Chavistas derechos y humanos
Todos los regímenes autoritarios o totalitarios acusan a los que les piden respetar los derechos humanos de quienes piensan distinto de atentar contra la sacrosanta soberanía nacional que, según ellos, significa que pueden hacer cuanto se les antoje en lo que toman por su propio feudo. Fue de prever, pues, que funcionarios del gobierno del truculento mandatario venezolano Nicolás Maduro reaccionarían así frente al intento del presidente Mauricio Macri de movilizar a los demás líderes latinoamericanos para que intervengan a favor de los más de setenta presos políticos, entre ellos el líder opositor Leopoldo López, que hay en su país. Con palabras casi idénticas a las empleadas aquí por la dictadura militar cuando sus crímenes daban pie a protestas en el exterior y en otros lugares por una variedad de tiranías islamistas, fascistas y comunistas culpables de un sinfín de crímenes de lesa humanidad, sin excluir el genocidio, la canciller venezolana Delcy Rodríguez aprovechó la oportunidad brindada por la cumbre en Asunción de los líderes de los países del Mercosur y Estados asociados para denunciar el “injerencismo” de Macri en los asuntos internos de la república bolivariana. Por desgracia, parecería que los esfuerzos de Macri por convencer a los otros mandatarios de que les corresponde defender los derechos humanos de todos los habitantes de la región sólo motivaron extrañeza, acaso porque la presidenta brasileña Dilma Rousseff y, de manera menos decidida, la chilena Michelle Bachelet, la que también asistía a la reunión por ser su país un Estado asociado, entienden que, pensándolo bien, sólo los regímenes calificados de derechistas pueden violarlos. Rodríguez reivindicó a su modo particular aquella teoría perversa que, además de asegurar que los venezolanos son “modelo en derechos humanos en el mundo”, lo que es un disparate, dejó boquiabiertos a muchos al afirmar que Macri ya ha liberado a “los responsables de las torturas, desapariciones y asesinatos durante la dictadura en Argentina”. Puede que tales acusaciones se hayan basado en nada más que lo que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner llamaría “bad information” –información mala–, pero fue su forma de señalar que, cuando de presos políticos se trata, un presunto conservador como el nuevo presidente argentino carece de toda autoridad moral ya que, como le habrán informado distintos voceros de nuestro campo nacional y popular que aún se resisten a reconocer el triunfo electoral del hombre que para ellos es un enemigo temible, Macri “es la dictadura”, un ultraderechista tan aterrador como Adolf Hitler, de suerte que merece ser blanco de todos los muchos epítetos insultantes acuñados por los defensores del bien para usar en la lucha eterna contra el mal. Con la colaboración de importantes sectores opositores no sólo en nuestro país sino también en el resto del mundo, Cristina adquirió cierto prestigio internacional merced a su política de derechos humanos. A pocos les preocupaba el hecho de que los únicos abusos que le interesaran fueran los cometidos hace más de treinta años por personajes vinculados con la dictadura militar, tal vez porque a muchos les convendría que el tema quedara en el pasado y, para más señas, sirviera para advertirnos de lo terrible que sería permitir que “la derecha” se acercara nuevamente al poder. Sea como fuere, Macri parece decidido a apropiarse de la misma bandera, pero primero le será necesario limpiarla de las manchas militantes o presuntamente izquierdistas que le agregaron los kirchneristas y sus simpatizantes coyunturales, por entender que la causa de los derechos humanos no debería pertenecer a ningún movimiento político o ideológico determinado porque ha de ser universal. No le será fácil, ya que una multitud de individuos que tienen más en común con los represores del Proceso que con los demócratas auténticos se han acostumbrado a usarla como un arma en su lucha contra todos aquellos que a su juicio sirven al “imperio” norteamericano, pero tanto ha cambiado últimamente que no sorprendería que lo lograra. Aunque el chavismo sigue contando con muchos defensores en la región, la conducta a menudo grotesca de Maduro y el estado catastrófico de la economía de su país están brindando a todos –salvo los más fanatizados– pretextos de sobra para abandonarlo a su suerte.
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