Brasil se frena
Gracias al vigoroso crecimiento reciente de casi todas las economías latinoamericanas que, a diferencia de las del mundo desarrollado, lograron superar sin demasiadas dificultades los problemas ocasionados por la crisis financiera que estalló casi cinco años atrás, muchos gobernantes se convencieron de que sólo sería una cuestión de tiempo antes de que lograran cerrar la enorme brecha que separa la región de América del Norte y Europa. Sobre la base de las tasas de crecimiento registradas, algunos, entre ellos las presidentas Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff, se dieron el lujo de sermonear a los europeos acerca de lo que deberían hacer para salvarse de la ruina, pasando por alto el hecho de que, a pesar de lo ocurrido últimamente, sus países siguieran siendo decididamente más productivos y por lo tanto más prósperos que los latinoamericanos. Tal actitud puede entenderse, ya que es natural que los dirigentes de la región hayan procurado aprovechar una oportunidad para desquitarse por décadas de críticas despectivas formuladas por sus homólogos europeos acerca de las deficiencias locales, pero no les convendría suponer que sus propios “modelos” son tan eficaces como parecen creer. Por el contrario, hay motivos para sospechar que, sin reformas estructurales, no sólo el reivindicado por Cristina sino también el de Dilma se agotarán muy pronto. Hasta hace un par de meses casi todos los economistas apostaban a que el 2013 resultaría ser un año relativamente bueno para la Argentina merced a las exportaciones agrícolas, en especial de la soja, y la eventual reanudación del crecimiento de nuestro socio principal, Brasil, pero últimamente el cauto optimismo así reflejado se ha visto reemplazado por el pesimismo. Aunque el precio de la soja se mantenga en un nivel muy alto, se prevé que el impacto negativo en la cosecha de las recientes lluvias reduzca los ingresos aportados por “el yuyo” mientras que, para perplejidad de quienes suponían que Brasil no tardaría en erigirse en una gran potencia económica, superando a los países europeos, al equipo de Dilma le está resultando muy difícil recuperar el brío de otros tiempos. Conforme a los datos que se difundieron hace apenas una semana, Brasil enfrenta un período tal vez prolongado de estancamiento, cuando no de recesión, con una tasa de crecimiento del producto bruto inferior al 2% anual. Por tratarse de un país “emergente” que, en opinión de muchos, como miembro del grupo conocido como los BRIC está destinado a desempeñar un papel clave en la economía internacional de mañana, el letargo manifestado últimamente es un tanto desconcertante. ¿Lo es? Sólo para quienes tomaron en serio la retórica triunfalista de los líderes brasileños y de aquellos norteamericanos y europeos que, por sus propias razones, quieren creer que el mundo está por experimentar una transformación geopolítica en la que China, la India, Brasil y Rusia dejarán irremediablemente atrás a las viejas democracias norteñas. Si bien no cabe duda de que Europa está en graves problemas debido a la moneda única, el envejecimiento muy rápido de la población, el endeudamiento excesivo y los costos del Estado de bienestar, los desafíos que tendrán que enfrentar sus presuntos rivales son igualmente imponentes. Las perspectivas demográficas de China son alarmantes –como afirman los especialistas, envejecerá antes de enriquecerse– y lo mismo puede decirse de Rusia, un país que depende de la evolución de los precios del petróleo y el gas. En el caso de la India y Brasil, por ahora las barreras principales que les será necesario superar para no sólo crecer en términos macroeconómicos sino también desarrollarse son culturales, puesto que si bien en ambos países existen pequeñas elites de nivel educativo equiparable con los de Estados Unidos y Europa, la mayoría abrumadora no está en condiciones de contribuir mucho a una economía moderna. Asimismo, en ambos países se han consolidado burocracias asfixiantes y una clase política muy corrupta que es ducha en el arte de subordinar la economía a sus propios intereses. Aunque los gobiernos del primer ministro indio Manmohan Singh y de la presidenta Dilma son conscientes de esta realidad, sus esfuerzos por modificarla aún no han brindado los frutos deseados, de suerte que el éxito que tantos han previsto dista de estar garantizado.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $2600 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios