Argentina campeón en el Maracaná: el equipo que nos hizo olvidar un rato el dolor
La consagración argentina fue festejada hasta altas horas de la noche. En tiempos de pandemia, con miles de muertos e internados por el coronavirus, el fútbol fue un ratito de alegría en medio de tanta malaria.
Desde temprano, en las calles argentinas se respiró clima de final de Copa América. Sin la intensidad de un Mundial pero con una necesidad muy marcada de festejo, las ciudades de la región tuvieron lo suyo.
Algunos negocios, casas y puestos ambulantes se vistieron de celeste y blanco en la última semana del certamen, en la que Argentina eliminó a Colombia por penales y derrotó a Brasil en la final.
Ayer, las familias, los grupos de amigos e incluso espacios laborales, se organizaron en función de una selección que generó empatía más allá de lo futbolístico. En ‘‘tiempos de pandemia’’, donde las alegrías son muchas menos que las tristezas, el pueblo futbolero (y también aquel que no lo es tanto) vibró con la selección desde antes del partido y seguirá disfrutando el triunfo por mucho tiempo más.
La gesta deportiva es una de las más importantes de la historia del deporte nacional. Pero además hay un contexto que invitó a romper esa distancia social obligada, que la pandemia nos presentó, para fundirnos en un abrazo de gol interminable.
Así se vivió en Neuquén y Río Negro, dos provincias en las que el fútbol se expresa como fenómeno social día tras día. El coronavirus produce daños irreparables en todo sentido y afectó, entre tantas cosas, a nuestras pasiones.
Meses sin poder jugar, encontrarnos y disfrutar de un deporte que para nosotros es mucho más que una simple actividad, porque se trata de un fenómeno social. Una pasión que a veces es desmedida, exagerada, bien ‘‘a la argentina’’, pero nuestra.
La selección estuvo mucho tiempo sin jugar tras la suspensión de la doble fecha de Eliminatorias en marzo. Sin embargo, entre las virtudes del equipo y las ganas de ver un partido del representativo nacional, el sentimiento por Argentina fue creciendo y explotó con el pitazo final de Ostojich.
Bocinazos, festejos, abrazos y alguna copa demás. Algunas licencias que nos dimos porque necesitábamos festejar algo entre tanta malaria.
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