Cierra «El viejo bar» que hace 58 años reúne a los amigos de Plottier
Es el más antiguo de la ciudad pero la cuarentena por el coronavirus, puso entre las cuerdas a su dueño. Buscan la manera de no despedirse del negocio.
“Sos un hito del lugar cuando poco caserío había. Aquí en el poblado, eras el bar animado donde aquel hombre cansado de una jornada larga, pasaba a jugar al truco y su vino se tomaba. Después la calle empedrada, sin una luz que te alumbre, era solo una costumbre, patiarla’ nomás patiarla’”,dice el poema que Ernesto Jaramillo le escribió hace unos días a “El viejo bar”, un lugar emblemático de Plottier, que corre riesgo de cierre.
El boliche de Tarifeño, es así como lo conocen todos los vecinos de la ciudad. Ubicado en la esquina de las calles Belgrano y Pulmarí, era el lugar dónde se reunían una decena de amigos, antes de la pandemia, a tomar un Cinzano de esos que te pintan la nariz con espuma.
Los padres de Daniel Tarifeño, Rómulo Tarifeño y Nolfa Chandía, iniciaron el bar. Tuvieron 13 hijos, de los cuales 10 viven en Plottier. Cuando Don Romulo falleció, Nolfa quedó al frente del establecimiento hasta el año 89 y a partir de ese año Daniel es quien lo dirige.
Pero producto del aislamiento obligatorio por el Covid-19, lleva 64 días cerrado. “No puedo abrir y yo vivo de esto. Se me mueve la estantería de pensar que tengo que cerrar, son muchos los recuerdos. Pero tengo que buscar una manera de salir adelante. Algunos dicen ya es hora de descansar, pero es difícil tomar la decisión”, dice Daniel.
Por estos días , va algún día, abre la puerta y siente con pena que no podrá seguir. El coronovirus congeló su negocio, la economía se complicó y por eso, el lunes, llamó a sus amigos, o clientes, o las dos cosas, porque en este caso son lo mismo.
“Nos llamó para decirnos que no va a poder seguir y nos da pena. Ahí nos encontramos, es tradicional ir al mediodía o a la tardecita. Una de las particularidades es que cada uno tiene su vaso. Está el de Boca, de River, de Colón. Los sábados al mediodía llevábamos para compartir y hacíamos una picada o un asado”, cuenta Chingolo, uno de sus fieles clientes.
En el bar flamea la bandera de los veteranos de Malvinas. Hay una pared empapelada con fotos de otras épocas, en las que aparecen las caras de los amigos que pasaron por ese lugar, en estos casi 60 años.
“Entran pocas personas, pero pasás a las 12 y sabés que el de la remisería está tomando el Cinzano en el bar. Ahí no hay clases sociales. Iban los pintores, los jubilados, el albañil, algunos pibes a jugar al pool, el chacarero, y se compartía un buen momento”, dice Chingolo.
Mucha historia
Daniel tenía 7 años cuando recorría las mesas en la que los hombres en ronda, tomaban una ginebra y hablaban de las cosas que le habían pasado en el trabajo o en la casa. Creció entre los sifones de soda, las mesas de pool y ahora, a los 63, cada día llegaba a El viejo bar para abrir las puertas.
“Mis padres vinieron en el 54 de Aluminé y en el 56 abrieron uno sobre la calle Roca. Después hicieron su casa en la Belgrano y en el 62 abrieron ahí. Mi mamá tenía la licencia comercial número 2”, dice Daniel entusiasmado.
Recuerda los viejos años, cuando su mamá abría el bar temprano para venderle una copa a los vecinos que pasaban antes de ir a trabajar. “Era cultural. Se estilaba así, tomaban una ginebra o caña y se iban a trabajar. En Plottier había cinco o seis bares, pero ya no quedan. Hoy son cervecerías, pero la gente que viene a mi bar, no va a esos lugares”, cuenta.
En su boliche todas las normas son diferentes a cualquiera de esos lugares. Pasar la puerta de chapa vidriada es ir a otro tiempo. Cuando un cliente entra, le estrecha la mano a cada una de las personas que están allí. Pregunta qué anduvo haciendo, y cuenta algo.
Cuando él era joven, veía como después de cada fecha patria, el aniversario del pueblo, o de las carreras de caballo, la gente se iba al boliche a compartir un momento. “A mi papá le gustaba mucho y sobre todo, sacar la guitarra, el acordeón y si había que bailar se bailaba”, dice.
Un lugar familiar
En ese bar se festejaron cumpleaños de 15 de las hijas de algunos clientes. Hicieron colectas para juntar juguetes para los chicos del hospital, se presentaron libros de un escritor del pueblo.
Daniel pasó la vida con su familia: su mujer María Elena, su hijo Diego, Laura y nietos Alan Juan, Bruno y sus sobrinos Daniela, Cristian y Gonzalo. Ahora, preocupado Tarifeño le busca la vuelta para no cerrar. Piensa que tal vez podrían darle un permiso para vender otra cosa y volver a abrir cuando termine la pandemia y pasa en secreto sus recetas.
“Para el Cinzano hay que usar un buen Fernet. Le pongo la soda y después el Cinzano y lo bueno es que la espuma queda como si fuera un helado y es imposible tomarlo sin mancharse la nariz”, dice y suma que el clásico es tomar una copa de vino. Eso es lo que se pide más, sodiado, con hielo, y en todas sus versiones.
Para el 1 de agosto, siempre prepara la caña con ruda, y ese día va mucha gente. “Vienen los sobrinos, hijos, nietos de mis clientes. Yo regalo esa copita de caña con ruda, que preparo un mes antes”.
Recuerda el campeonato de pool que hicieron hace unos meses, y se pone serio para decir que las cartas las erradicó hace un tiempo, porque era motivo de conflicto.
“Es un bar de amistad. Los que vienen son amigos, compartimos las alegrías y tristezas. En el boliche siempre hay una oreja que escucha, y siempre hay una palabra de aliento o compresión”, jura Daniel.
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