Fake news
Sucede cada vez con mayor frecuencia. Se trata de la emisión de información falsamente descriptiva que busca manipular a la audiencia con variados propósitos.
Abarca no sólo aquello que tiene apariencia de noticia y se puede localizar en la web. También comprende memes, cadenas de Whatsapp o capturas de pantalla sacadas de contexto.
Por supuesto que la propaganda y la mentira no son fenómenos nuevos.
Sin embargo, hasta el preciso momento en que se creó la web el acceso a audiencias masivas estuvo en manos de quienes concentraban el poder político o eran propietarios de diarios, radios y canales de televisión.
Lo que cambió a partir de entonces fue la fuente de acceso y producción de la información. A punto tal que internet permitió el acceso prácticamente ilimitado a la información y le dio a quien lo quisiera una plataforma para comunicarse.
Incluso las redes sociales multiplicaron el alcance de los internautas, diluyendo el control de la información que detentaban, en buena proporción, los propios medios.
Así, por ejemplo, a partir de la muerte de Santiago Maldonado y el asesinato de Rafael Nahuel nos vimos invadidos por noticias falsas distribuidas mediante dispositivos diversos. Muchas de ellas relativas a un supuesto “plan mapuche” dirigido a la desintegración del Estado nacional.
Las “fake news” –así se las designa en inglés– se despliegan sobre el ecosistema informativo. Y las redes sociales las viralizan y multiplican.
Se difuminan con el afán de inducir a error o manipular decisiones personales. Pero también con la intención de desprestigiar o enaltecer a una institución o persona, así como para obtener ganancias económicas o beneficios políticos.
Claro está que al presentar hechos falsos como si fueran reales resultan un verdadero atentado contra la credibilidad de los medios y el quehacer profesional de periodistas y comunicadores.
En el 2008 se publicaron los resultados de un estudio que analizó las afirmaciones vertidas por George W. Bush, y altos funcionarios de su administración, a partir del 11 de septiembre de 2001 y por el término de dos años.
Los investigadores encontraron 935 declaraciones con información falsa, transmitida por los principales medios de comunicación en relación con la amenaza que representaba Irak para la seguridad nacional de los Estados Unidos.
El estudio afirmó que la administración Bush impulsó a su país a la guerra de Irak “sobre la base de información errónea que propagó metódicamente”.
Actualmente somos conscientes de que la desinformación viral es capaz de influir en aspectos importantes de nuestras vidas.
La Unión Europea ha intentado abordar la cuestión. Los expertos concluyeron que no disponen de suficiente conocimiento para encontrar una normativa válida, que no quede pronto obsoleta y no coarte la libertad de expresión.
El problema no es menor. Mientras que años atrás sólo podían desinformar los medios y los gobiernos, ahora la capacidad de crear noticias falsas para su distribución está en manos de una enorme cantidad de usuarios de nuevas tecnologías.
*Doctor en Derecho y profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)
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