Catorce kilogramos de oro y el verdadero Perry

La herencia del texano Martín Sheffield -dos botellas con pepitas de oro- se perdió entre dudas y excavaciones. La sospecha sobre un testigo se asoció a un homónimo asaltante de trenes en los Estados Unidos.

No caben dudas del acopio del codiciado metal que solían hacer los buscadores de oro. Abundan los testimonios respecto al lógico tesoro en pepitas también había conservado el ya avejentado Martín Sheffield. La fiebre del oro se despertó más de una vez en las cordilleras que se alzan en el norte de Neuquén o en donde el paralelo 42 traza la división de las provincias de Río Negro y Chubut. También se exageraron los comentarios sobre los hallazgos auríferos o las leyendas que crecían con espontaneidad. La más popular respecto al éxito del hurgamiento que Sheffield hacía en los arroyos, fue la existencia de dos botellas desbordante de pepitas y el mejor tesoro del texano.

«Quizás porque presentía la vecindad de su muerte un día papá nos dijo que era poco lo que dejaría para nosotros. No había que indagarlo sino que estaba a la vista. Unas 200, tal vez 300, ovejas mezcladas con unas pocas chivas y los lechones del chiquero destinados al consumo familiar. Pero, como si se tratara de un gran secreto, nos advirtió -bajando la voz- que llegado el momento inminente nos indicaría la ubicación precisa donde había enterrado 14 kilogramos de oro en las orillas del arroyo Los Mineros o Las Minas. No alcanzó a decirnos nada. Y aunque tras su muerte nos empeñamos en buscar y excavar, no tuvimos éxito» contó al promediar la década de los 70 Eduardo Sheffield, el hijo que visité en la calle Gregorio Mayo de Rawson, Chubut.

¿Quién se llevó el oro?

Otros hijos de Sheffield consultados en diversas latitudes coincidieron en ignorar el dato del entierro de tantos kilos en pepitas, y se conoce que ninguno de ellos consiguió después una prosperidad luciente, es cierto que el oro aún dormita sepultado en un ignorado paraje de la cordillera, o bien algún otro personaje se aprovechó de alguna confidencia, involuntaria, claro, y de esas que sólo se dicen ebrios o dormidos. De lo primero, no faltaban ocasiones en los últimos tiempos de la vida de Sheffield, y hay coincidencia de relatos que indican que su muerte le llegó después de una ingesta copiosa, de esas que no hacen distingos sociales y se llevó a la tumba a personajes más encumbrados, como Shakespeare por ejemplo.

Sólo dos –Oliverio Perry y John Crockett- entre los cuatro testigos que reubicaron la comunicación manuscrita al lejano Juzgado de Paz de El Bolsón, ha dejado algún rastro de su vida. Y de ellos, Crockett, el único que tuvo prosperidad, aunque nada se podría comprobar en su contra: también era una hábil buscador de oro y un personaje emprendedor. Mucho antes de la muerte de su amigo, Crockett había dado trabajo a Eduardo Sheffield, y nadie lo acusó.

«Cuando murió lo enterraron allí mismo donde lo encontraron. Desde luego que no estuve y sólo levanté el acta. Lo habían enterrado envuelto en un cuero. De todas las versiones que escuché la que señala que murió después de haberse tomado el kerosén de la lámpara que lo alumbraba en el campamento, es la que me parece más fidedigna», aseguró Enrique Fernández, el funcionario que asentó los datos de esa muerte. Consultado a mediados de los años 70, demostró ser un conocedor de las andanzas del texano. «Cuando hacía poco que lo conocía, vino a proponerme que lo llevara a Buenos Aires porque tenía intenciones de trabajar en un circo. Se proponía hacer demostraciones de disparos y puntería, además de contar la historia del plesiosauro patagónico. Pero ya estaba enfermo de alcoholismo y yo carecía de capital para financiarlo», concluyó Fernández, quien también conoció a la familia de las esposa de Sheffield, doña María Santa Pichún y a sus hermanos Valentín y José.

