Bolsillos vacíos

Cuando el gobierno, reforzado por el triunfo electoral de octubre del 2011, decidió aplicar lo que pronto sería bautizado cepo cambiario, esperaba que el torniquete así supuesto sirviera para restañar la sangría de divisas. Por desgracia no lo hizo. Antes bien, la agravó. Desde entonces las reservas del Banco Central han caído de manera alarmante. Las pérdidas ya se acercan a 13.000 millones de dólares, dejando en las bóvedas poco más de 33.000 millones. De seguir bajando al ritmo reciente o, lo que parece más probable, a uno cada vez más frenético, el próximo gobierno las encontrará virtualmente vacías. Para que ello no ocurra, luego de las elecciones legislativas el gobierno actual tendría que tomar algunas medidas drásticas ya para restaurar la confianza en la economía, lo que le supondría abandonar “el modelo”, ya para apretar todavía más el cepo, opción que perjudicaría a muchas personas, sobre todo si supusiera privar nuevamente al “aparato productivo” de los insumos que necesita para funcionar. Cualquier alternativa sería antipática desde el punto de vista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Aun cuando el estado de salud de la mandataria fuera mejor de lo que es legítimo suponer, podría verse superada por los problemas ocasionados por su apego personal a esquemas que no son viables y por la combinación fatal de mediocridad y excentricidad que caracteriza a los integrantes de su heterogéneo equipo económico. Tanto la evaporación de las reservas nacionales como la conciencia de que requeriría un esfuerzo denodado conservar, en cuanto resultara posible, las que aún quedan preocupan mucho a los oficialistas más serios, que temen ser los protagonistas involuntarios de otra debacle socioeconómica atribuible a una fracción de su propio movimiento, a empresarios y sindicalistas y también a opositores de ideas liberales que, si bien siempre entendieron que a la larga “el modelo” kirchnerista terminaría mal, no querían que el país sufriera una catástrofe equiparable con las que hundieron a dos gobiernos radicales. Además de temer que el gobierno procure huir hacia delante, como está haciendo aquel del venezolano Nicolás Maduro que, en un intento vano por aprovechar políticamente las consecuencias de su propia ineptitud, se afirma víctima de un sinfín de conspiraciones inverosímiles supuestamente urdidas por los norteamericanos, saben que quienes eventualmente sucedan a los kirchneristas recibirán una herencia explosiva. A esta altura, todas las opciones acarrearían costos onerosos. Una devaluación importante daría un impulso adicional a la inflación, depauperando aún más a millones de pobres y, debido a su impacto en el consumo, podría causar una recesión más penosa que las registradas por las consultoras privadas en el 2008 y el 2012, sin mucha posibilidad de salir con rapidez. Restringir las compras en moneda extranjera no afectaría tanto a los sectores más pobres, pero sí motivaría la ira de muchos miembros de la clase media. Acaso lo más lógico sería desdoblar la tasa de cambio, con el propósito de diferenciar entre los diversos grupos de interés, con un “dólar turístico” para que resulte menos atractivo para los argentinos vacacionar en el exterior, de tal modo reduciendo el déficit en este rubro tan significante, pero con las elecciones acercándose el gobierno es reacio a actuar, tal vez por entender que cualquier restricción encendería las luces de alarma. A pesar de que haya tantos números en rojo, todavía no se ha difundido la sensación de que el país se vea ante una crisis muy grave y que, para minimizar los perjuicios, mucho tendría que cambiar. Según los más optimistas, siempre y cuando el gobierno se dignara a obrar con cierto realismo, el país podría recuperarse muy pronto, ya que no cabe duda de que cuenta con una serie de ventajas naturales que, bien aprovechadas, le permitiría seducir a muchos inversores internacionales, consiguiendo así los capitales que necesitaría para emprender un proceso de desarrollo sustentable. Tendrían razón, pero primero tendríamos que desmantelar las barreras políticas que, durante tantos años, han mantenido casi cerrado el camino del progreso material y, desde luego, social, barreras que el gobierno kirchnerista parece resuelto a defender cueste lo que costare.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Viernes 11 de octubre de 2013


