El Limay medio vacío
Clarissa Reggiani, DNI 30.144.585
NEUQUÉN
La luna que el último verano se reflejaba en sus aguas ahora se clava como un puñal en el pedregal. Las canoas, sin darse por vencidas, traquetean y buscan vías de escape hacia las islas secretas.
Nuestro río está medio vacío y servirse de futuras lluvias o nevadas es una utopía. Poco se habla de cómo ésta bajante afecta a la calidad del agua, al ecosistema y las poblaciones de peces, aves de distintos tipos y plantas características del hábitat.
Se justifica por una sequía, producto del cambio climático, cuyos culpables somos todos y por ello no es nadie. Pero, aunque la escasez de precipitaciones y nevadas no ayuda, no se trata de un fenómeno natural.
Nuestro río, el del paisaje único para la contemplación, deportes o recreación está medio vacío. Y no es el medio del pesimista, peor aún, es el de una cuenca que dejaron con un caudal de 170 metros cúbicos por segundo, contra los 600 metros cúbicos por segundo que históricamente tuvo.
¿Era necesario que las represas reduzcan los niveles de agua de los ríos patagónicos al punto del saqueo, para abastecer a medio país de energía? Sin importar a quién, es tiempo de comenzar a diferenciar lo deseable de lo imprescindible. La humanidad vivió siglos sin energía eléctrica y los muchos artefactos modernos superfluos que se abastecen de ella, pero sin agua o sin un ambiente natural en equilibrio, no hay supervivencia posible.
Por ello, todos los adultos somos responsables de reclamar a los gobernantes y funcionarios, políticas que protejan nuestros recursos vitales, de exigir que las represas respeten los niveles mínimos de los ríos y lagos, o bien, como se manifiesta en estos tiempos, vuelvan a manos del Estado para poder garantizar esa necesidad ambiental. También de instar a que hagan las inversiones suficientes para que los deshechos cloacales no contaminen los ríos y que controlen que los desperdicios de las industrias y petroleras no acaben en los cursos de agua.
Asimismo, es su obligación implementar y fomentar medidas para frenar el cambio climático y cuidar el agua, un recurso escaso que, ante la emergencia hídrica, se sigue derrochando en espacios públicos y privados a discreción.
Todas estas peticiones deberían salir de boca de vecinos y vecinas de cada barrio, en cada encuentro cara a cara con los políticos, en sus actos, campañas o bien con movilizaciones masivas para defender nuestro ambiente.
Los gobernantes tienen responsabilidades que bien sabemos, no siempre cumplen, en pos de intereses cruzados. La ciudadanía siempre tendrá la responsabilidad de votar, solicitar y custodiar políticas que permitan sostener la salud de nuestros ríos.
No bastará con tener nuevas rutas, calles asfaltadas, un techo propio o accesible, clubes ni teatros si no tenemos agua salubre para el consumo, producir alimentos y soportar las altas temperaturas. Sedientos, las rutas y pantallas no nos dejarán escapar a ningún lado.
Y además, está a la vista que no hay un lugar mejor que el entorno de nuestro río, como dice el refrán “Quien prueba agua del Limay, nunca más se va” y hasta se enamora.
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