Balotaje y gobernabilidad: “Los perjuicios de la paridad”

Miguel A. Knecht propone dejar de lado los odios, los resentimientos, los rencores, las discusiones, “y pensemos que todo es posible a partir de la unión de los argentinos”.

La gente opina

Luego del proceso electoral nacional del 25 de octubre nos encontramos inmersos en una importante disyuntiva: la elección en segunda vuelta de nuestro futuro presidente de la Nación.

Sabemos que las opciones están bien representadas por dos dirigentes de magnitud, convertidos en los únicos políticos que ofrecen posibilidades concretas de acceder al sillón de Rivadavia mediante el voto directo de la gente.

Verdaderamente, nos encontramos ante un hecho inusual; los dos candidatos que compulsarán el 22 en el balotaje presentan una escasa diferencia de votos entre sí. Se infiere entonces que si la diferencia se proyecta en la misma forma e intensidad nos encontraríamos con el resultado del electorado argentino dividido en dos –con una mínima diferencia entre ambos–, manteniendo esa paridad proyectada que nos obliga a reflexionar profundamente como ciudadanos argentinos.

Lo señalado se afirma en función de la presunta distribución equitativa de los electores de Sergio Massa, que en una instancia inmediata posterior presumiblemente podrán repartir su favoritismo en partes proporcionales e iguales entre los dos únicos candidatos.

En ese sentido, sabemos que la democracia nos obliga al acatamiento de la decisión de la mayoría y esa prerrogativa u obligación se compone con la mitad del electorado más uno. Pero, aquí, la debida reflexión: a ninguno de los dos candidatos le será fácil gobernar si no existe un apoyo unánime y generalizado de la gente.

Seguramente los ciudadanos de la nueva minoría, descontentos con la elección final, durante la gestión del próximo presidente harán prevalecer fuertemente sus reclamos y disconformidades, tratando de ahondar o generar esa debilidad e incertidumbre que inflige “puntazos” propios del odio albergado y que progresivamente culminará esmerilando la gestión de gobierno. En un gobierno fuerte ese escollo resulta eludible y evitable, pero en uno que no dispone de la anuencia general de la mayoría la diferencia se acrecienta negativamente con el transcurso del tiempo. En algún momento a ese fenómeno ciudadano se lo ubicó en la sociedad (en el 2013) y se lo denominó mediáticamente la “gran grieta nacional”.

En esa misma dirección podemos afirmar que lo nuestro – “el problema argentino”– es cíclico, de origen cultural y de carácter actitudinal de las personas. Si la historia nacional nos ha marcado y nos remite a un pasado quejoso y violento, seguramente seguiremos repitiendo esa misma línea, ingiriendo la misma “medicina”, cuando en realidad la situación nos obligaría a proponer un cambio actitudinal en aras de un acercamiento mayor entre nosotros mismos.

Cualquiera que fuese el resultado obtenido después del balotaje, nos obliga a reflexionar como ciudadanos. Debemos repensar que nuestro país ofrece enormes posibilidades de progreso y desarrollo, con variadas oportunidades. Ello nos obliga a la unión nacional; juntos podremos bregar más fuertemente para que al gobierno de turno le vaya bien en su gestión. Recordemos que si le va bien al presidente nos va bien a todos los argentinos; la ecuación resulta sencilla de descifrar.

Por último, otorguemos al próximo gobierno (cualquiera sea el signo ganador) esa chance necesaria que merece para brindarle el crédito que requiere. Facilitemos ese valioso “cheque en blanco”, para que un año o dos el gobierno nos demuestre el trabajo que se ha propuesto impulsar para el bienestar de los argentinos.

Dejemos de lado los odios, los resentimientos, los rencores, las discusiones, las disconformidades y las críticas infundadas y pensemos que todo es posible a partir de la unión de los argentinos, para nuestro bienestar y el de nuestros hijos y nietos.

Miguel A. Knecht

DNI 14.727.625

Viedma


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