Borges y las Malvinas
JORGE CASTAÑEDA (*)
Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de agravios, de derechos, de una mitología peculiar, de antiguas o recientes tradiciones, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”. “Juan López y John Ward”, Jorge Luis Borges En sus diálogos con Néstor Montenegro, Jorge Luis Borges dejó varias opiniones sobre la entonces reciente guerra por las Islas Malvinas, sabiendo que la publicación de dichos juicios podía crearle enemigos, pero también que “la popularidad (que nunca he buscado) y la impopularidad son el anverso y el reverso de una misma moneda”. En dicho reportaje nuestro escritor, entre otros conceptos, expresó que en dicha guerra “se obró de un modo histriónico. Se habló de la ocupación de unas islas casi indefensas como si se tratara de la batalla de Trafalgar o de las campañas de César. Se festejó la victoria cuando la batalla no había empezado. Muchachos de dieciocho a veinte años, con escasa o nula experiencia, fueron sacados del cuartel para batirse con soldados. Adolecemos de la peligrosa costumbre de obrar sin pensar en las consecuencias. Cualquier cosa puede temerse de un gobierno tan irresponsable como el nuestro. Un gobierno de aniversarios, de arrestos, de órdenes, de rivalidades, de almuerzos de camaradería, de codicias, de juras de la bandera, de desfiles y de hambre y sed de figuración”. Sobre el hecho en sí de la ocupación dijo que “es típico de la mente militar pensar en abstracciones, en territorios, y no en seres humanos. Éstos no fueron consultados. Me refiero aquí a los dos mil kelpers y a veintitantos millones de argentinos. Se cambiaron los nombres de ciudades, se bajó una bandera y se elevó otra, se obró como si se tratara de una conquista. Con derechos jurídicos o no los habitantes se sentían británicos. En todo caso debió hacerse un plebiscito, o debería hacerse en el porvenir”. Preguntado sobre el apoyo político del pueblo argentino ante la recuperación de las islas Borges expresó que “la invasión fue aprobada cuando se la creyó una victoria: cuando se reveló que era una derrota fue condenada. Debemos obrar de modo ético; de las consecuencias nada sabemos. Se ramifican hasta el infinito y tal vez a la larga se complementen. La derrota militar es el menor de nuestros males. En el curso de la historia hubo siempre derrotas y victorias. Nuestro país sufre una derrota económica y, lo que sin duda es más grave, una derrota ética”. Con respecto a si Gran Bretaña le dará a la Argentina la soberanía sobre las Islas Malvinas Borges opinó que “el arte de la profecía es difícil y como tal imposible. Lo inverosímil y, en todo caso, lo deseable es que los hombres lleguen, alguna vez, a esa ciudadanía planetaria de la que hablé. En ese porvenir, ambos nombres –República Argentina y Gran Bretaña– serán, cabe esperar, anacrónicos”. Hasta aquí algunas de las expresiones de nuestro escritor sobre Malvinas. Como cierre de esta breve nota, nada más apropiado que reproducir los versos de su “Milonga del muerto”, con música del maestro Sebastián Piana, casi desconocida y cuya difusión fue prohibida por las autoridades de aquel entonces. “Lo he soñado en esta casa/ entre paredes y puertas,/ Dios les permite a los hombres/ soñar cosas que son ciertas. Lo he soñado mar afuera/ en unas islas glaciales./ Que nos digan los demás/ la tumba y los hospitales. Una de tantas provincias/ del interior fue su tierra;/ (Conviene que no se sepa/ que muere gente en la guerra). Lo sacaron del cuartel/ le pusieron en las manos/ las armas y lo mandaron/ a morir con sus hermanos./ Se obró con suma prudencia,/ se habló de un modo prolijo/ les entregaron a un tiempo/ el rifle y el crucifijo. Oyó las vanas arengas/ de los vanos generales/ vio lo que nunca había visto:/ la sangre en los arenales. Oyó vivas y oyó mueras/ oyó el clamor de la gente/ él sólo quería saber/ si era o si no era valiente. Lo supo en aquel momento/ en que le entraba la herida/ se dijo No tuve miedo/ cuando lo dejó la vida. Su muerte fue una secreta/ victoria. Nadie se asombre/ de que me dé envidia y pena/ el destino de aquel hombre”. (*) Escritor. Valcheta
JORGE CASTAÑEDA (*)
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