Aquí el fútbol es bipolar: machos y no machos
Desde 1924 hasta hoy la Argentinaha cosechado casi 260 muertos en incidentes, ya sea dentro de la canchao en sus inmediaciones pero siempre directamente vinculados con el fútbol. “Son muchos muertos”, señala el sociólogo Pablo Alabarces en su libro “Crónicas del aguante. Fútbol, violencia y política” (Edt. Capital Intelectual). Pero advierte inmediatamente que en términos relativos no son tantos si se los compara con otros fenómenos que también han quitado y quitan <br />la vida a los argentinos: la última dictadura, la mortandad infantil, los abortos clandestinos, accidentes laborales, etcétera. “Pero –acota– lo que une a las muertes del fútboles su gratuidad. Pudieron ser evitadas. Frente a cada una de ellas sentimos la indignación de lo gratuito, de aquello que pudo no haber sido pero que al ocurrir evoca nuestra permanente condición de sociedad azarosa”. La que sigue es la entrevista que sobre todo este tema le hizo “Debates” a Alabarces.
Entrevista: Pablo Alabarces, especialista en sociología del deporte
Por Carlos Torrengo
carlostorrengo@hotmail.com
–¿Qué define desde las percepciones del argentino la violencia que está incrustada en nuestro fútbol?
–Que es muy visible, algo que está y está en la “lógica” de cualquier partido, por más intrascendente que sea. La violencia se instaló en el fútbol y le deformó la naturaleza de su trámite, de su práctica. Hoy el fútbol argentino es un espacio con estilo propio: la violencia.
–¿Ya es cultura?
–Yo la reflexiono más como una forma de entender la vida. Un entendimiento que está para quedarse, en tanto práctica de la que se han compenetrado varios miles de hinchas cuya intervención en el fútbol no la imaginan de otra manera que siendo violenta. Pero aun admitiendo que por generación espontánea –por decirlo de alguna manera– desaparecieran las hinchadas –que, como señalo en mi libro, es el sueño de muchos– y la violencia fuera titularizada por grupos pequeños, igualmente no desaparecería. Como tampoco sucedería si a esa posibilidad le sumáramos, siempre en términos de súbita aparición de policía “buena”, un sistema político liderado por dirigentes consustanciados y decididos a construir una sociedad justa, democrática, solidaria, y el surgimiento de una dirigencia deportiva comprometida con un proyecto de esa naturaleza.
–¿Por qué no participa –al menos eso se desprende de sus investigaciones– de la idea de que la violencia en el fútbol es expresión de la violencia que define la vida del país desde mucho de su historia?
–Hagamos una aclaración: no hay nada en un tema de la naturaleza del que estamos tratando que en sus causales pueda ser totalmente autónomo de la sociedad a la que pertenece. Lo que yo cuestiono es la idea del reflejo: si algo ocurre en lo social ocurre en el fútbol. No es así. La violencia en el fútbol no expresa la violencia de la sociedad, sí otras cosas. Creo que expresa la fragmentación social aguda que sufre este país desde hace por lo menos dos décadas. Hace a ausencia de proyectos colectivos, unitarios, que son reemplazados por el regodeo en fragmentos que son funcionales a las tribus, en tanto fragmentos sociales. A ver, a ver… ser hincha de un club de fútbol da una inversión afectiva, pero ser miembro de una barra brava da otra. Brinda una entidad colectiva, un protagonismo, una experiencia… prerrogativas en el club de pertenencia, luz verde policial para esto o aquello, plata, negocios de distinta magnitud –droga incluida–, impunidades y etcétera, etcétera. Ya no es una relación simbólica con el fútbol. Se trata de conquistas que no se logran vía otras entidades colectivas. Por eso hablo de que la violencia en el fútbol, tal como devino en la Argentina, es una forma de entender la vida, de darle un sentido sangriento, de ser necesario, pero llevarla por ese camino.
–Pero ¿por qué ir por la violencia cuando a lo sumo es una expresión más extrema de ser hincha?
