Chile: la hora de salir de la zona de confort
Yasna Mussa *
Los resultados de esta primera vuelta han sido un balde de agua fría, sobre todo de realidad. El mundo político no puede seguir inmóvil o enraizado en discursos autocomplacientes.
El pasado domingo 21 de noviembre, las elecciones presidenciales en Chile dejaron al candidato de extrema derecha, José Antonio Kast, con la primera mayoría, imponiéndose con casi 28% contra Gabriel Boric, el favorito de la izquierda, quien consiguió poco menos de 26% de los votos. En tercer lugar quedó Franco Parisi, un candidato que durante toda su campaña no puso un pie en el país y ni siquiera pudo votar por sí mismo, pues se encuentra en Estados Unidos, donde vive en la actualidad.
Analistas y actores de la política han tratado de entender lo que ha pasado en un Chile que, desde las protestas de octubre de 2019, parecía haber despertado con ganas de botar el sistema heredado de la dictadura.
Sin embargo, ha quedado claro también que, en estos tiempos de inmediatez y espejismos virtuales, lo único constante son las respuestas impredecibles de sociedades cansadas de futuros que no llegan y de presentes que no cambian.
Por un lado, el protagonismo de las mujeres, la agenda feminista, una primera Constitución paritaria en el mundo y la defensa de nuestros derechos han venido provocando reacciones de sectores que se niegan a soltar el poder y, sobre todo, que defienden la familia nuclear a la que candidatos como Kast apelan como sinónimo de unidad, seguridad y “valores” nacionales.
Lo que no es sorpresa es que la resistencia a estos cambios del modelo social clásico han engendrado discursos de odio y violencia que se manifiestan más allá de un evento electoral.
Que el discurso misógino de Kast y las acusaciones por no cumplir las obligaciones parentales contra Parisi no fueran suficientes para detener su avance en los comicios, es reflejo de un sistema patriarcal tan arraigado que no se escandaliza y que mira los cambios hacia el bienestar de la mujer como algo que no genera urgencia ni prioridad en los votos.
Del otro lado tenemos a una izquierda que no ha llegado a posicionarse a causa de su propio desentendimiento con el pueblo. Boric continuó con una narrativa, incluso durante su discurso posresultados, encajada en un votante cautivo, citadino y con cierto acceso, al que le hace sentido la épica de su relato, pero que ha quedado corta para convocar al resto de la población. Personas que tienen urgencias que los otros candidatos populistas han logrado interpretar y, sobre todo, conquistar.
“Vamos a meter inestabilidad al país para hacer transformaciones importantes”, dijo en entrevista con El Mercurio uno de los líderes de la coalición de izquierda Frente Amplio, cuando faltaba menos de un mes para las presidenciales, convirtiéndose en una de las frases más desafortunadas y con poco tacto de esta campaña.
Una frase que no entiende que, entre quienes reciben ese tipo de mensajes hay personas que probablemente no se identifican con el fascismo, pero que tienen urgencias y precariedades que afectan su vida cotidiana y no están dispuestas a seguir arriesgándose. El proyecto de Boric puede ser muy bueno, pero ahora debe salir a demostrarlo.
Esta es una derrota de la centro izquierda en general, que se enfocó más en destruirse desde adentro, dándole prioridad a pequeñas batallas de egos y a una nula coordinación en pos del bien común del país y de las conquistas que, dentro de todo, habían ayudado a avanzar.
Para muchos votantes que aprobaron la idea de una nueva Constitución, votar por un candidato como Parisi no es necesariamente una contradicción. Viven en zonas olvidadas de un país hiper centralizado, donde el racismo ya está instalado y donde siempre pierde el que tiene menos. Son los mismos que han visto pasar la corrupción por todos los partidos tradicionales, cuyos líderes, en general, aparecen en sus territorios una vez cada cuatro años para conseguir votos que luego olvidarán.
Ahí radica justamente lo complejo: que un votante cansado de un sistema que instaló el dictador Augusto Pinochet se haya entusiasmado con el eventual cambio que significa la Convención Constitucional, pero que, al mismo tiempo, palabras como “seguridad” y “orden” le dan sentido a su experiencia cotidiana.
Los resultados de esta primera vuelta han sido un balde de agua fría, pero sobre todo de realidad.
El mundo político no puede seguir inmóvil o enraizado en discursos autocomplacientes que han demostrado que las buenas intenciones no son suficientes. Si existe una ambición mayor que apueste por superar al fascismo y sus variantes populistas, todos quienes se oponen a ellas deben despertar y salir de la zona de confort que nos llevó a este punto crucial en nuestra historia.
* Columnista The Washingon Post
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