Froilán Héctor Robles: vivencias de un maestro riojano
Neuquén
Su tránsito en estas tierras de la Norpatagonia, quedó plasmado para siempre en su libro Andacollo de Pie: el maestro Froilán es sinónimo de educación. Nacido en Pituil, La Rioja, Robles estudió en la Escuela Normal mixta Joaquín V. González de la ciudad de Chilecito, donde se recibió de Maestro Normal Nacional.
Y a los dieciocho años eligió ejercer su tarea en la provincia del Neuquén, a la cual recorrió ampliamente: dictó clases en la escuela 39 de Cajón del Manzano, en la escuela 28 de Andacollo; en la década del ‘70 fue maestro de la escuela 17 de Taquimilán centro; y en 1975 se trasladó a la escuela 102 de Cutral Có, donde se jubiló en 1992.
Partió desde su pueblo natal en abril de 1958 hasta Chilecito; desde allí a Buenos Aires por ferrocarril a Retiro, para luego continuar a Constitución y, finalmente, seguir viaje hasta Neuquén capital.
En colectivo y a caballo
En la ciudad fue designado por las autoridades de educación para ejercer como director a cargo de grado en la escuela 39 de Cajón del Manzano, establecimiento periodo marzo a noviembre. Debía viajar: primero en tren a Zapala, luego en colectivo a Loncopué pero tenía que bajar en el Paraje Huarenchenque; allí debía buscar caballo para seguir a Cajón del Manzano; debía cruzar a caballo el caudaloso y torrentoso Río Agrio.
Cuando llegó al lugar se entrevistó con el cacique Silvano Mellado, quien tenía las llaves de la escuela.
Se encontró que en el medio de la nada había una construcción de barro y paja completamente abandonada, en ruinas. En el centro había un espacio que parecía un aula porque tenía bancos dobles y una estufa a leña.
Todo abierto, ejercía la función de albergue de animales; al lado un cuarto de 3 x 3 metros que destinó para la dirección y vivienda. Encontró el pizarrón deteriorado; el colchón, húmedo, al igual que su equipaje, mojado íntegramente al cruzar el río.
El espacio que se encontraba en mejores condiciones fue destinado como salón de clase. Froilán era hombre de acción, por lo que se ocupó de levantar el lugar: encontró la bandera dentro de un cajón; el escudo estaba en medio de escombros, como también el número 39 de la escuela.
Más tarde apareció la campana, y el cacique, además, aportó un poste para usarlo de mástil, un largo lazo que se usó como soga para izar y arriar la bandera. Luego, Robles organizó su alojamiento: debió arreglar la estufa y armar la chimenea, entre tantas tareas.
Le solicitó al cacique que le comprara varios elementos para subsistir, y, con la ayuda de sus alumnos, pudo salir a flote.
Enseñar y aprender
El mismo Froilán lo expresa de forma inmejorable: “De esta manera, viviendo en un paraje de extrema necesidad se aprende más de lo que se enseña ya que no sabía el día ni la hora, por el gran frío y la lluvia entendía que la época de invierno había llegado”.
Todos sus alumnos -78 en total, entre 8 y 17 años-, el 100% analfabetos, hablaban mapuche. Con el maestro comenzaron a leer y escribir en castellano, aprendieron los símbolos patrios, la canción patria, el abecedario.
En una de las encomiendas recibidas llegó una pelota de goma, así que armó el maestro una pequeña canchita.
En septiembre comenzaron los vientos huracanados; el 25 de octubre, un temporal destruyó el techo de la escuela. Por este motivo, Froilán debió dejar el lugar de emergencia, pernoctó en la escuela de Harenchenque para luego regresar a su provincia.
Para el próximo ciclo lectivo fue designado en la Escuela 28 de Andacollo, establecimiento con mayor cantidad de personal.
Un 4 de mayo de 1959 llegó al lugar. El día del acto de culminación del periodo escolar 1963-64 se realizó mediante la celebración de la Fiesta Patria del 25 de mayo de 1810, cuando estaba por terminar comenzó un temporal de gran nevada que dejó como saldo los techos de la escuela (una vez más) rotos, las calles anegadas, cerradas sin acceso alguno.
En la escuela 28 de Andacollo hubo teatro de títeres y teatro sobre tablas, a cargo de la Sra. Alba de Robles. En la capilla del pueblo, Froilán observó un póster de Ceferino Namuncurá, y recordó que era la misma imagen que se le había aparecido en Cajón del Manzano.
Hoy honramos la tarea docente de un maestro que, como tantos, llegaban a escuelas de fronteras desprovistas de todo, pero con un gran amor y compromiso con la tarea.
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