Una cipoleña de 101 años: Cora Inés Ortega de Rubina
Cipolletti
Las historias pioneras valletanas unen a los habitantes de la Norpatagonia, ya sea por pertenecer a un mismo pueblo de origen, ya sea por radicarse a trabajar en una actividad similar. Lo cierto es que en ellas encontramos denominadores comunes que las vinculan. Sus descendientes continúan esas historias, historias comenzadas -en su mayoría- por los abuelos inmigrantes, que hoy se extienden en la tarea de sus herederos.
Por ello nos encontramos con un caudal de historias familiares tan ricas que nos permiten conocer el entramado social de los primeros tiempos. Y a través de la magia de la historia oral visibilizar relatos pioneros.
El matrimonio compuesto por Isnard Néstor Rubina y Cora Inés Ortega forma parte de la gran familia cipoleña que contribuyó al engrandecimiento de su comunidad. Los papás de don Isnard fueron Julián Rubina y Francisca Caputo. Vivieron en las localidades bonaerenses de Azul y Las Flores, para luego arribar al valle, a General Roca.
La familia materna de Néstor Rubina -autor de las memorias- eran de origen español. Se llamaban Ascensión Fernández y Nicolás Ortega. Don Isnard Rubina, nacido en Azul, viajaba con su padre hasta el sur con un camión repartiendo mercadería. Con tanta frecuencia lo hacían, que llegaron a abrir una fábrica de alabastro en General Roca. En uno de esos viajes, Isnard conoció a Cora Inés Ortega -nacida el 16 de enero de 1923- en un baile del Club San Lorenzo. Enamorados, mantuvieron una relación epistolar durante un tiempo.
Cora trabajaba en una oficina en el centro de Buenos Aires. Desde muy joven lo hacía, debido a que su papá falleció cuando ella tenía 15 años. Isnard y Cora se casaron en la década del 40 y vinieron a Ingeniero Huergo a trabajar en una chacra: entre los recuerdos de ella afloraba el hecho de la soledad y el silencio de estas tierras, lo que le producía tristeza cuando bajaba el sol. Poco a poco con el transcurrir del tiempo se fue adaptando. Tuvieron tres hijos: Cristina, Néstor y Gustavo, que les dieron siete nietos y once bisnietos. Unos años después se fueron a vivir a General Roca, y don Rubina comenzó a trabajar en la casa de electrodomésticos del señor Allende. En 1957 fueron a vivir a Cipolletti. Isnard comenzó a trabajar con Enrique Lerner, que tenía un negocio de venta de materiales de empaque. La familia vivía en la casa, que se conectaba directamente con el galpón, en la primera cuadra de la calle Sáenz Peña, frente a la casa del doctor Salto, conocido profesional que fuera intendente de la ciudad rionegrina, recordado por el hecho histórico del Cipolletazo cuando el pueblo cipoleño salió en defensa del jefe comunal al oponerse a medidas tomadas por el gobierno central.
Cora siempre fue una mujer muy comprometida con la ciudad cipoleña. Cabe mencionar que participó de todas las Comisiones de Padres de las escuelas de sus hijos, formó parte de las mujeres rotarias. Junto con Margarita Segovia de Salto formaron la Cooperadora del Hospital de Cipolletti; también integró, con sus compañeras, la mencionada señora de Salto, la señora de Tomás Herceg, Aurora Villarreal y su hija, la señora de Copes, entre otras, la entidad “Por un mundo mejor”, destinada a ayudar a comedores infantiles. En la foto que acompaña este escrito observamos a Cora, su esposo e hijos pequeños en el Cipolletti del siglo XX. Como mencionamos en párrafos anteriores, Cora cumplió ciento un año este 16 de enero pasado, y fue agasajada por la ciudad que la adoptó hace unos 70 años: le fue entregada una tarjeta y ramos de flores por parte de la intendencia de Cipolletti como forma de honrar su labor comunitaria.
Agradecemos a su hijo Néstor por brindarnos la información familiar. Desde aquí, nuestro homenaje por acrecentar la historia regional y por su importante aporte a la vida de la ciudad.
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