Cambiar sin sucumbir

El gobierno admite el problema pero busca anabólicos para ganar la elección.

Redacción

Por Redacción

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Arnaldo Paganetti arnaldopaganetti@rionegro.com.ar

Son varios los temas que están al tope de la preocupación de los argentinos: uno de ellos, en un año electoral en el que los políticos desplegarán sus dotes discursivas y apelarán a novedosas “drogas económicas” de efectos palpables inmediatos, gira alrededor del proceso inflacionario que ubica a la Argentina entre los seis países peor rankeados del planeta (si se toma el índice privado de 25.5 por ciento) y en el puesto 198 (sobre 224 computados) si se acepta el generoso guarismo del Indec, apenas superior al 10 por ciento anual. El tema golpea al ciudadano de a pie, en general más a los de baja escala que a los de clase media y alta, y a empresarios y sindicalistas que parecen embarcados en una carrera desleal, mientras el gobierno echa mano al congelamiento de precios, con el propósito de detener un fenómeno que, si se desborda, puede terminar en hecatombe como quedó demostrado en el pasado, en ciclos de aproximadamente diez años. Dos veces titular del Banco Central y ex candidato vicepresidencial en 2011 detrás de Ricardo Alfonsín, Javier González Fraga contó que en la década del ´90 fue convocado por el entonces mandatario Carlos Menem para colaborar con el gobierno. Él proponía, como ahora, un tipo de cambio flotante y administrado, para generar certidumbre y desalentar la timba financiera. En cambio, Menem se había plegado a la euforia de la convertibilidad (un peso igual a un dólar), ideada por Domingo Cavallo. El interlocutor de González Fraga fue en aquella época el ministro José Luis Manzano (hoy vinculado con el kirchnerismo). “Vos tenes razón en eso de ir paso a paso acumulando superávit fiscal, pero con la convertibilidad ganamos la elección”, se sinceró “Chupete” Manzano. “Eso es pan para hoy, hambre para mañana. Le hice saludo uno, saludo dos, y me fui”, refirió González Fraga, quien hoy junto con otros radicales, como Rodolfo Terragno y Daniel Montamat, está embarcado en una campaña para que se tome conciencia de la necesidad de salir de manera razonable y ordenada del “cepo” al dólar e ir bajando muy gradualmente el alza del costo de vida, acotándolo 5 o 6 puntos cada 12 meses. La puja distributiva, en vísperas de las legislativas de octubre, no está predestinada a disminuir. Por el contrario, hasta la CGT oficial que conduce Antonio Caló, endureció sus reclamos y si bien está muy lejos de lo que considera métodos “extorsivos” de la central de Hugo Moyano, emplazó a obtener respuestas en marzo en lo que hace a la labor de las obras sociales y la ayuda escolar. Además, está pidiendo la conformación de una mesa tripartita de discusión y la extensión de la fiscalización sobre artículos de primera necesidad que se venden en los supermercados, más allá del día 61, previsto para el primero de abril. Roberto Lavagna, quien ayudó a poner bases del “modelo K” y también supo, como desterrado de la pingüinera, ser pivote del radicalismo (aunque ahora, en su condición de peronista, no reniega de un eventual acuerdo con Mauricio Macri, al que más de una vez despreció), coincide en que la inflación se está transformando en una enfermedad crónica y que hay que “ir buscando un cambio de rumbo”. La dificultad que tienen figuras prestigiosas como Terragno, González Fraga y Lavagna, es su falta de anclaje en estructuras partidarias fuertes y consistentes. De hecho, el radicalismo está deshilachado, y el vetusto edificio del peronismo no kirchnerista implosionó: algunos de sus habitantes se aglutinan alrededor de Macri, o bien están a la espera de un paso de autonomía del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli. Pero el excampeón de motonáutica oscila entre una “lealtad incondicional” hacia la presidenta Cristina Fernández y una aspiración en veremos a tomar la posta como “sucesor natural” a conducir el proyecto, con modificaciones estilísticas. Detenerse en el análisis de González Fraga, un heterodoxo admirador de Raúl Prebisch, permite sacar algunas conclusiones: en esta coyuntura, la inflación obedece a causas internas (y eso la aleja de la híper y la cesación de pagos al exterior); es posible mantener la expansión monetaria, pero debe ser acompañada por inversiones y productividad; el ajuste, no tradicional, debería apuntar a disminuir el gasto político, en propaganda por ejemplo, ya que allí hay mucha tela para cortar; promoción de la industria nacional con un dólar competitivo (hoy el atraso respecto del peso lo ubica en 42 por ciento, que es la diferencia con el “blue”), y corrección de los “horrores” energéticos y el sistema de subsidios, que terminan beneficiando a los más pudientes. González Fraga afirma que para manejar las variables sensitivas de la economía se requiere más arte que ciencia. Cuando se plantea el “cómo salir”, descarta una megadevaluación brusca porque sería “un pasaporte al Rodrigazo”. Y tras apuntar como meritorio el “bajísimo” endeudamiento con el sector privado (un 7 al 8 por ciento), le sugiere a Cristina salir a buscar 20 mil millones de dólares anuales en ese campo fértil, para saltear el escollo gradualmente. Difícil, sino imposible, que el gobierno se incline por esa puerta, ya que parte del éxito de la gestión de Néstor Kirchner orbitó en el desendeudamiento y en el “chau FMI”, objetivos que hoy mantienen Cristina y el ministro Hernán Lorenzino, en un “relato” que siempre agrega capítulos. Uno de los más peligrosos riesgos, advertido por este sector de la oposición e incluso por estamentos del gobierno K, es adoptar medidas que concluyan generando “una nueva oleada de pobreza”. Argentina “no la aguantaría, ni política ni socialmente”, advierte González Fraga, embarcado en una tarea docente para lograr la madurez ciudadana. “No hay atajos y los dirigentes políticos deberían aprender que las promesas fáciles no aportan soluciones”.

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