Canasta básica: abandonaron el experimento por el impacto de comer sólo esos productos
“Bajaron de peso, una de ellas dejó de menstruar, y le dieron mal los estudios de laboratorio, comprometiendo la salud”, confirmó a Página 12 el investigador de Conicet Martín Maldonado, responsable de «Czekalinski», el proyecto que analiza los efectos que sufren quienes sólo pueden comer los alimentos que integran la Canasta Básica impulsada por el INDEC.
Florencia Demarchi y Claudia Albrecht son las voluntarias que debieron abandonar el experimento, debido al impacto en su salud. El desafío consistía en que junto a otras cuatro personas se alimenten durante seis meses con 3000 pesos por mes las mujeres y 4000 los hombres. Debían elegir entre los 58 alimentos que integran la canasta, conformada por muchos hidratos de carbono, pocas proteínas y poca fibra.
A modo comparativo, otro grupo no varió su alimentación habitual, mientras que un tercer equipo debía elegir las GAPA (Guías Alimentarias de la Población Argentina, recomendada por el Ministerio de Salud de la Nación). Esta es la alternativa que se busca fortalecer desde el estudio, que con sus resultados busca, justamente, abolir la Canasta Básica.
«El precio mensual de esa canasta es la base sobre la que se calculan la Línea de Pobreza y la Línea de Indigencia que publica el INDEC cada seis meses. Esta es la Canasta que determina quién es pobre y quién no en la Argentina. Lo que vamos a hacer es poner a prueba la calidad nutricional de la canasta, y sus efectos en la salud física y mental de quienes la consuman», planteaban al comienzo del análisis en el sitio oficial del proyecto.
«Estamos buscando cambiar la forma en la que se mide la pobreza en Argentina«, recalcaron desde el equipo de profesionales.
La decisión de Florencia y Claudia llegó a apenas 90 días de iniciado el desafío. La segunda voluntaria, que es nutricionista, explicó que “el descenso inicial se debe particularmente a los cambios de hábitos abruptos que implican pasar de una alimentación libre a una restringida tanto en cantidades como en tipo de alimentos. En los últimos meses considero que se suma un factor emocional, en el cual uno prefiere pasar horas sin comer antes que comer esos alimentos que tiene disponibles y que no resultan atractivos (como por ejemplo pan solo). Obviamente esto en una situación de hambre real, fisiológico, obligaría a consumirlos igual e incluso reemplazar los pocos alimentos de mejor calidad nutricional, por otros más ‘llenadores’”.
Finalmente, en diálogo con Página 12, concluyó que en el proceso, “las sensaciones fueron mutando, quizás el primer mes fue de una sensibilidad mayor porque te hace presente todo el tiempo a ese otro que no tiene opción y que vive en situación de pobreza real, y que si bien uno no es ajeno a eso, este proyecto te hace cuestionar todo el tiempo y pensar la problemática todo el día (…) Después del primer mes, también pasás por los enojos, las frustraciones, las broncas que te genera no poder elegir qué comer. Además, estuve muy cansada, porque pensar todo el tiempo en comida y pensar qué estrategias implementar para llegar a fin de mes, supone una carga mental extra que se suma a los problemas personales o laborales que cada uno trae”.
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