Cuando el gobierno, reforzado por el triunfo electoral de octubre del 2011, decidió aplicar lo que pronto sería bautizado cepo cambiario, esperaba que el torniquete así supuesto sirviera para restañar la sangría de divisas. Por desgracia no lo hizo. Antes bien, la agravó. Desde entonces las reservas del Banco Central han caído de manera alarmante. Las pérdidas ya se acercan a 13.000 millones de dólares, dejando en las bóvedas poco más de 33.000 millones. De seguir bajando al ritmo reciente o, lo que parece más probable, a uno cada vez más frenético, el próximo gobierno las encontrará virtualmente vacías. Para que ello no ocurra, luego de las elecciones legislativas el gobierno actual tendría que tomar algunas medidas drásticas ya para restaurar la confianza en la economía, lo que le supondría abandonar “el modelo”, ya para apretar todavía más el cepo, opción que perjudicaría a muchas personas, sobre todo si supusiera privar nuevamente al “aparato productivo” de los insumos que necesita para funcionar. Cualquier alternativa sería antipática desde el punto de vista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Aun cuando el estado de salud de la mandataria fuera mejor de lo que es legítimo suponer, podría verse superada por los problemas ocasionados por su apego personal a esquemas que no son viables y por la combinación fatal de mediocridad y excentricidad que caracteriza a los integrantes de su heterogéneo equipo económico. Tanto la evaporación de las reservas nacionales como la conciencia de que requeriría un esfuerzo denodado conservar, en cuanto resultara posible, las que aún quedan preocupan mucho a los oficialistas más serios, que temen ser los protagonistas involuntarios de otra debacle socioeconómica atribuible a una fracción de su propio movimiento, a empresarios y sindicalistas y también a opositores de ideas liberales que, si bien siempre entendieron que a la larga “el modelo” kirchnerista terminaría mal, no querían que el país sufriera una catástrofe equiparable con las que hundieron a dos gobiernos radicales. Además de temer que el gobierno procure huir hacia delante, como está haciendo aquel del venezolano Nicolás Maduro que, en un intento vano por aprovechar políticamente las consecuencias de su propia ineptitud, se afirma víctima de un sinfín de conspiraciones inverosímiles supuestamente urdidas por los norteamericanos, saben que quienes eventualmente sucedan a los kirchneristas recibirán una herencia explosiva. A esta altura, todas las opciones acarrearían costos onerosos. Una devaluación importante daría un impulso adicional a la inflación, depauperando aún más a millones de pobres y, debido a su impacto en el consumo, podría causar una recesión más penosa que las registradas por las consultoras privadas en el 2008 y el 2012, sin mucha posibilidad de salir con rapidez. Restringir las compras en moneda extranjera no afectaría tanto a los sectores más pobres, pero sí motivaría la ira de muchos miembros de la clase media. Acaso lo más lógico sería desdoblar la tasa de cambio, con el propósito de diferenciar entre los diversos grupos de interés, con un “dólar turístico” para que resulte menos atractivo para los argentinos vacacionar en el exterior, de tal modo reduciendo el déficit en este rubro tan significante, pero con las elecciones acercándose el gobierno es reacio a actuar, tal vez por entender que cualquier restricción encendería las luces de alarma. A pesar de que haya tantos números en rojo, todavía no se ha difundido la sensación de que el país se vea ante una crisis muy grave y que, para minimizar los perjuicios, mucho tendría que cambiar. Según los más optimistas, siempre y cuando el gobierno se dignara a obrar con cierto realismo, el país podría recuperarse muy pronto, ya que no cabe duda de que cuenta con una serie de ventajas naturales que, bien aprovechadas, le permitiría seducir a muchos inversores internacionales, consiguiendo así los capitales que necesitaría para emprender un proceso de desarrollo sustentable. Tendrían razón, pero primero tendríamos que desmantelar las barreras políticas que, durante tantos años, han mantenido casi cerrado el camino del progreso material y, desde luego, social, barreras que el gobierno kirchnerista parece resuelto a defender cueste lo que costare.

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