COLOR: «Evita nunca destiñe»
Al peronismo no le gusta que le disputen el espacio público, menos si se trata de la Plaza de Mayo. Nació ahí cuando nadie lo esperaba. Un parto tumultuoso y prepotente. «Los habitantes del sótano», sentenció Ezequiel Mártinez Estrada en un libro antiperonista recientemente reeditado por la Biblioteca Nacional.
Desde hace varias semanas el peronismo siente que la plaza se la pueden robar. Entonces, ayer el peronismo volvió a la Plaza de Mayo. Un acto sereno, distante de la impronta emocional fácil de llegar a los extremos que generalmente han definido al peronismo a la hora de movilizarse, de defenderse.
– ¡A las chipás, a las chipás!- gritaba Anselmo pasadas las 15 en la vereda de la Catedral, en la que procuraba vender el tradicional pancito paraguayo.
– ¡Mierda, acá vinieron todos los secos!…¡Estoy desde las 10 de la mañana y no vendí nada!… ¿Dónde mierda está el peronismo que siempre compra de todo?- se quejaba.
– ¡Tiene razón, nos compramos incluso a Menem!- acota una mujer que intenta colocar en el mercado pelucas con los colores argentinos y el rostro de Evita estampado en el frente.
– ¡A 10 pesos compañeros!… ¡No destiñen, Evita nunca destiñe!…
Metros más allá, con sus 78 años a cuesta, el filósofo León Rozichner, con ojos saturados de ver pasar historia, confesaba:
– Y… vine porque en algún lado hay que estar…
Junto a él, una generación intermedia agitaba un cartel: «Carrió, vos le tenés bronca a Cristina porque ella es linda como Evita y vos te parecés a un….» (en fin, mejor imaginar la similitud a la que se la sometía a la líder de la Coalición Cívica).
Abundaban los carteles, pero cero de consignas. Las cercanías del palco estaban desde muy temprano copadas por sectores de izquierda afines al kirchnerismo. En el palco, había que imaginarlo, mandaban las banderas. Y nadie las bajó ni antes de Cristina ni durante Cristina.
En la madrugada, una docena de camarógrafos y periodistas extranjeros había grabado la llegada de los camiones y militancia encargada de desplegar carteles y ubicar el rostro de sus líderes bonaerenses muy cerca del palco. Clavar tacos.
Y a media mañana, soñolientos, habían presenciado cómo una luminaria caía sobre la testa movediza de y un joven tucumano y lo mataba en medio de la Plaza de Mayo.
Para las 12 había mucha militancia aguantando orines y baños químicos a los que todavía no se podía acceder. Entonces, parafraseando a Machado, los orines que se descargaron contra paredones de las calles San Martín y Reconquista «fueron largos y homéricos».
Para las 15, el Sindicato de Camioneros bajaba por Diagonal Norte rumbo a la Plaza. Más de 70 bombos al frente, cada uno con su gordito lustroso y bien alimentado dándole a parche. Cabezas gruesas. Rostros anchos y planos. Cuellos cortos. Músculos firmes, listos. Todos vestidos con pecheras y remeras verdes loro. Disciplinados. Una columna para hacer historia, o para perderla.
Se accedía fácilmente a la plaza. Un espacio donde serpenteaba mucho setentismo de clase media. Mucha nostalgia de «Revolución ya» que nunca fue.
Pasadas las 16, el Himno Nacional cantado a todo pulmón, estilo «Los Pumas». Especialmente esa patética estrofa donde se compele y promete con abundancia de demagogia: «¡Oh juremos con gloria morir!»…
Luego la figura estelar: Cristina Kirchner…
Pero ésa es otra historia….
¡Ah, no se cantó la marchita!
CARLOS TORRENGO
Al peronismo no le gusta que le disputen el espacio público, menos si se trata de la Plaza de Mayo. Nació ahí cuando nadie lo esperaba. Un parto tumultuoso y prepotente. "Los habitantes del sótano", sentenció Ezequiel Mártinez Estrada en un libro antiperonista recientemente reeditado por la Biblioteca Nacional.
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