el orden del 35% del ingreso a recibir por el productor, lo que constituye un impuesto claramente confiscatorio.

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De cualquier modo se puede afirmar con seguridad que con los valores previstos de ingreso un muy eficiente productor primario no cubrirá los costos de producción y muchos más integrarán la lista de chacras abandonadas a partir de mediados de este año.

Por supuesto que los costos locales en pesos se han incrementado mucho menos que el impacto devaluatorio. Sin embargo el eventual impacto que llegaría al productor sería insignificante con relación al efecto negativo de retenciones y baja de reintegros.

Síntesis: si el gobierno nacional no corrige en lo inmediato esta distorsión brutal generada por las retenciones y reducción de reintegros, que entiendo es confiscatoria, este 2019 será recordado como el año de defunción de los productores primarios de peras y manzanas y de consolidación de la concentración de la actividad en productores grandes con la exportación directa integrada.

En lo personal, imagino como posible que otra vez, como en 1968, deba emigrar de este paraíso creado y finalmente destruido por el hombre: el Valle del Río Negro. Seguro, con profundo dolor.

Varios son los factores que hacen a la competitividad, muchos de ellos imputables a los diversos actores de la cadena, que, en general, hace que a unos les vaya bien, a otros más o menos y a otros mal.

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Varios son los factores que hacen a la competitividad, muchos de ellos imputables a los diversos actores de la cadena, que, en general, hace que a unos les vaya bien, a otros más o menos y a otros mal.

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