Cambiar el pasado
Es tonto discutir si la gente que vivió hace 100 o 400 años debía respetar nuestros valores actuales. Más que la ignorancia o el moralismo, el tema es qué hacemos con el pasado.
En el ensayo “La muralla y los libros”, Borges cuenta el estupor que le provocó descubrir que el emperador chino Shih Huang Ti fue el que mandó erigir la muralla y, a la vez, dispuso quemar todos los libros que se habían escrito antes de que él reinase. Borges trata de entender por qué la misma persona fue la que inició la obra más monumental que hicieron los humanos y, a la vez, ordenó la mayor destrucción que jamás se hizo. Un estupor similar -y una duda semejante sobre la inteligencia humana- siento cada vez que leo en los diarios alguno de los triunfos del pensamiento políticamente correcto sobre la civilización.
El enemigo que ahora se proponen demoler (o, dicho en el lenguaje adolescente actual, “cancelar”) es el pintor Paul Gauguin. Hace apenas 4 años nadie hubiera imaginado que Gauguin era alguien a combatir.
Es más, en febrero de 2015 el Museo de Arte de Qatar pagó 300.000.000 de dólares (una de las cifras más altas que jamás se ofreció por un cuadro) por una de las pocas telas de Gauguin que aún podían conseguirse en el mercado: fue por la obra titulada “¿Nafea faa ipoipo?” (“¿Cuándo te casarás?”).
Es un cuadro de 1892, un año después de que el pintor se estableciera en Tahití y comenzara una etapa nueva en su pintura. De ese mismo año hay otro cuadro importante de Gauguin y se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes: es “Vahine No Te Miti” (“Mujer y el mar”).
Hay ahora una muestra que se está exhibiendo en la National Gallery de Londres: presenta todos los retratos que Gauguin realizó. A pesar de que es uno de los 10 pintores más famosos a nivel popular en todo el planeta, nunca se había realizado una exhibición que se centrara en los retratos. Lo primero que se ve al recorrer esta muestra es que fue un innovador radical en la forma de ver a los demás. Sus retratos renovaron un género que parecía agotado.
Una muestra tan compleja de realizar lleva años de preparación: son necesarios préstamos de decenas de museos y colecciones, armar una logística complejísima y pagar seguros carísimos. Cuando se la comenzó a preparar, Gauguin no había caído en la picota, pero cuando se la inauguró, en octubre pasado, ya era considerado “la bestia negra” por el movimiento feminista Me Too, el de la moral más victoriana y la práctica más totalitaria de todos los feminismos.
Entonces, para exculparse el museo presentó textos en los que dice que no acuerda con las experiencias sexuales de Gauguin (lo acusan de paidófilo porque se casó con dos mujeres de 13 años -lo que era algo común en aquella época-) ni tampoco con sus comentarios (a los que califican de “racistas y colonialistas”). En el mismo sentido aparecieron varios artículos críticos en los principales medios de Inglaterra, EE. UU. y Europa continental. Uno de los más comentados fue escrito por la crítica de arte Farah Nayeri en The New York Times.
Es tonto discutir si la gente que vivió hace 100 o 400 años tenía la obligación de respetar nuestros valores actuales (o si nosotros deberíamos respetar los valores que se tendrán dentro de 100 o 400 años, y que, obviamente, desconocemos). Además de esa tontería está el problema de la ignorancia: cuando Gauguin dice que se va a vivir con los “salvajes” lo dice elogiosamente -incluso se hizo nombrar como “el salvaje” en su tumba; fue su protesta contra el mundo europeo que había abandonado-.
El problema es más importante que esa ignorancia y ese moralismo. Nos enfrenta a qué debemos hacer con el pasado. ¿Lo borramos porque no nos gusta (o porque a algunos con mucho poder no les gusta)? ¿Los museos deberían ser entes de calificación moral? ¿Según qué criterios? ¿Todas las personas que vivieron antes de nosotros deberán ser juzgadas y borradas de la memoria porque vivieron según normas que hoy no compartimos? Por poner un par de casos: San Martín y Mariano Moreno se casaron ambos con mujeres que tenían apenas 14 años en el momento de la boda.
Hace milenios un emperador chino quiso borrar la memoria del mundo destruyendo todos los libros que existieron antes de él. Fue su forma de decir que todo lo que había existido antes (y en ese antes estaban también Confucio y el Tao Te King) no valía la pena porque no se ajustaba a los valores de su época. Ahora surge un movimiento ideológico que, de manera similar a Shih Huang Ti, no tolera nada que no se ajuste a su forma de ver el mundo.
¿Hay un mundo más allá de la muralla, más allá de las cenizas de los libros que han sido quemado en las hogueras de todas las inquisiciones, más allá de todas las censuras morales que han hecho los que se creen dueños de la moral de la época?
Sí, lo hay. Se llama coraje intelectual y libertad de pensamiento.
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