Armas, géneros y violencia
La imagen de una mujer víctima rescatada por un varón que torturó y asesinó a un “malo”, es un relato que consumimos miles de veces. La violencia vehiculizada por un arma de fuego como forma de abordar un conflicto es un lugar común. Es una violencia que se naturaliza.
“El estereotipo masculino heroico de muchas sociedades puede seguir siendo el que lleva la pistola. Este tipo ideal tiene graves consecuencias para las mujeres”, señala la Relatora Especial sobre la Violencia contra las Mujeres de la ONU.
En el marco de esta cultura bélica imperante, Patricia Bullrich, quien fue la ministra de Seguridad de la Nación sentenció: “El que quiere andar armado, que ande armado”.
Pero, ¿quiénes andan armados y qué consecuencias tiene?
Los hombres se arman: en nuestro país el 99% (321.649) de los usuarios con registro vigente de portación de armas de fuego son hombres, frente a un 1% de mujeres (4.746).
Según Darío Kosovsky, miembro de la Red Argentina para el Desarme y especialista en derecho penal, “el arma de fuego culturalmente es un objeto asociado al patriarcado en términos de fortalecimiento de la masculinidad. De hecho, es un objeto fálico. Para muchos varones el auto, el fierro es lo que refuerza esa masculinidad. Entiendo que el arma de fuego les genera esa sensación de poder”.
Esta cultura bélica y armamentística tendrá consecuencias sobre las mujeres. Para Kosovsky “en el proceso de violencia que sufre la mujer, la presencia de un arma de fuego en el hogar es un elemento de intimidación permanente y de subyugación”.
En ese sentido, según el informe “Violencia de género y armas de fuego en Argentina” de INECIP “en la mayoría de los países, los datos disponibles abonan a la idea de que las víctimas directas de la violencia con armas de fuego son hombres, fundamentalmente jóvenes. Sin embargo, las mujeres sufren esta violencia desproporcionadamente, dado que casi nunca son compradoras, propietarias o usuarias de dichas armas”.
Asimismo, el trabajo cita informes producidos en Estados Unidos donde se señala que “hay varios factores que afectan a las posibilidades de que una mujer sea asesinada por su esposo o compañero, pero el acceso a un arma de fuego aumenta el riesgo cinco veces”. “Tener un arma en el hogar aumenta el riesgo general de que algún miembro de la familia sea asesinado en un 41%; pero para las mujeres en concreto, este riesgo casi se triplica”.
La cultura del miedo y la violencia nos atraviesa, y nos proponen salidas bélicas como las formas de abordarlas. Esa cultura, tan cercana a los mandatos de la masculinidad hegemónica, son las bases sobre las cuales también se reproducirá la violencia de género. Cuestionar este modelo cultural y profundizar políticas de desarme son pasos necesarios en el camino hacia una sociedad menos violenta.
* Docente de la UNRN y licenciado en Comunicación Social, especialista en Comunicación y Culturas
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