–No. No se confunda. Cuando yo le hablo de concepción de vida, de entender la vida, hablo de que el lugar desde el cual se expresa la violencia en el fútbol depende vitalmente de ese ejercicio de violencia. No se trata de un hincha que sufre por su club, que lleva la bandera, la agita, y gane o pierda se vuelve contento o amargado a su casa. Hablo de dos generaciones de violentos que han dado forma a esta visión de la vida y de la práctica objetiva de esa visión. Y porque esas dos generaciones tienen mucho en juego es que dan forma a lo que yo llamo el “aguante”.
–Pero para usted sólo tiene el valor de una metáfora…
–A los fines de abordarla, porque en la práctica el “aguante” es el ejercicio mismo de la violencia en estado puro, concreto. Siempre a cargo del núcleo más duro de la hinchada, la famosa “barra”. Es la última línea, el bastión. El lugar que no se resigna, que no sabe de otra cosa que exponer la vida, el cuerpo… es una geografía donde se defiende mercadería, logros. Un lugar diferente de la existencia de los otros dos planos que también integran la hinchada: la militante y la más periférica. No son santas, pero no son duras.
–¿Ajenas a los negocios e impunidades que otorga ser de la barra brava?
–Sí, más allá de casos puntuales. No venden su protagonismo, venta que sí es la argamasa del barrabrava. “Nosotros aguantamos”, dicen y bajan línea hacia la dirigencia del club, que siempre negocia, por supuesto. ¿Y qué se aguanta? Lo distinto, todo lo que no pertenece a este lado del aguante, hay que aguantarlo, enfrentarlo, lucir la fuerza, el cuerpo, en ese enfrentamiento.
–En consecuencia, ¿el “aguante” es cerradamente masculino en cuanto a dictado discursivo?
–Tiene mucho que ver con el machismo, pero no por extremadamente homofóbico, y en consecuencia la ética del aguante no contempla a las mujeres, que no cuentan. Pero no es la centralidad del aguante. La centralidad es “machos y no machos”, una dicotomía que suele ser más metafórica que práctica. En nuestras investigaciones detectamos –por caso– que había líderes de la hinchada de Estudiantes de La Plata que eran homosexuales. Cuando hablamos del tema con otros miembros de esa barra la respuesta siempre fue la misma: “Con su culo que hagan lo que quieran, lo que importa es que aquí aguantan”. Definición operativa muy clara: importa que resisten, comportarse a la hora de la violencia, del combate… La sexualidad era simple metáfora. Hay muchos códigos en todo esto, por eso cuando una hinchada acusa a los otros –policías, la otra hinchada– de “putos” hay que decodificar lo que quiere decir en este marco del que estamos hablando.
–Aclárenos desde la inversa. ¿Qué es lo que no quieren decir?
–Que son homosexuales, sino “No sos macho, no tenés aguante, no vas a defender tu posición, tus banderas… no ponés el cuerpo en esta pelea”. Si al margen de eso hay homosexualidad, no importa. Lo que se denuncia es la falta de pelotas para aguantar. Pero, aunque la dimensión de puto sea más metafórica que literal, está claro que en el aguante la dimensión de lo masculino es muy importante.
–¿Cómo cree que reflexiona el esquema de poder establecido? Hablo del poder que decide cotidianamente la suerte de los argentinos, el “aguante” en el que pivotea el barrabrava…
–No me parece que le interese reflexionar el tema.
–¿Por qué?
–Porque ese poder está organizado de la misma manera o concepción. En otras palabras: el aguante no es sólo un protagonista del fútbol. Es más, para abordar esto quizá sea necesario aclarar que, frente a la idea de que el fútbol refleja a la sociedad, yo diría que la sociedad refleja al fútbol. El “aguante” se expande, gana otros lugares de lo social; los roqueros “aguantan”, los pibes que van a un boliche “aguantan” y el “aguante” incluso está en el lenguaje del espectáculo, de la política. Un ejemplo: al momento de la 125, las partes en choque hablaban del “aguante”; Cristina decía “Esta presidenta tiene aguante” y desde la ruta Alfredo de Angeli respondía “El campo tiene aguante”. O sea, el lenguaje del aguante expresa la voluntad de no buscar acuerdo, es buscar sólo la disputa. Aguante que comenzó en las canchas del fútbol más violento del mundo, el nuestro.
Entrevista: Pablo Alabarces, especialista en sociología del deporte
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