Oliver versus Oliverio

¿Quién era Oliverio Perry que también firmó el acta?

Se sabe que Oliverio Perry era otro norteamericano que habría retornado a los Estados Unidos y sería hermano de Juan Comodoro Perry que vivió en Cholila y vino a la Argentina con un contingente de texanos bajo la promesa gubernamental de cederles tierras. La investigación sobre estos inmigrantes permite armar los vínculos familiares de algunos, más allá de lo que me contó en Cholila el muy apaisanado Luis Perry (nacido en el lugar, hijo de Juan C. Perry) dentro de la casa que levantó su padre en 1912, además de otros detalles familiares. Se equivocó al informar que sus padres llegaron en 1890 y no habló de Oliverio Perry. Otros vecinos parecían acordarse de Oliverio como un norteamericano que habría retornado a su país.

En cambio, Juan Comodoro Perry tenía un gran prestigio en Cholila. Fue dueño de dos fuertes carros norteamericanos que usó para traer mercaderías desde la costa del Chubut. En su patria –donde era ganadero- lucía pilosos bigotes cuando fue elegido por los vecinos como el primer sheriff y colector de impuestos del Crockett County de Texas. Allá se casó con Berta Sowell y cuando vinieron a Sudamérica se acompañaron de los tres primeros hijos (dos varones nacieron en la Patagonia).

Según la texana Gertrude Perry que compiló el listado de quienes pagaban impuestos -en Crockett County hacia 1892 – no figura Oliverio Perry. Juan Comodoro no sólo figura sino que fue sheriff entre 1891 y 1894. Pero, al parecer, problemas por pasturas con un vecino fue lo que decidió a viajar a la Patagonia.

Curiosamente el poster de recompensa (1000 dólares, toda una fortuna) de la agencia Pinkerton para atrapar a un tal Oliver C. Perry lleva una fotografía y una firma del delincuente que en mucho se parece al del Oliverio Perry que suscribió la comunicación manuscrita por la muerte de Sheffield. Otra recompensa contra Perry –con muchos alias, como Oliver Moore- ofrecía 2.250 dólares después que se supo de su fuga del hospital estatal para insanos de Matteawan, Nueva York, en la noche del 10 de abril de 1895.

¿Sería Oliver, el Oliverio que buscaba oro en Arroyo Las Minas? ¿Era el mismo que robó un contenedor de caudales con 100 mil dólares en oro y joyas como se lee en la Pictorial History of the Wild West de James D. Horan? Aunque las dudas perduran, eso sucede con otros delincuentes norteamericanos que, con los nombres cambiados, se escondieron en semejante vastedad o aprovecharon para urdir allí y ejecutar en otro sitio sus nuevas fechorías. Pero como la verdad de los datos publicados es la que debe prevalecer, se sabe que el asaltante de trenes Perry era nacido en Nueva York, que fue recapturado tras su fuga y que en la cárcel de Dannemora hizo huelga de hambre al despuntar la década del 30. La alimentación forzosa a que se lo sometió no sirvió para que muriera el 10 de setiembre de 1930, a los 64 años. De ser así no era el mismo que suscribió el acta del deceso de Sheffield, el 27 de noviembre de 1932.

fnjuarez@interlink.com.ar


No caben dudas del acopio del codiciado metal que solían hacer los buscadores de oro. Abundan los testimonios respecto al lógico tesoro en pepitas también había conservado el ya avejentado Martín Sheffield. La fiebre del oro se despertó más de una vez en las cordilleras que se alzan en el norte de Neuquén o en donde el paralelo 42 traza la división de las provincias de Río Negro y Chubut. También se exageraron los comentarios sobre los hallazgos auríferos o las leyendas que crecían con espontaneidad. La más popular respecto al éxito del hurgamiento que Sheffield hacía en los arroyos, fue la existencia de dos botellas desbordante de pepitas y el mejor tesoro del texano.

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